Lucía abraza con delicadeza a Silvia, su hermana pequeña, observadas por Adriana, la madre. TXEMA RODRÍGUEZ

Lucía tiene una buena noticia

Doble lucha. En pleno confinamiento conocieron que su niña de cinco años tenía cáncer. Hoy sonríe y sueña con pintarse el pelo de colores. «Estoy curada»

Txema Rodríguez

Valencia

Sábado, 21 de noviembre 2020, 20:25

Parecía una vulgar picadura de mosquito, algo sin mayor importancia. Era el mes de febrero, la víspera de unos tiempos duros, miles de muertos, confinamientos, toda esa gran historia colectiva que forma parte de nuestro presente. Pero el futuro reservaba a Lucía, de cinco años, y a sus padres, Adriana y Christian, una noticia peor que una pandemia. El diagnóstico de un cáncer, esa palabra que nadie quiere escuchar y menos en referencia a un hijo. Un anuncio que la familia recibió en el tercer mes de embarazo de su segunda hija, Silvia.

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Salimos a la espaciosa terraza a hablar. Hay un sol incómodo y duro en el horizonte. A lo lejos, a la izquierda, se ve la basílica de la Mare de Déu del Lledó, patrona de Castellón, el mar, las grúas del puerto, las torres de la planta química. Lucía está en el salón con Laura, la maestra que viene a trabajar con ella los días que no acude al Hospital Clínico de Valencia. Habla mucho y está contenta. Por esas paradojas del destino le ha tocado llevar la cara cubierta con una mascarilla a la vez que a todos nosotros, de modo que no se siente un bicho raro.

Dice Adriana que nadie se puede hacer una idea del impacto que supone recibir la noticia de un cáncer, «lo de las torres gemelas se queda corto, con todo el respeto para los que lo sufrieron». Y en medio de otro embarazo. Acudieron al Hospital General de Castellón y les dieron cita para una resonancia que se había de realizar en octubre, siete meses después. En ese tiempo Lucía ya ha superado la enfermedad gracias a la insistencia de sus padres en que le hicieran pruebas cuanto antes. «Solicité por escrito, hablamos con toda la gente que conocíamos y una vez llegamos al Clínico todo fue mucho más fácil».

Obras de arte. Lucía muestra sus dibujos a la familia para colarlos de un hilo en el espejo que preside el salón. TXEMA RODRÍGUEZ

Cuenta Christian, un argentino que lleva cerca de veinte años en estas tierras, que en Valencia «lo tenían todo muy claro, todo el tratamiento que había que realizar, los pasos a seguir». Con un gesto de comprensible ironía recuerda que hace tan solo unos días recibió al aviso para que acudieran a realizar la resonancia, «imagínate», dice. Ninguno de los dos son de frases largas, no hacen falta. También los silencios resultan elocuentes.

Lucía es una niña fuerte y activa a la que no le han ocultado la verdad sobre la enfermedad, «obviamente adaptándola a un lenguaje que ella pueda entender y ofreciéndole una salida positiva». Explica su madre que no tiene ningún tipo de complejo por haber perdido el pelo y que le ha prometido que cuando le vuelva a crecer se lo pintarán de colores, que durante las sesiones de quimioterapia, que ha tenido durante meses dos veces a la semana (alternando sesiones de tres días y otras de seis), siempre ha sabido «que le iban a pinchar, y cuando la llamaban iba sola, asumiendo lo que le iba a pasar y tranquila porque no le iba a ocurrir nada malo».

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Adriana y Christian se enteraron de la enfermedad cuando ella estaba embarazada de su segunda hija

Un tiempo largo, siempre en la carretera vacía del confinamiento, ida y vuelta desde Castellón a Valencia, con Silvia creciendo en el vientre de su madre y viniendo a un mundo dominado por el coronavirus. Recuerdan esos trayectos solitarios, la extraña sensación de no tener problemas para aparcar en el Clínico. Un caos dentro de otro, pero siempre juntos, la pequeña recién nacida en el hospital con su hermana, «ha sido un apoyo increíble para ella poder verla y abrazarla, ni se nos pasó por la cabeza no llevarla, nosotros somos un equipo», dice Adriana, «para Lucía tenerla a su lado ha sido un subidón».

Acaba de colorear unos dibujos y los recorta con ayuda de Laura. Una araña, un murciélago, una calabaza y un fantasma. Lleva una camiseta con un enorme corazón de lentejuelas y la mascarilla decorada con una alegre combinación de sandías y palmeras. Busca un trozo de hilo para colgar sus obras del espejo de marco plateado que preside el salón. Silvia se despierta. Es un bebé risueño al que da pena no poder coger en brazos, algo reservado a su familia por razones obvias.

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Ternura. Lucía abraza con mucho cariño a su hermana Silvia mientras la madre sostiene en brazos a la pequeña de la familia. TXEMA RODRÍGUEZ

Días de espera

Adriana, que es optometrista, cuenta que durante estos meses tuvo que reducir su jornada laboral. Christian, que se dedica a instalar ventanas, también. «No hay nada que importe en ese momento, todo pasa a un segundo plano, teníamos que estar veinticuatro horas con ella en el hospital», dice el padre. Ambos coinciden en que lo peor fueron los días de espera desde que se detectó el cáncer hasta que recibieron el diagnóstico y la noticia esperanzadora de que no había comenzado la metástasis. Sin embargo, recuerda Adriana, fueron momentos difíciles porque a causa del embarazo «no pude estar en contacto con ella mientras le hacían las pruebas».

No había antecedentes familiares de ningún tipo y ahora que todo ha pasado, a falta de la confirmación de las últimas pruebas, creen que esto es algo que le puede pasar a cualquiera y quieren contar su historia porque puede servir de ayuda a otras familias que pasen por situaciones similares, para que se sepa que hay un porcentaje importante de casos que se curan. También para pedir que se destinen todos los fondos posibles para la investigación, expresar su confianza en los médicos y, a la vez, pedir a los padres que no se queden paralizados por el miedo, «hay que echarle morro y valor, hay que moverse, hay que luchar con todo», dicen.

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En las sesiones de quimioterapia siempre supo «que le iban a pinchar. Y cuando la llamaban iba sola»

El apoyo de otras familias que han pasado por experiencias similares es una gran ayuda en estos casos. Adriana y Christian aportan su grano de arena contando cómo ser fuertes ayudó a su hija. A través de la asociación Aspanion muchos otros reciben apoyo de todo tipo cuando se diagnostica un caso de cáncer a un niño o un adolescente. Y, como en esta historia con final feliz y trasfondo de pandemia, es fundamental acudir cuanto antes a los médicos.

Cinco días después de nuestra conversación recibo un 'whatsapp' de Adriana. Es un audio con una voz infantil: «Hola, tengo buenas noticias, soy Lucía, estoy curada. Muchas gracias a todos, un besito».

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