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Bianca y Daniela pasean por la playa de la Malvarrosa. Junto a un elemento extraño en la orilla de esta playa de la ciudad de Valencia: la rama de un árbol. «Venimos de Argentina. Llegamos justo el martes y mira. Ella sólo tiene 15 días, yo me quedaré un mes. Teníamos planes para ir a Barcelona y a otros sitios… ahora nada. Mis padres viven en Aldaia, y ahora aquello es la desolación», relata Bianca. «Acabábamos de entrar en su casa. Cuando vi agua en el barranco le dije a mi padre que fuera a sacar el coche. Afortunadamente no bajó… pero el coche se lo llevó el agua. Nos hemos tenido que ir de allí, el pueblo está desolado. Nos han alojado unos familiares en San Antonio de Benagéber».
Es una historia con un relativo final feliz, si se puede hablar de felicidad en estos días. «Nos han dicho que nos vengamos un rato a la playa a relajarnos», apunta. La Malvarrosa está más vacía de lo habitual en un sábado con temperatura primaveral en pleno otoño. Algunos corredores que aún tienen fuerzas para prepara el Maratón del 1 de diciembre y extranjeros. «No sé nada», responde una chica en inglés cuando se le interrumpe el paseo por primera línea.
La Malvarrosa es otro ejemplo de las dos Valencias. En el balcón hacia el mar la separación es el Puerto, vía de acceso de los buques del Ejército que vienen a ayudar en la zona sur. Y precisamente en esa dirección, la playa ofrece otro paisaje apocalíptico. Sin ir más lejos, en Pinedo, junto a la desembocadura del Turia. En toda esa zona hay un olor a tragedia que se impregna y no se disuelve de las fosas nasales. Uno no sabe si es aroma a humedad o a muerte. A podredumbre, seguro.
«Yo tengo un mortuorio y he avisado porque me ha venido ese olor. Me voy porque no quiero que mi hija lo vea», señala una mujer que ha avisado a la Policía Local. Dos agentes miran entre las cañas. Sí, entre el amasijo de cañas, de ramas, incluso troncos y utensilios de todo tipo que el torrente descontrolado arrastró desde las zonas altas hasta la playa de Pinedo. Este núcleo vive una situación paradójica. Los vecinos se sintieron seguros en todo momento. «A nosotros nos protege Castellar y acequias que van hacia la Albufera. El río se quedó a tres metros, pero es que tenemos el mar al lado», explica José Luis Gil: «Ahora, la playa está llena».
De vegetación pero también de recipientes de plástico de los campos agrícolas. Y de calabazas, y de pelotas de tenis, algún juguete, trozos de asientos de coches… la escena no augura nada bueno. «El otro día ya encontraron un cuerpo en la playa de l'Arbre del Gos», precisa Alamar, otra vecina de la zona: «Y hoy está medio bien. El miércoles el agua parecían troncos balanceándose». Junto a la escena de desolación hay tres merenderos que están abiertos, con clientes tomando algo al sol. Y junto a ellos, en el paseo, corredores y ciclistas.
Personas que también necesitan tomarse un respiro por lo que ha vivido toda la sociedad, los valencianos y a quien le pilló en la zona. Como Natalia y Alan: «Nosotros vivimos en un barco en la Marina. Somos ingleses, y habíamos venido a Valencia en agosto. El plan es quedarnos hasta enero o febrero. El martes pasamos miedo cuando nos balanceábamos».
Pero quien sintió pavor fue una de las empleadas de uno de los merenderos. Limpia un cristal dándole la escena a la dantesca escena de la playa. Cuando se le pide un testimonio contesta con amabilidad pero sin poder esconder la amargura que la sobrepasa. «No nos pasó nada porque vivimos en alto, pero me he quedado sin coche. Hay gente que lo ha perdido todo», comenta la mujer, que reside en Catarroja. «El martes y el miércoles estuvimos cerrados, pero el jueves me vine andando. Tardé dos horas. Ahora me han dejado un vehículo», comenta.
Trabajar le sirve para evadirse del horror que la atenaza en la puerta de casa. Quienes apenas tienen qué hacer son los restaurantes y barqueros de El Palmar. «Cuando ocurrió lo del Covid y nos dejaron abrir, la gente vino en masa. Esto va a ser un desastre. Tardaremos un mes o más en recuperarnos, ya veremos», lamenta Francisco, de la arrocería Ravatjol.
En un sábado normal el teléfono no para de sonar. A las 13 horas habría varias mesas junto a la Albufera, a metros de la zona del pueblo desde donde salen las barcas. Ahora lo mejor que pueden hacer es tomar el sol. «El martes el agua llegó hasta los primeros restaurantes, pero aquí no pasamos miedo. El Palmar se inundó menos que en la pantanada de Tous», comenta un hombre de edad avanzada que pasea al perro. Sí está cortada la carretera que une la pedanía con Sollana. «Se han quedado tres o cuatro coches ahí. El otro día tuvimos que ayudar a volver a un camionero italiano con un trailer enorme. Como está todo cortado, el GPS lo desvió por aquí. La gente debe ir por la carretera de El Saler hasta Sueca», explica Francisco.
El restaurador está seguro de que en la Albufera aparecerán víctimas de la DANA: «Dicen que ya han aparecido tres personas, entre ellas una niña pequeña». Como en la playa. La corriente que los arrastró se encargará de que aparezcan sus cuerpos. La gente de la zona está segura de que ocurrirá cuando baje el nivel del agua. Las compuertas de la Gola de El Pujol siguen abiertas, vertiendo caudal de la Albufera al mar. Ahora ya se pueden ver los muelles de madera del Embarcadero de las barcas de paseo. Ese agua que es marrón por el lodo sigue mezclándose con la del Mediterráneo. El aroma a salitre no reduce el olor a tragedia.
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