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Mariló está cerrando la tercera de sus maletas. No, no se va de casa. Al menos, todavía. «Es muy difícil empaquetar cuatro años de vida» -dice-, el tiempo que lleva viviendo en Estados Unidos. Una aventura que le ha abierto una gran cantidad de puertas en cuanto a su futuro profesional, pero que ha terminado con un sabor un tanto agridulce.
Nacida en Valencia, se siente orgullosa de haber «sobrevivido» a un doctorado tan lejos de casa. A sus 35 años, Mariló Martín Gasulla va a sacar una patente gracias a la tesis en la que ha estado trabajando durante este tiempo. Un sueño con una gran carga de esfuerzo que ha terminado de manera abrupta por la crisis económica y sanitaria en la que se encuentra buena parte del mundo.
Mariló recibió un mensaje de un amigo con un pantallazo de Twitter en el que el Gobierno de España animaba a los ciudadanos que se encontraban fuera del país a regresar cuanto antes debido a la emergencia sanitaria provocada por el coronavirus. «Primer error», comenta, porque «no recibimos esta información a través de las vías oficiales, ni mi amigo que está en Boston ni yo en Florida».
Mariló, en ese momento, no pudo plantearse volver a casa. «Estaba a punto de terminar mi doctorado, no podía no graduarme», comenta. Su defensa fue el 19 de marzo y la hizo por videoconferencia, ya que varias universidades cerraron en cuanto saltó la alarma en Estados Unidos.
Según la valenciana, el consulado español facilitó un vuelo para el 30 de marzo, pero se llenó enseguida. El otro avión disponible para volver era el 27 de marzo y de todo esto se enteró el 24. «Tenía tres días para cerrar casi cuatro años de mi vida», afirma. «Yo no podía dejar una casa en tres días y, además, tenía que acabar mi trabajo». En Estados Unidos, tras defender la tesis, existe un plazo para modificar el documento y realizar cambios en función de las peticiones del tribunal. No basta, simplemente, con la defensa.
Tal y como cuenta Mariló en la llamada con LAS PROVINCIAS, le dijo a su madre: «Me equivocaré», pero «irme antes es jugármela». Si no entregaba los documentos de su trabajo a tiempo, le penalizarían y tendría que matricularse de su bolsillo un semestre más, lo que ronda los 20.000 dólares.
Por eso decidió quedarse. «Fue entregar el documento de mi tesis, miré mi billete y ya no estaba», dice. «Me dieron otra fecha a través de otros aeropuertos y conexiones y, dos días después, cancelado». Así, Mariló afirma que fue «encadenando cancelaciones» y decidió comprar el vuelo a través de otra aerolínea. Sin embargo, el cambio de compañía no trajo consigo la vuelta a casa y la historia se repitió.
Tras diez cancelaciones, «ahí me he quedado». Por esta razón, Mariló decidió empezar a moverse por su cuenta. Contactó con la embajada de Washington y con el consulado de Charlotte. En este último, le recomendaron un seguro para cuando finalizara su contrato de trabajo, no obstante, ninguna vía le aseguraba que pudiera salir del país. Después, llamó al consulado de Miami y la respuesta fue: «hazte la idea de pasar el verano aquí».
En el momento de la entrevista, Mariló hace las maletas «por lo que pueda pasar». Quiere dejar todo preparado: «Estoy a la espera, con la cama y mis tres maletas hechas, para vivir al mínimo», cuenta. «Mi plan ahora es vivir al día, dejar un armario con comida y un poco en el frigorífico para cuando pueda irme, coger todo, meterlo en una bolsa y salir».
El problema, según Mariló, es que existen vuelos, pero a precios desorbitados (algunos se aproximan a los mil dólares) y «no te aseguras que no te lo vayan a cancelar». Tras un sinfín de llamadas y de tiempo perdido, la valenciana asegura que «no puede invertir en más aerolíneas», ya que todas te permiten cambiar la fecha de vuelo, sin ningún cargo, pero no devuelven el dinero, se lo guardan para que lo utilices en otro a lo largo de un año.
Mariló se puso también en contacto con la oficina del Senador. «He recibido más ayuda de ellos, que se supone que no tienen que hacerlo porque no soy estadounidense, que de nuestra embajada y consulado». Desde la oficina, le ayudaron a averiguar cuando caducaba su visado en función de su contrato con la Universidad de Florida. En su caso, finalizaba el 15 de mayo, por lo que dispone de dos meses más desde que termina ese contrato para abandonar el país. «Da igual la fecha que ponga en mi visado, porque para el 15 de julio me tengo que volver, el 16 ya estaría indocumentada». Mariló dice haber tenido suerte, porque cualquiera que termina antes «se queda en tierra de nadie». Las oficinas para extensiones de visado están cerradas y tampoco se hace ningún trámite, por lo que, ante «una pandemia o una guerrra, que esto al fin y al cabo lo es, una persona puede acabar siendo refugiada en Estados Unidos».
En esta odisea por regresar a casa cuanto antes, Mariló ha visto un rayo de esperanza. «Yo iba a ser contratada por una empresa alemana», comenta. A pesar de no haber recibido aún el contrato puesto que el proceso, por el coronavirus, se encuentra paralizado, la empresa se encuentra gestionando su vuelta: «Han empezado a mirar para ponerme en un vuelo de repatriación de alemanes» y añade: «Yo nunca pensé en avisar a la empresa, pero me han llamado ellos».
Ahora, Mariló está a la espera de otro vuelo, aunque este puede cancelarse hasta 24 horas antes del despegue. «Yo no tengo por qué estar aquí, sin trabajo, sin ingresos, pagando el alquiler y viviendo de lo que tengo en la cuenta del banco», critica la valenciana, que se siente triste y disgustada. «Es una pena que la empresa que me va a contratar me tenga que comprar el vuelo y que sea el gobierno alemán el que me repatrie», sentencia. «No esperaba tanto ninguneo de mi país».
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