Una de las víctimas del coronavirus es el modelo de atención sanitaria, tal y como la conocíamos ya no existe ni parece que vaya a resucitar. El cambio es tan profundo que los expertos dan por hecho que tal vez sea irreversible, «se ha puesto en evidencia que el modelo asistencial y el modelo presencial se han roto, que ya no se van a hacer las visitas que no hagan falta y que si la ciudadanía no puede acudir a los centros sanitarios habrá que trabajar con datos, apostar por la agilidad y la digitalización», son palabras de Bernardo Valdivieso, director del Área de Planificación, Atención Domiciliaria y Telemedicina del hospital La Fe, una autoridad, según opinión extendida entre muchos de sus compañeros, que lleva años predicando en un desierto que el Covid 19 y la distancia social han transformado en ahora en un frondoso oasis. De la aplicación de las nuevas tecnologías, la atención telefónica y domiciliaria a través de los centros de salud han dependido en buena medida la estabilidad de los centros hospitalarios. Muchas de las medidas destinadas a evitar el colapso del sistema ya se aplicaban y ahora se han llevado hasta las últimas consecuencias, al menos las que permiten los medios actuales. Aunque falta saber, con la desescalada en el horizonte, los turnos de vacaciones, las limitaciones de personal y la presión social por volver a la normalidad cómo se mantiene la distancia física.
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Valdivieso habla de cosas que hemos visto muchas veces en películas ambientadas en el futuro, al análisis de los datos sobre la salud de los pacientes a través de aplicaciones, la monitorización de los enfermos y los diagnósticos a distancia. Sabemos que hay parámetros (por ejemplo la tensión arterial o el nivel de glucosa) que ya se pueden medir de forma remota, pero faltaría un paso, explica el doctor, que «capacitar al sistema para poder analizar esos datos, poder procesarlos a través del big data o la inteligencia artificial». Y también, reconoce, se ha de afrontar un problema más inmediato: No se puede volver a la situación anterior pero tampoco se está listo para la siguiente, de modo que «hay que reinventarse, porque el espacio sociosanitario no puedo estar lejos del sanitario, hay que compartir la información, conocer los datos, trabajarlos con agilidad, digitalizarlos...».
Al centro de salud Trinitat, semioculto en la pacífica calle de la Flora, a espaldas del Museo de Bellas Artes, llegan con nitidez los sonidos de las aves que revolotean en Viveros. Cintas y carteles encaminan a los pacientes por una senda u otra, indican que los asientos (en los que no hay nadie) ya no son para sentarse. De una solitaria mesa de madera ocupada por un botella de gel cuelga uno que dice: «Lávese las manos». Una flecha roja en un papel señala a la izquierda, es por dónde tienes que ir si tienes síntomas respiratorios, hacia la izquierda. Una flecha verde, si no los padeces, te lleva hacia la derecha. Una barrera de sillas metálicas, en cualquiera de los dos casos, te mantiene a distancia prudencial del mostrador. No hay usuarios o llegan con cuentagotas. Alguna madre con un bebé enfermo, porque la vida sigue y los embarazos siguen su curso natural, aquellos que han de realizarse analíticas; los que vienen a por los resultados del Sintrom, el anticoagulante que toman quienes padecen del corazón. Muy pocos, casi todos están en casa. Por las salas desiertas de clientela camina Carlos Rabadán, que coordina a los enfermeros del centro. También es árbitro de fútbol sala, pero esa es otra historia. Explica que se trata de que aquellos que tienen que venir estén el menor tiempo posible y distanciados porque ahora, abundando en la separación de los seres humanos, lo importante «es el seguimiento, casi todo se atiende telefónicamente, las llamadas de posibles enfermos de coronavirus se derivan aquí, se les llama, se les tranquiliza, se trata de que también se sientan acompañados, en la atención primaria tiene una población a la que conoces, sabes sus patologías y su situación familiar».
A lugares como éste se desvían las llamadas de pacientes que dicen tener síntomas del coronavirus y con ellos se realiza un seguimiento. Rabadán asegura que espera que esta situación sirva como punto de partida para evitar lo que se conoce como «hiperfrecuentación» (esa costumbre social de acudir al médico) y que «aprendamos que hay muchas cosas que se pueden hacer de forma telemática, es una buena oportunidad, tengo la esperanza de que esto sea un punto de partida de lo que hemos demandado en tantas ocasiones», dice. Y no quiere decir, puntualiza, que el trabajo del personal sanitario vaya a verse reducido y añade: «Los médicos trabajan igual, hay que hacer muchas llamadas y gestiones, está claro que la gente que tiene síntomas tiene que venir y a los mayores hay que ir a sus casas a atenderlos». Para hacernos una idea, en la agenda de llamadas de un día hay unas cien por hacer, a las que se añaden otras cuarenta o cincuenta más, para repartir entre ocho doctores. Es un proceso laborioso para médicos y enfermeros. Y tampoco es lo mismo que ver la cara del enfermo. Pero es un signo de los nuevos tiempos.
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