Borrar
Urgente Emergencias comunica a la jueza de la dana que recibió 19.821 llamadas y gestionó 4.770 incidentes el 29O
Juan Cotino. M. Bruque/EFE
En memoria de Juan Cotino

En memoria de Juan Cotino

IN MEMORIAM | VÍCTIMAS DEL CORONAVIRUS ·

Su muerte nos ha llenado de dolor a quienes le conocíamos «de verdad» desde hace muchos años

JAIME MAYOR OREJA

Miércoles, 15 de abril 2020

El que fuera ministro del Interior recuerda la figura del político valenciano, al que designó en 1996 como director general de la Policía, cargo que desempeñó durante seis años.

No recuerdo exactamente el día que le conocí, pero si puedo recordar que comencé a tratarle con asiduidad a finales de los 80, junto a la inolvidable Rita Barberá, a raíz de las elecciones europeas de 1990 que encabezaba Marcelino Oreja tras la refundación del Partido Popular.

Pero aquella refundación, una auténtica transición del centro derecha español, y la personalidad arrolladora de Rita Barberá permitió que se alcanzara la alcaldía de Valencia en las elecciones municipales de 1991 para nuestro partido.

Fue a partir de ese momento que aquella persona, que sabía estar en la sombra, y que al mismo tiempo, estaba repleto de convicciones, llamó mi atención por su extraña inteligencia natural, por su sencillez y por la fortaleza de su fe.

Juan no hablaba nunca demasiado, pero nunca se callaba. Siempre daba su opinión, por lo que siempre sabías lo que de verdad pensaba. Sus aparentes silencios eran profundamente elocuentes, y muchas veces por ello habló desde el silencio.

No fue por ello ni una casualidad ni el fruto del azar la razón por la que cuando fui nombrado Ministro del Interior en 1996, la primera persona a la que escogí para desempeñar una alta responsabilidad fue a Juan Cotino, como Director General del Cuerpo Nacional de Policía, tras una excelente actuación al frente de la Policía Local de Valencia.

«Regalaba todas las cestas de Navidad, sin excepción, la mayoría de las cuales iban a parar a las familias de víctimas de ETA»

Juan era en primer término, como he dicho antes, un hombre de fe, que le acompañó siempre en todas sus responsabilidades públicas. Pero nunca lo hizo con ruido, con ostentación, con aspaviento, porque además de ser un hombre singular, sencillo, prudente, estaba dotado de una inteligencia natural excepcional.

Me ha impresionado siempre en su trayectoria, en el inicio y en el final, la austeridad con la que vivió.

Su casa familiar era austera, sus muebles también. Su vida mucho más; no le recuerdo ni lujos ni nada superfluo en su forma de vida.

Permítanme que me detenga en una sencilla anécdota en su trayectoria en el Ministerio de Interior, pero que es muy significativa, porque revela su auténtica personalidad en este ámbito de la austeridad.

Todas las Navidades, los altos responsables del Ministerio recibíamos unos regalos tradicionales propios de la ocasión, entre otros, algunas, muy pocas, cestas de Navidad. En la última conversación que tuve con él, ya ingresado en el hospital a mediados de marzo, me recordó lo que yo ya sabía: regalaba todas las cestas de Navidad, sin excepción, la mayoría de las cuales iban a parar a las familias de las víctimas de ETA, hecho y actitud que tengo que reconocer que los demás no hacíamos.

Su quehacer estuvo siempre presidido por la entrega, esto es, sin contrapartida. Nunca me pidió nada para él, jamás. Todos sus proyectos estuvieron determinados por la generosidad. Su policía de proximidad, que llevó al Ministerio desde Valencia, su 'Ley Más Vida' que llevó adelante en la Comunidad Valenciana, y que fue un eemplo de cómo se puede sumar la inteligencia y la coherencia en una ley en defensa de la dignidad humana; sus iniciativas en defensa de los más necesitados; su impulso por las asociaciones y fundaciones que convocasen a las nuevas generaciones en defensa de unos principios. Y cómo no, recuerdo su proximidad y devoción por sus queridos conventos.

Sufrió en silencio su soledad. Y lo hizo como siempre, con la máxima dignidad y austeridad. Pero nunca dejó de estar a disposición de todas las iniciativas que desde la cátedra Tomás Moro de la Universidad Católica de Valencia se han puesto en marcha en estos últimos años. Su dolor, su sufrimiento, no le encerró, sino que luchó hasta el final por sus convicciones más profundas.

Me he enorgullecido siempre de ser amigo de Juan Cotino, ha sido un honor y un privilegio haberle conocido de verdad, no a través del prisma retorcido que algunos de sus enemigos y adversarios han pretendido trasladar. Siempre he creído que no le odiaban tanto a él como a lo que representaba.

El 26 de enero, cuando Juan cumplió 70 años, tuve la oportunidad de regalarle una copia de un pequeño Cristo yacente de mesilla, que constituía un recuerdo familiar entrañable, fechado el 19 de septiembre de 1934. Entrañable porque este Cristo estaba en manos de mi tío abuelo Marcelino Oreja Elósegui, asesinado 15 días después, el 5 de octubre de 1934, en Mondragón, en un rebrote de la revolución de Asturias de aquel año.

La razón de este sencillo regalo es la inscripción de un versículo de San Lucas en el envés del crucifijo: «Empero vosotros amad vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperanza de recibir nada por ello; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno aún para los ingratos y malos» (San Lucas, capítulo 6, versículo 35). No sabía que, como en el caso de Marcelino Oreja Elósegui, este sencillo Cristo iba a ser también una extraña premonición de su muerte.

Tuve la ocasión de darle en mano este crucifijo el pasado 13 de febrero en Valencia, pero hoy más que nunca, pienso que fue una alegría podérselo dar, porque estas palabras de San Lucas reflejan la trayectoria y la vida de mi amigo Juan, un valenciano y un español excepcional.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias En memoria de Juan Cotino