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Sí. Morera repite como presidente de Les Corts porque se le ha presentado Ximo Puig en forma de padrino rumboso. Y entendámonos, referimos aquí el padrino clásico de nuestras infancias lejanas, ya desaparecido, tipo el de López Vázquez en 'La gran familia', o sea el padrino previo a que fuera transformado y moldeado por el cine y la familia Corleone, dándole al término unos atributos nuevos, ásperos y globales, incompatibles con el recuerdo del reloj que nos regalaban en la primera comunión. En vez de reloj, Puig le ha entregado al exlíder de Compromís la presidencia de Les Corts, para consternación de todos los hermanitos pequeños de Morera, esos jóvenes coroneles que hace un par de años le apearon de la cúpula del partido. Micó, Marzá y Ferri venían rumiando dos planes. El primero, bajarle los humos cuanto antes a Mónica Oltra, quitarle poder. Y, con carácter inmediato, sacar a Morera de la jaula de oro en la que ha vivido durante el Botànic I para jubilarlo de soldado raso en un escaño. A Morera le ha salvado Puig, como decimos, en forma de padrino, y Mónica Oltra que, como no estaba por poner sus barbas a remojar, de un tortazo le ha quitado a los lobeznos del Bloc las tijeras con las que estaban a punto de afeitar al bueno de Enric. Morera, que ironía, tantas veces orillado por Oltra, se convierte ahora en una torre vigía de la vicepresidenta. Mientras esa torre siga en pie, ella se sentirá más resguardada porque los adversarios no se habrán apuntado ningún tanto. Ironías de la política. Por algo dijo Lord Byron eso de que «cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro», toda una genialidad de alguien que jamás tuvo perro y que no pudo imaginar cómo degeneraría la estirpe canina parlamentaria.
Morera en todo este proceso ha sido un agente pasivo por fuerza mayor, carece de huestes más allá de su propia y limitada ascendencia. Con poca capacidad de acción. Su buena interlocución con el presidente del PSPV puso las bases. Ambos son de gesto templado y cordial. Hizo un amago teatral de pretender ser conseller, una forma de avisar a los suyos de que 'ojo, o respetáis mi poltrona o peleo' y le respondieron con un empujón bajándole de puesto en las primarias. Luego, el parco resultado electoral de Compromís el 28-A ha resultado decisivo para su continuidad. En las elecciones pasadas, los nacionalistas vieron truncado su sueño irracional, según el cual 2015 fue el principio de una nueva etapa en la que llegarían a ser dominantes en la sociedad valenciana. Eso nunca pasará. 2015 fue el techo, de Compromís y de Mónica Oltra. Digamos que en realidad alcanzaron su umbral de incompetencia y a partir de ahí les toca luchar a brazo partido por mantenerse o bajar. No serán una corriente social mayoritaria, su papel está en presionar para colocarse bien en los gobiernos de coalición, por influir. Valencia no es Cataluña. El próximo domingo se juegan una parte importante de su futuro. Si Ribó no retiene la alcaldía, entrarán en un estadio distinto, lo bueno es que podrán dejar de disimular, volver a sus fundamentos, anclándose a su ser, allí donde todo el mundo sabe que están: podrán dar rienda suelta definitiva a los Mulet, Nadal, Grezzi y otros mutantes. Pero eso no sería bueno para Compromís, pero sobre todo no sería bueno para Oltra. El valor fundamental de la vicepresidenta pasa por su tirón electoral, que logró romper las limitaciones históricas del nacionalismo, por eso la han dejado hacer y liderar desde el Bloc, de mala gana, pero consintiendo («Mónica no tiene partido, sólo tiene aduladores»). Ella lo sabe, su fuerza es la calle, no la coalición. De ahí su disimulo. Su intento infructuoso de convencer a la opinión sobre los grandes resultados obtenidos hace unas semanas. Oltra es para el Bloc un caballo de carreras traspasado desde otro club, gana o lo mandan a los establos. Para poner equinos que pierdan, ya se sobran ellos.
Hace años escribíamos que Compromís no es un partido, sino una UTE, una alianza de entidades varias con un mismo fin, el acceso al poder conforme a unos valores más o menos compartidos. Pero el proceso se ha ido degradando con la dispersión del propio Bloc, la fuerza dominante, donde ahora abundan corrientes diferenciadas, por territorios, por sensibilidades, por generaciones y hasta por género e identidades sexuales. Compromís es ahora más una agregación de lobbies que otra cosa. Cada grupúsculo va a lo suyo en concurrencia con terceros y enfrentándose a su vez a otros, parecen un parlamento en sí mismo. Lo que los empuja a invertir la mitología, son los hijos quienes buscan devorar al padre Saturno; primero Pere Mayor y los suyos, después Enric Morera y Oltra en cuanto se deje. Pero ninguno de los valores emergentes demuestra cualidades para competir con Oltra y su fabuloso instinto. Ni siquiera pueden decir aquello que repetía Augusto Delkáder respecto al director de El País cuando ejercía de número dos del periódico: «estoy en cuarto de Cebrián y repitiendo». Por favor, Oltra devoró a varios saturnos antes de alcanzar la cima y nunca perdió la sonrisa plácida tras la mordida.
Ningún lobezno ha llegado todavía a cuarto de Mónica Oltra. Siguen en el primer o segundo curso, repitiendo. La primera reunión entre Oltra y Puig, más o menos secreta, tuvo lugar en la casa de Miquel Real, jefe de gabinete de la vicepresidenta y además expareja. Marcando terreno desde el principio. En el encuentro posterior, se selló el blindaje de Enric Morera. Ferri y Marzá, descolocados. Oltra tiene diversos problemas y está en horas bajas, sí. Primero, el frenazo electoral indudable. Segundo, la aceptación de que nunca será presidenta de la Generalitat y que Ximo, que parecía tan poca cosa oye, se ha consolidado interna y externamente. Tercero, sus carencias evidentes en gestión y conflictos varios que han rebajado su aura de triunfadora. Cuarto, un asunto turbio en clave personal que podría ser utilizado contra ella políticamente. Quinto, ya no puede seguir obviando más tiempo que los cachorros que ella tanto amparó (¡tu también, Vicent!) le han puesto la proa. Acaba Juego de Tronos, pero para Oltra la guerra ha vuelto al capítulo uno. En la constitución de las nuevas cortes se la vio sola y ensimismada, vale, pero nadie debería cometer el error de subestimarla. Lo acaba de demostrar; tiene más registros, más colmillo y más astucia que todos los lobeznos juntos. Acaba de salvar a Morera con estilo y de un solo manotazo. No será el último.
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