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Claudia y su madre regentan el último negocio que hay en el sur de la Comunitat. Viven en El Mojón y su local está en Alicante y la playa que se ve por la ventana es la Región de Murcia. H. E.

Antes murcianos que valencianos

Valencianos en la frontera ·

En Pilar de la Horadada el sentimiento de pertenencia es mínimo. La lengua es un problema para una población que siente rechazo: «Es una imposición»

Héctor Esteban

Valencia

Domingo, 5 de febrero 2023, 00:49

Al sur del sur de la Comunitat todavía se paga en los peajes de la AP-7, el valenciano es una lengua extraña y el ... Gobierno de Pedro Sánchez ha aprobado tal recorte al trasvase del Tajo al Segura que ha dejado a los agricultores más secos que la mojama, salazón que se produce en Pilar de la Horadada. Allí, en el último rincón, está El Mojón, el único núcleo de la Comunitat que pertenece a dos regiones distintas. Unas fronteras caprichosas hacen que Pilar de la Horadada (Alicante) y San Pedro del Pinatar (Murcia) compartan palmo a palmo de la pedanía. Allí son alicantinos, por encima de todo, aunque si hay que elegir, antes murcianos que valencianos. Hay familias enteras, valencianas de nacimiento, empadronadas en Murcia en casa de algún amigo o vecino. El objetivo es claro: huir de las clases en valenciano o recibir la atención sanitaria en el hospital Virgen de la Arrixaca. En Murcia no todo es más fácil sino menos complicado.

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Para llegar a El Mojón hay que pasar por un rótulo gigante de la murciana San Pedro del Pinatar clavado en una rotonda. Bajar al sur de la Comunitat es un relato de confusión, porque hasta la AP-7 es de pago –hay que gastarse 2,45 euros en los peajes de Montesinos y Zenia Troncal–.

El día está tranquilo. Claudia acaba de llevar un café desde Alicante a Murcia en menos de diez pasos. Esa es la distancia que hay desde el bar Mediterráneo hasta la terraza del mismo local. Durante el trayecto cruza una frontera, pisa sobre la chapa que la marca –antes había un mojón– y sin darse cuenta viaja cada día mil veces de autonomía a autonomía. Claudia vive y trabaja en El Mojón, donde hay familias mixtas de alicantinos y murcianos. «Aquí, cuando hay temporal, en una misma calle una acera está limpia y otra sucia. Cada parte es de un ayuntamiento», cuenta. «Mi madre se hizo un corte en el dedo y había una patrulla de la Policía Local que no la atendió porque no estaba en su territorio. Vivimos situaciones de película», relata. El bar paga los impuestos del local en Alicante y los de la terraza, en Murcia.

La chapa marca la frontera entre la Comunitat Valenciana y la Región de Murcia en la pedanía de El Mojón. LP

En El Mojón, en invierno, sólo hay gatos y extranjeros. El Mediterráneo es una balsa. La visita se produjo antes de la cadena de borrascas y temporales. La pedanía es casi un lugar fantasma, un recuerdo del pasado verano, con las persianas bajadas y los apartamentos cerrados. En un aparcamiento privado, un hombre pinta una bicicleta de niño para matar, quizá, el tiempo libre. Sin prisas.

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«Mi hijo va a un colegio donde se habla ruso, castellano y valenciano», cuenta Rosa, mientras se toma en Murcia el café preparado en Alicante. «A mí, que aprenda valenciano no me parece mal porque espero que sea bueno para su futuro», apunta sin excesivo entusiasmo y con un acento con el que nadie le haría pasar por valenciana: «Yo es que no soy valenciana, soy de Alicante». Una declaración de intenciones en toda regla y casi de guerra.

Junto a ella, una amiga, que entra en la conversación sin que nadie le diera vela en el entierro. «Yo soy de Cartagena, pero de Cartagena eh», insiste haciendo bandera de su patria. Los cartageneros no se sienten murcianos, de la misma manera que al sur del sur de la Comunitat hay poco lazos valencianos. Allí, el territorio se mueve entre Levante y Sureste, sin que moleste demasiado. Cada palabra es la defensa de una república independiente. «Aquí, por encima de todo somos españoles, no es que no nos sintamos valencianos. Lo único que queremos es vivir en paz», señala Matías Campillo, nacido en Pilar de la Horadada y miembro de la plataforma por la libertad lingüística. «Hay gente que se tiene que empadronar en Murcia para ir a un colegio público. La única opción que tenemos para huir de la imposición del valenciano es pagar uno privado. La Generalitat debería atender la realidad social y cultural de la Vega Baja».

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La última acera de la Comunitat Valenciana está ocupada por coches estacionados. La de enfrente, ya es la provincia de Murcia. LP

No sólo en el ámbito de la educación se mira a la Región de Murcia, en el sanitario también se quiere cruzar la frontera: «Desde la reversión, en el hospital de Torrevieja todo funciona mucho peor. Hay una mala atención y es un caos». Matías recuerda que en su época de estudiante estaba exento del valenciano y su postura es de oposición frontal a cuestiones como el requisito lingüístico: «No puede haber sentido de pertenencia porque las medidas que llegan desde la Generalitat generan rechazo, no nos integran. Somos una zona vinculada geográficamente a la cuenca del Segura y se debe de tener en cuenta. Aquí viven muchos extranjeros, por lo que en una oposición el inglés debería ser más importante que el valenciano».

En la calle, la única bandera que ondea en las desérticas calles de El Mojón es una española de grandes dimensiones en la terraza de una de las casas que está en primera línea, de esas que acarician el mar en duro conflicto con la ley de Costas. Una rojigualda como declaración de intenciones.

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