Santino y Yelina, mellizos, se han despertado de un salto en su casa de Catarroja. Ha llegado Papá Noel a pesar de ese lodo que ... sigue tiñendo de marrón numerosos caminos de la zona de cero de Valencia. Estos hermanos de siete años estudian en el devastado colegio Vil•la Romana, por lo que han sido reubicados en el centro educativo Jaime I. Tiempos de inestabilidad e incertidumbre. Pero son vacaciones. Y Navidad. Los pequeños abrieron con ilusión los regalos. Uno de los paquetes escondía el disfraz de Spiderman que él esperaba con tanta ilusión. Como no podía ser de otra manera, salió a la calle con él puesto. Una mañana espléndida. Soleada. El parque Paluzié, rebosante de vida y flamantes juegos cualquier otro año en esta misma fecha, este miércoles les esperaba con un silencio dramático. Fiestas desangeladas.
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La dana, entre otras tantas cosas, ha arrasado el espíritu de la Navidad en multitud de municipios valencianos. Catarroja es uno de ellos. «Se han despertado con ganas de abrir lo regalos, como si fuera una Navidad normal. Pero claro, al salir a la calle, ves que no hay normalidad porque no ves muchos niños en la calle», explica Karina junto a la puerta del campo de fútbol sala del parque. Su marido, Alejandro, juega a la pelota con Santino y Yelina. Pasan de las 12 del mediodía y la pista es completamente para ellos. Junto a la verja de las instalaciones, numerosos militares trabajan incansablemente para avanzar en las tareas de limpieza.
«Es un pueblo muy bonito. Era muy bonito. Ahora va a tardar mucho tiempo en ser lo que era, pero poco a poco se irá reconstruyendo. Se han demorado mucho. Ahora se ve mucho movimiento del Ejército, pero el primer mes fue negativo. Está todo destruido aquí, todo lo que son bajos y comercios. Va a costar mucho empezar de nuevo. Es una Navidad diferente, atípica por todo lo que ha sucedido. No hay mucho movimiento de gente», lamenta Alejandro mientras Karina le quita el disfraz de Spiderman a Santino. Hace demasiado calor para jugar a fútbol con el traje de superhéroe. Lo aparca para otra ocasión.
Justo en ese momento, integrantes de una unidad militar procedente de Cádiz bordean el parque luciendo todo tipo de complementos navideños: gorros de Papá Noel, diademas de reno, barbas... Cargados con herramientas de limpieza, saludan con cariño a los críos que se asoman emocionados a los balcones. Una nota de color entre tanta sombra.
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En cualquier caso, faltan motivos para celebrar la Navidad como dicta la tradición. «A pesar de que ahora estamos recibiendo el apoyo de los militares y los voluntarios, queda mucho a nivel de obras. La gente tampoco tiene el ánimo para salir a la calle y que los niños estén jugando entre todo eso. Nos gustaría que nuestro pueblo volviese a la normalidad lo antes posible», comenta Karina. Cerquísima, a escasos metros, se encuentra la administración de lotería Rambleta. La misma que el pasado domingo explotó de euforia al repartir 500.000 euros en el sorteo extraordinario. Diez agraciados con 50.000 euros cada uno. Las hermanas María José, Mariam y Paula vendieron una serie entera del 11840, tercer premio del Gordo. Ayer no quedaba nada de aquel éxtasis. La dura realidad se impone.
Santino y Yelina deciden salir de la pista de fútbol sala para correr hacia el otro extremo del parque Paluzié. Ahí, en la zona de columpios, coinciden a los pocos minutos con otro niño. Se llama Alessandro y tiene cuatro años. Papá Noel ha atendido su peticiones y le ha dejado en casa ese dinosaurio gigante y ese muñeco de acción con los que tanto fantaseaba durante los días previos. Para endulzar el viaje a Santa Claus, le había puesto chucherías y una cariñosa carta.
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«Esta Navidad es diferente. El año pasado el parque estaba lleno de niños con los juguetes, los regalos de Papá Noel... Es decir, lo normal. Este año no hay nadie. Ha cambiado mucho», cuenta Bernardo, padre de Alessandro. Ellos se encuentra en Catarroja, una de las localidades más afectadas por la dana. Pero este panorama se puede extrapolar al resto de la zona cero.
Nada de celebraciones estridentes: «En Nochebuena no era ni la 1 de la madrugada y ya nos fuimos a acostar. Otros años abrimos una botella de sidra y ponemos música. Este año, no». Su mujer, Claudia, profundiza en estos sentimientos: «Es por respeto a las familias que han perdido a algún familiar. No puedes estar poniendo música y con mucho festejo. No te nace».
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Tras ese rato de esparcimiento en el parque, Bernardo, Claudia y Alessandro regresaron a casa para comer en casa: «Pasamos la Navidad los tres juntitos. Solos y tranquilos. No tenemos mucha más familia aquí, ya que somos de Uruguay». Y destacan las iniciativas solidarias «para que a ningún niño le falte un regalo».
Dos niñas caminan con una imborrable sonrisa empujando sendos carritos de muñecas. Los jardines del parque amanecieron el pasado 30 de octubre como una montaña de coches siniestrados. Ahora, entre dos alejados árboles, cuelga de una cuerda una retahíla de dibujos realizados por alumnos de Primaria. Creaciones inocentes y optimistas que dan color al paisaje. Sin embargo, Germán no puede ocultar su indignación mientras da una vuelta «para estirar las piernas». Su vivienda está asolada.
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«Estamos muy tocados. Como ha pasado lo que ha pasado, la Navidad aquí es una porquería. ¿De qué disfrutas hoy si no tienes nada? Todavía no tengo en casa. Es un desastre. La dana se ha llevado todo, no me ha dejado nada. Ahora vivo con mi hijo, que está en la planta de arriba. Comeremos ahí. Sigo esperando las ayudas», comenta Germán, abatido.
Se alzan como una excepción los negocios de Catarroja que han retomado la actividad. La hostelería apenas ha podido arrancar. Una circunstancias que empujó a varios vecinos a pasar la Navidad fuera. «Normalmente son días de alboroto en las calles, pero ahora no. Es lógico. No hay ninguna gana de celebrar. Habrá excepciones, pero la mayoría no. Con el panorama que hay... Ves todos los bajos y los comercios destruidos. Comercios hay cuatro que han abierto y de mala manera. Hasta hace cuatro días no había ni supermercado. Salvamos la vida de milagro. No he visto nada igual», relata José, un señor que reside en la localidad desde los años 60. Pasea acompañado de su hermano, Jacinto, quien ha perdido la planta baja en la que vivía: «Se inundó. El agua alcanzó casi tres metros de altura. Ahora tengo un calefactor para sacar la humedad y estamos en el piso de arriba». La comida de Navidad, esta vez, iba a tocar en casa de su hijo en Picassent. Al salir, se vio sorprendido por las calles inertes en un día tan señalado: «Esta mañana no se sentía nada. No había ruido ninguno. No hay prácticamente nadie. Hay pocas ganas de celebración. Está todo como una zona de guerra. Ahora por lo menos se puede andar», dice a modo de consuelo: «Esto era un pueblo de mucha vida. Ahora está muy apagado». José se despide con una postilla para la esperanza: «Volveremos».
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