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Kumle Alalade y Moses Von Kallon, a las puertas del IVAM de Valencia Iván Arlandis

La niña olvidada del Aquarius

Michelle tiene tres años. Su padre llegó en el barco a la deriva que la Comunitat recibió con alfombra roja. Como Kumle no tiene papeles, su hija tampoco. Cinco años después, 300 inmigrantes siguen arrinconados por el Gobierno

Arturo Checa

Valencia

Viernes, 16 de junio 2023, 00:34

Michelle tiene tres años y ni idea de leyes. No sabe lo que es ser un 'sin papeles'. No entiende de promesas incumplidas. Ignora aún que pasó en junio de 2018. No ha tenido que escuchar palabras que se lleva el viento. Ximo Puig: «No ... podemos quedarnos impasibles ante lo que está pasando». Mónica Oltra: «La base de actuaciones estará en lo que fue la base del Alinghi en la Copa América». Joan Ribó: «Valencia debe dar una respuesta a estas personas». Pedro Sánchez: «Haber salvado la vida a las 630 personas del Aquarius hace que valga la pena dedicarse a la política». Grandes discursos que se pronunciaron en aquel pomposo día. Michelle no los conoce. No sabe que aquel 17 de junio de 2018, el Puerto de Valencia se convirtió en el plató de toda Europa. En un escenario de políticos bajo los focos con la llegada del Aquarius, el barco acogido por la Comunitat tras días a la deriva por el Mediterráneo tras cerrarle Italia todos sus puertos.

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Michelle no viajaba en ese barco. Pero hoy vive en Valencia sin papeles. «Es preciosa». A Kumle Alalade se le iluminan los ojos cuando piensa en su pequeña. Su padre si vivió la dramática travesía. Es nigeriano y tiene 33 años. Se echó al mar para huir de una persecución en su país. Jugarse la vida para no perderla en tierra. Vivió lo que es pasar hambre, sed y temor a la muerte junto a los 629 ocupantes del navío. Sabe lo que es vislumbrar la costa de Valencia y soñar. Tener esperanza en un futuro mejor. También sabe muy bien lo que es que las promesas se esfumen.

Kumle Alalade, durante la entrevista. I. Arlandis

«No tengo documentos. No tengo papeles. Ahora mismo estoy como los pájaros». Kumle sonríe amargamente mientras pronuncia esas palabras. Aunque con esperanza. «No hay nada imposible». Es ilegal. Y con él, su pequeña Michelle, la niña que tuvo aquí con otra joven inmigrante. Ellos ahora no están ya juntos, pero la niña sigue siendo el faro de Kumle. Él, olvidado. Ella, olvidada. Como todos ocupantes del Aquarius recibidos a bombo y platillo por la administración. Cinco años después siguen arrinconados por el Gobierno. De los 629, 78 se marcharon a Francia. A los pocos meses ya tenían la condición de asilo. De los demás, 374 pidieron recibir la protección internacional. Con 300 no como respuesta. Y tras pasar el año de la 'tarjeta roja' (nombre que recibe el documento temporal de protección), acaban sin papeles.

«No hay ilegales, hay irregulares». A Kumle lo escucha atentamente Moses Von Kallon. Viajó codo con codo con él en el barco a la deriva. Moses es de Sierra Leona y tiene 29 años. Subió en una patera en la costa de Libia. Naufragó y el Aquarius le salvó la vida. Hoy es el presidente de la asociación Aquarius Supervivientes. Una ong que aglutina en Valencia a los inmigrantes llegados hace un lustro. Con voluntarios que les asesoran en materias legales. Que les dan clases de español. Moses escucha la desesperación de su amigo. «No entiendo porque mi Michelle no tiene papeles, ¡si es una niña!». Y Kumle vuelve a sonreír. Por optimismo que no quede. Sus ojos se ensombrecen cuando repasa su vida. Cómo vive porque un amigo le ha alojado en su casa. Cómo va tirando con los ahorros que logró reunir trabajando «en el campo, en obras». Cómo la incertidumbre le asalta cada amanecer. «No sé qué va a pasar mañana».

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Moses Van Kallon. Iván Arlandis

Moses luce una camiseta negra con un lema que no se sabe si es o no pretendido. 'Futtitinni' se lee en la prenda. Es una expresión italiana. De Sicilia concretamente, la tierra que cerró las puertas a su barco. Define el estilo de vida de los sicilianos. Centrarse en las cosas más importantes y dejar de lado las pequeñeces que obstaculizan la vida de cada persona. Marginar la tristeza o el enfado. Como «a paseo». O «no me importa». Moses hace gala de ello. Mirando al futuro. No mirando al pasado. No le gusta hablar de la travesía en el Aquarius. «Han pasado 5 años y nos hemos olvidado. Ahora pensamos en el futuro, no miramos atrá. Es como si tienes un niño de cinco años y este aún no ha hablado, no camina… está enfermo… Buscas arreglarlo».

Pero hace 'futtitinni' y prefiere no cargar contra los mandatarios que ahora les han dado la espalda. «Nosotros no hablamos de política, hablamos de humanidad». Hasta que se indigna y critica la falta de respuesta: «Mucho 'bienvenidos, bienvenidos' al llegar, pero realmente no fuimos bienvenidos. La puerta está cerrada. No hay bienvenida. Yo no puedo homologar mi título de Económicas aquí. No vale. Sólo puedo trabajar en el campo, o en la carga y descarga. Si fuéramos bienvenidos tendríamos documentos». Moses se coloca la cadena plateada que le cuelga al cuello y reconoce que tiene mejor suerte que su amigo. A él también se le denegó el asilo. Se le acabó la 'tarjeta roja' y vivió unos meses de incertidumbre. «No podía solicitar ayudas, no podía pagar un alquiler, estaba como loco. A punto de dormir en una calle. Por un papel». Al final, sus trabajos en una empresa de reciclaje, en el campo o en la obra le han permitido lograr la residencia que le concede el arraigo social y laboral.

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Kumle y Moses, junto al Instituto Valenciano de Arte Moderno. I. Arlandis

Otros corren mucha peor suerte. Moses y Kumle comienzan a hablar de otro inmigrante llegado en el Aquarius. Malvive en Valencia. «Hace seis meses que se quedó sin documentación». Ha pedido en la calle. Ha tenido que aparcar coches. «Lo está pasando muy mal. Y él no llegó como ilegal, llegó como invitado», señala mientras apura un Aquarius en un jardín de la calle Guillem de Castro. Su suerte le permite por ahora vivir alquilado con un compañero en la avenida del Puerto.

Ni a Kumle ni a Moses les gusta mucho hablar de la familia que dejaron atrás en Nigeria y Sierra Leona. Quizás una maniobra defensiva, una venda para que no se les rompa la herida de la nostalgia. «La familia es lo más importante de la vida», reconoce el presidente de la asociación. Ahora su familia son los amigos, compañeros y voluntarios que les ayudan en Valencia. Mientras les hacen las fotos para este reportaje, a sus espaldas una docena de chicos y chicas ensayan una especie de coreografía de un grupo de danza. Los dos supervivientes del Aquarius parecen mirar con cariño la escena. Quizás recordando los ritmos tribales de sus tierras. Aquellas que abandonaron en busca de una tierra mejor. De un futuro que les prometieron y que aún hoy les niegan.

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