![Refugiados de Ucrania en Valencia | El primer día de clase de Artem en Valencia](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202203/23/media/cortadas/san%20pedro-RmxoJi5YrracEmecLgCRVhO-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
![Refugiados de Ucrania en Valencia | El primer día de clase de Artem en Valencia](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202203/23/media/cortadas/san%20pedro-RmxoJi5YrracEmecLgCRVhO-1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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BELÉN HERNÁNDEZ
Jueves, 24 de marzo 2022, 13:44
Artem no tendrá que volver a agachar su cabellera morena. Ni sus jóvenes oídos volverán a escuchar el rugido del odio que asedia Ucrania. Lejos de la guerra, lejos del miedo, 29 niños de primero de la ESO del colegio San Pedro Pascual de ... Valencia le reciben con los brazos abiertos. «Hemos decidido que lo mejor es no hablarle de la situación de su país», dice una niña rubia. Su semblante es serio, maduro. Consciente. En aquella pequeña aula que ahora se viste con carteles de bienvenida hay 29 jóvenes conmovidos por la historia del pequeño ucraniano. Ninguno duda cuando Artem traspasa el umbral de la puerta. Tarda unos segundos en adentrarse en la clase, alentado por otro alumno de tercero de la ESO de su misma nacionalidad que ya está acostumbrado a la vida en Valencia. Pero sigue adelante. Se ha visto obligado a hacerlo. A dejar atrás la vida que conocía, la casa en la que se crió. Pero aquellos niños de primero de la ESO dejan de ser extraños en el mismo momento en el que pone un pie dentro del aula. Puede que incluso antes aunque él lo ignorara. Desde que fueron conscientes de su llegada, sólo con un día de antelación, planificaron su integración absoluta en el grupo. Como una nueva familia «de acogida» a la que el complemento se le queda grande. Sobra. Al menos para aquellos preadolescentes que ya quieren enseñarle de fútbol, literatura...
La emoción es incontenible. Las mascarillas no ocultan las expresiones de asombro y entusiasmo por poder conocer a Artem. Desde que en la tarde del 22 de marzo los profesores les comunicaron su incorporación, la espera ha sido eterna. «Teníamos muchísimas ganas«, dicen los alumnos del colegio. Todos coinciden en que ansiaban ver una cara nueva vistiendo su uniforme, compartir sus aficiones, cantar sus canciones. Artem, que tuvo que huir y dejar atrás el mundo que conocía, ha encontrado en aquella clase el calor que necesitaba tras tanto tiempo padeciendo por un dolor que le calaba los huesos. Su alma temblaba de frío, pero la ternura de aquellos niños de tan sólo trece años le ha arropado en un instante. No hay nombres de niños en este texto. Sólo el de Artem. El héroe. Ni rostros. Protegemos la intimidad de los menores. La humanidad como única protagonista.
Ya tiene un pupitre asignado. En primera fila, justo al lado de las ventanas. «Todos querían sentarse a su lado», confiesa con alegría Isabel Coloma, tutora de la clase. El compañero que ha tenido la suerte de tenerle cerca no duda ni un instante en arrastrar su mesa para estar más cerca de Artem. Con inocencia, ilusión. E incluso despertando la envidia de sus compañeros. Es un niño pequeño, de grandes ojos azules, que ayuda a su nuevo amigo a colgar la mochila en la silla al ver que este estaba un poco paralizado y encogía sus hombros, cruzando sus manos para buscar un refugio en su propio cuerpo.
«Ya somos tus amigos», pronuncia la clase de primero de la ESO del colegio San Pedro Pascual en un inglés joven pero sincero. Porque para ellos la palabra amistad no tiene una connotación banal, sino profunda. Dos chicos le enseñan sus estuches con los escudos de sus equipos, apresurados porque elija uno. Les preocupa más que apoye al Valencia o al Barça en los partidos de fútbol que el lugar de donde venga. Y Artem lo sabe, lo nota, y se relaja. Vuelve a ser feliz por primera vez desde que estalló la guerra. Enseguida se forma un corro a su alrededor. Todos aquellos niños ansían presentarse para que sus nombres resuenen en la cabeza del joven ucraniano. Artem ya es un nombre perfectamente grabado debajo de la piel de aquellos preadolescentes.
Se amontonan en un corro y esperan pacientemente hasta que les llegue su turno. Las manos de unos en los hombros de otros. Las cabezas asomadas para poder verle mejor. Conocer hacia qué lado de su rostro cae su flequillo. La forma ovalada de sus ojos marrones. Y sobre todo, cuáles son sus juegos favoritos.
«¡Le gusta leer!», exclaman con entusiasmo dos niñas delgadas y que alcanzarán fácilmente el metro setenta a pesar de su corta edad. Su ambición no es otra que lograr que el pequeño se descargue la plataforma online de lectura Wattpad. Y para ellas significa abrirle las puertas al mundo íntimo, fantástico, que han construido con cautela. Sólo se nublan los ojos del nuevo integrante, que durante el tiempo que dura su cálida bienvenida consigue olvidar el trauma con el que carga a cuestas, por la barrera del idioma. «Me alegra que haya venido. Le entiendo un poco porque yo tampoco soy español», dice un alumno italiano. Conoce la sensación de tener que adaptarse a una nueva cultura, a unas nuevas costumbres. Al poder conocer a Artem salta dando palmas de alegría. Puro más allá del adjetivo.
El objetivo principal de los profesionales del colegio San Pedro Pascual de Valencia es brindarle al pequeño apoyo emocional y ayuda psicológica en caso de que lo requiriera. La jefa del departamento de orientación del centro educativo, Sara Olmos, detalla que mediante imágenes tratarán de que se familiarice con el idioma. Por ahora, sus compañeros se sirven del inglés y de gestos para poder comunicarse con él. Para ellos la lengua no es una barrera, su voluntad de brindarle cariño tiende puentes que traspasan cualquier tipo de diferencia. El director de ESO del colegio, Fernando Olmos, está de acuerdo. Comentan que dentro de poco es posible que se incorpore otro niño refugiado de nacionalidad ucraniana. Los docentes se encargaron personalmente de concienciar al resto de alumnos de que aquel niño que entraría por la puerta había sufrido mucho. Y en los ojos de todos ellos se podía observar el deseo de abrazarles.
Gracias a la fundación Juntos por la vida, la profesora de Primaria del San Pedro Pascual Marisa Puchades se puso en contacto con Artem y su familia. En cuanto supo que podía acogerles no dudó ni un segundo. En su casa viven la madre del niño y su abuela. Los hombres de su familia combaten en Ucrania y el móvil es su mejor aliado en una guerra que ha sacudido a todos los hogares.
«Desde el primer momento sentimos una conexión especial», confiesa Marisa mientras se le ilumina la mirada. Cuando fue a recogerles al aeropuerto el pasado 12 marzo se abrazaron como si por sus venas circulara la misma sangre. «Cuando llegó se echó en la cama y durmió profundamente», recuerda la madre de acogida. Aquel momento le marcó, así como las sucesivas noches en las que los integrantes de la familia no pudieron dormir y se desvelaron frente a ella a la mañana siguiente con los ojos cansados y la sensación de no haber despertado de aquella pesadilla.
Conviven con cercanía, consiguen entenderse en inglés. «Les encanta la tortilla de patatas pero no soportan el aceite de oliva». Aún así, la preocupación es constante. La abuela del niño mostró desolada a Marisa que le habían informado sus familiares de que, aunque la finca de su casa en Ucrania se mantuviera en pie, las ventanas estaban reventadas por las explosiones.
En los casilleros de los compañeros de clase de Artem hay tarjetas de felicitación. Tartas con el número trece dibujado. Corazones y letras de colores vivos. Fue Marisa quien insistió en que el niño se escolarizara. «Me pidió si podía ir pasado el viernes 25 de marzo que es su cumpleaños».
Sus familiares estaban decididos a que continuara su infancia. En que la guerra no le robara su risa infantil. Todos los chavales de primero de la ESO están impacientes de que llegue el viernes para celebrarlo con él. Unos niños capaces de borrar de la mente de Artem el sonido de las bombas para volver a restaurar en su mente el dulce suspiro de la niñez.
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