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Una mujer pasea frente al edificio calcinado en Nou Campanar. IVÁN ARLANDIS
Campanar, un barrio que trata de pasar página y superar la tragedia

Campanar, un barrio que trata de pasar página y superar la tragedia

Los turistas siguen buscando la foto con el calcinado edificio de fondo mientras los vecinos más cercanos han revisado los protocolos de seguridad

Viernes, 21 de febrero 2025, 00:44

Amalia Correcher está a punto de arrancar su entrenamiento diario en las instalaciones de Valientes, la asociación que comandó la solidaridad desatada tras el incendio de Campanar. Apenas 150 metros separan su local del edificio calcinado. Se encuentra en Luis Buñuel, una calle perpendicular a Rafael Alberti, donde las llamas hicieron del pasado 22 de febrero un infierno. La cofundadora de la entidad, antes de agarrar las pesas, abre un paréntesis para tomar un café en el bar contiguo. Sentada en la terraza, reflexiona con la esquelética construcción a su espalda. Gira la cabeza. «La gente mira el edificio. Ya lo hemos normalizado, pero hay nostalgia. Hay respeto. Han fallecido muchas personas», lamenta. Aquel fatídico día representó un punto de inflexión en Nou Campanar, un barrio moderno y repleto de urbanizaciones residenciales que, en un abrir y cerrar de ojos, vio truncada su habitual calma. Un duro golpe al que los vecinos se están sobreponiendo, aunque una parte de la cotidianeidad se ha transformado.

«Ha unido mucho al barrio», asegura Amalia, orgullosa de la labor realizada por la asociación que concibió en 2015 junto a Cristina Hernández: «En el barrio notas que la gente es más agradecida. Vas caminando y hay gente que no te conoce de nada y te saluda y te da las gracias. La gente se acuerda de lo que hemos hecho. De algo ha servido todo esto».

Cristina Hernández y Amalia Correcher, de la asociación Valientes, frente a su local. IVÁN ARLANDIS

Justo enfrente de la asociación, se encuentra una finca que prácticamente rozó el fuego. Linda con el segundo bloque que ardió. Allí se está mudando Nieves Verdú, una de las personas que perdió su hogar en el incendio. «Me estoy trasladando ahora mismo. Es el piso en el que vivía mi madre, que falleció en septiembre. Estuve tres meses y pico en Zafranar y, después, de alquiler en otra urbanización de Nou Campanar. Tengo una hija de diez años y mi idea era no moverme», cuenta.

Nieves residía en la segunda planta de la finca quemada: «Nos ha supuesto ver la vida de otra manera. Nos hemos quedado sin nada. Hemos tenido que hacerlo todo desde cero, ha sido muy difícil. Nos hemos dado cuenta de lo que es realmente importante, que es la familia. El barrio se volcó con nosotros. El cariño de la gente ha sido impresionante». Se vio arropada: «Yo creo que ha aumentado ese sentimiento de cercanía. Tras el incendio, todos nos abrazábamos, nos preguntábamos. Ese sentimiento creo que todavía está. Pero poco a poco vas intentando normalizar tu vida. La vida tiene que continuar».

Como propietaria de una de las viviendas afectadas, aparca el futuro. ¿Volverá a vivir allí? «Nunca se sabe», responde. Quedan secuelas psicológicas: «Nos hemos vuelto miedosos. Mi hija, cuando va a un sitio, lo primero que hace es buscar los extintores». Una consecuencia en la que también incide Eva, otra vecina de Nou Campanar: «Se nos ha quedado grabado. Y a los más pequeños, aún más. Por lo menos a mis hijas».

Quedan secuelas psicológicas: «Nos hemos vuelto miedosos. Mi hija, cuando va a un sitio, lo primero que hace es buscar los extintores»

Eva vive desde hace 22 años en una urbanización muy próxima: «Nos afectó porque teníamos conocidos en la finca incendiada. Y compañeros de cole de mis hijas. Nos volcamos todo el barrio. Todos los días pasamos por delante de la finca y no deja de impresionarte por cómo fue todo aquello». No puede ocultar su preocupación: «Tenemos un poco de miedo porque esto les ha pasado a ellos pero le puede pasar a cualquiera. También dudas un poco de los protocolos. ¿Si alguna vez ocurre algo, hago caso al protocolo o me lo salto?». Eugenio coincide al analizar qué debe cambiar tras la tragedia: «Como mínimo, las normas de seguridad en la construcción y lo que tienen que hacer los bomberos. Esto demostró que los protocolos no han servido de mucho».

Por ejemplo, en la comunidad de vecinos a la que pertenece Eva, se abrió un debate y se analizó las características del edificio: «Esta fachada es diferente, pero sí hemos tenido en cuenta los protocolos de evacuación. Nos informamos y cumplíamos con todo. Pienso que deberíamos hacer algún simulacro. Cuando te ocurre, no sabes cómo actuar. A mis hijas les he aconsejado, pero no sé si todo el mundo lo ha hecho».

La joven Felicidad pasea por la zona empujando un carrito de bebé. Vive en el mismo complejo residencial que Nieves. Y que Eugenio. «Los primeros días fueron un shock. Nos tocaba muy de cerca, ya que todo el mundo conocía a alguien. Ahora ya parece que se ha normalizado la cosa. La gente al final lo que quiere es hacer vida normal y seguir con su rutina», explica. Ella es propietaria de una plaza de garaje en la finca calcinada.

«Antes a lo mejor se dejaban abiertas las puertas antiincendios. Ahora todo el mundo las cierra», destaca Felicidad, vecina de la urbanización contigua

El padre de Felicidad, mientras observa las labores de rehabilitación que están en marcha, habla de nuevos hábitos: «Se ha revisado los sistemas de seguridad en todas las fincas y la gente cierra las puertas antiincendios. Se toma más precauciones en vista de lo que sucedió allí». Su hija lo refrenda: «Antes a lo mejor se dejaban abiertas las puertas antiincendios. Ahora todo el mundo las cierra».

A escasos pasos de Valientes, Mónica Romero regenta una farmacia en la que conservan una estrecha relación con numerosas familias afectadas. Sale a la puerta y observa: «Lo ves y se te cae el alma a los pies. Todo el mundo pasa y mira. Eso no lo podemos dejar atrás. Pasamos por ahí para ir a cualquier lado y todos giramos la vista pensando en cuánto tardarán en poder volver a sus casas. Muchos se han quedado por la zona y otros van y vienen porque este era su barrio».

Mónica mantiene clientes de la finca: «Algunos siguen viniendo aunque ahora no vivan aquí. Vienen, echan un vistazo, toman un café donde lo tomaban... Tienen muchas ganas de que se rehaga. Seguimos viendo a muchos».

El edificio calcinado marca una especie de frontera entre el nuevo y el viejo Campanar. En el bar Coté, situado en la entrada al barrio antiguo, Angélica y María José sirvieron cafés a numerosos efectivos de la policía, los bomberos y la UME durante la trágica noche. «Clientes afectados siguen viniendo. Se juntan con los peritos para hablar de la situación. Muchas familias se han ido del barrio porque el alquiler es carísimo», lamentan tras la barra.

«Clientes afectados siguen viniendo. Muchas familias se han ido del barrio porque el alquiler es carísimo», lamentan Angélica y María José tras la barra del bar Coté

En Nou Campanar tiene su establecimiento Óptima Inmobiliaria. Antonio Serrano, con 30 años de experiencia en el sector, explica que, actualmente, hay cerca de cien viviendas en venta en la zona. «Todo el mundo de la finca intenta quedarse en el barrio. Están en búsqueda activa. Hay gente que se ha reubicado por unos medios u otros. Muchos no han comprado y se han quedado en la bolsa de personas que están esperando que salga algo que ellos puedan comprar», apunta. Considera que la repercusión de la catástrofe en el incremento de los precios ha resultado mínima.

«En el aspecto inmobiliario, no creo que haya sido muy significativo. El problema de la demanda en este barrio estaba antes y está después. Creo que no ha afectado mucho. El precio está saturado. La gente que se quiere quedar en el barrio lo tiene muy complicado por la escasez. No ha aumentado el precio por lo que ha pasado. Ha aumentado porque es algo masivo. Está pasando en todas partes», añade Antonio.

Amalia se prepara para regresar al local de Valientes, asociación de educación integral que cuenta con programas sociales destinados a personas en riesgo de vulnerabilidad. Para ayudar a los damnificados por el incendio, recogieron «más de 5.000 toneladas de ropa». Y está convencida de que la catástrofe ha influido en el ambiente del barrio: «Se nota tristeza, incertidumbre. No se habla mucho del tema. Se mira el edificio. Es una imagen que se te queda para la memoria». Y recuerda a «personas que han fallecido después por infarto o alguna enfermedad».

Le duele la frivolidad: «La gente es muy morbosa y venía desde muy lejos a mirar y hacer fotos. Todavía siguen haciéndose fotos. Sobre todo grupos de turistas. Y eso que ya está todo limpio». Como si de un monumento a la desgracia se tratara. Nou Campanar se esfuerza para pasar página.

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