Pablo Alcaraz
Lunes, 31 de julio 2023, 00:32
Sandra fue una de las primeras víctimas de la adicción a las tecnologías atendida en Valencia. Esta joven llegó a gastarse 3.000 euros ... en la tarifa de su móvil en 2005 cuando tenía apenas 16 años. Detrás de esta dependencia se ocultaba un grave problema de autoestima y socialización que trataba de paliar con el uso del móvil, algo que la juventud de ahora soluciona con las redes sociales. Sandra acudió a Proyecto Hombre para tratar de sanar su patología y lo logró. Su madre llamó a los responsables de esta fundación diez años después de que su hija recibiera tratamiento: Sandra había conseguido independizarse del piso familiar y tener una vida normal.
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Mario llegó a estar tan enganchado a los videojuegos que no sabía ni tan siquiera en qué momento del día se encontraba. Le resultaba complicado diferenciar si era de día o de noche en el corto pasillo que va desde la cocina hasta su cuarto. Los cuatro metros cuadrados de su habitación se habían convertido en un búnker donde el joven se pasaba horas y horas jugando a un conocido videojuego. Su mayor interacción comunicativa fuera del universo virtual era intercambiar un par de gritos con su padre cuando este trataba de despertarlo cada mañana. Mario, de alrededor de 20 años, no está en tratamiento.
Las historias de Sandra y Mario, ambos nombres ficticios, son reales. El comportamiento de ambos es un reflejo de lo que le puede estar ocurriendo a los jóvenes de su entorno cuando se pasan horas con la mirada perdida frente a cualquier dispositivo. Es más que probable que ellos no sean conscientes de que son adictos a la droga del siglo XXI: las nuevas tecnologías. Las pantallas han ido conquistando cada rincón de nuestras vidas a una velocidad vertiginosa. Su avance es ya absolutamente imparable. Deslizar para arriba, clicar con los pulgares y dar el tan preciado 'like' son acciones que alimentan el pozo sin fondo de un algoritmo que llega a conocer al adicto más que sus padres. Esto es algo que los jóvenes tienen más que interiorizado en su día a día y no terminan de ser conscientes de los grandes riesgos que puede generar su mal uso.
Algunos de los dependientes a las nuevas tecnologías, o mejor dicho su entorno, buscan ayuda fuera de casa. La Fundación Arzobispo Miguel Roca -Proyecto Hombre Valencia- es una organización sin ánimo de lucro con valores católicos y humanistas dedicada a prevenir y luchar contra las drogas y las adicciones en la Comunitat Valenciana. Fundada en 1985 dio la batalla cuando el boom de la heroína golpeaba duro en Valencia. Actualmente continúa con esta cruzada combatiendo diariamente contra todo tipo de dependencias desde un rincón del barrio de la Fuensanta cercano al Hospital General.
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Los tiempos cambian y Proyecto Hombre ha tenido que renovarse para atender las necesidades de la sociedad y, en especial, de la juventud. Por ello, hace diez años nació el 'Projecte Jove' para hacer frente a nuevos perfiles y tipo de adictos del siglo XXI. Un equipo de tres educadores sociales y dos psicólogos entre los que se encuentra la coordinadora del proyecto y técnico asistencial, María Amor Fernández, vela por dar la asistencia profesional adecuada a cada uno de sus pacientes. El pasado año el equipo atendió a cerca de 60 jóvenes de edades comprendidas entre los 13 y los 24 años.
Fernández utiliza la definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que demuestra que una adicción es en realidad una enfermedad causante de una dependencia así como un estado psicoemocional negativo en todos los ámbitos de la vida de una persona. Esta psicóloga profesional alerta de que este tipo de patologías ligadas a las nuevas tecnologías cuentan con fases de tolerancia o síndrome de abstinencia homologables al de las drogas convencionales. Sin embargo, la coordinadora apunta que las adicciones a sustancias presentan una dependencia física mientras que las tecnológicas tienen repercusiones en la conducta emocional. Por este motivo, «estas nuevas adicciones tienen que ver con la salud mental», concluye.
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Desde Proyecto Hombre apuntan a la necesidad de formación constante de su equipo terapéutico para que esté acorde con la evolución tecnológica tan rápida que vivimos hoy en día. Asimismo, los profesionales deben empatizar para poder comprender las circunstancias sociales de los pacientes más jóvenes. Una de estas causas coyunturales fue la pandemia. Desde la entidad señalan que siempre habían manejado una horquilla de cinco o seis personas en el tratamiento específico de nuevas tecnologías, pero a raíz del Covid-19 ha habido momentos que han duplicado esta cifra llegando a atender hasta a diez personas: «No nos había pasado nunca», admite Fernández.
La memoria anual que presentó hace unos días la fundación corrobora el aumento de casos de este tipo entre los jóvenes. En el año 2021, del total de tratamientos realizados en jóvenes sólo el 3% de los casos estaba relacionado con las nuevas tecnologías o con las redes sociales. En 2022 el porcentaje subió 11 puntos hasta situarse en el 14%. Proyecto Hombre pasó de atender alrededor de cinco casos a multiplicarlo por cuatro hasta tratar 23 atenciones de esta índole. La categoría de adicciones «Tecnológicas» aparece únicamente en el apartado del informe dedicado a la juventud, no así en el de los adultos. La coordinadora del 'Projecte Jove' achaca este gran incremento de casos a la propia mentalidad juvenil que se vio encerrada en casa o con restricciones durante mucho tiempo y, cuando las últimas de estas cayeron, vino el boom.
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La tendencia de las adicciones entre el público joven y los menores de edad va al alza. Mientras que este tipo de trastornos no presentan un sesgo de clase, porque casi todo el mundo tiene un teléfono móvil o un ordenador, la dependencia tecnológica sí presenta rasgos de género. «Que no haya mujeres en los programas de adictos no quiere decir que no lo sean, sino que ellas no acuden porque es un tabú social«, asevera Fernández.
El año 2022 fue histórico porque en Proyecto Hombre Valencia se rompió la barrera de que una de cada cuatro atenciones que realizaba la fundación por adicciones era ya a una mujer. En el programa juvenil también se registró esta marca. El memorial de la entidad explica que pesa sobre la mujer «un doble estigma» que hace que acceda más tarde al tratamiento y en peores condiciones de salud: «Ellas lo guardan en silencio porque está mal visto socialmente».
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En lo que las tendencias se refiere, existen motivaciones diferentes entre hombres y mujeres: ellos reportan más casos de adicción a los videojuegos y a la ludopatía; y ellas, acuden más por temas relacionados con las redes sociales. Sin embargo, los hombres siguen liderando claramente el número de casos de poliadicción, es decir, de más de una dependencia.
Aun teniendo en cuenta este diferencia de género, Fernández explica que está demostrado científicamente que pesan más los factores personales a la hora de desarrollar este tipo de adicciones que cuestiones de género o de clase social. Javier Plumed, médico adjunto de Psiquiatría de la Unidad de Hospitalización a Domicilio del hospital La Fe, coincide en que este tipo de dependencias llevan aparejadas otro tipo de patología de base o un problema caracterial. Sin embargo, el doctor matiza que no existe consenso dentro de la comunidad psiquiátrica a la hora de considerar la dependencia a las nuevas tecnologías como una adicción.
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Los jóvenes presentan un doble problema a la hora de analizar el riesgo. El primer obstáculo es, tal y como apunta la coordinadora, que hasta los 21 años no se forma «la percepción biológica del riesgo», es decir, se dan cuenta tarde de la dependencia que sufren. El segundo problema es que hasta que no han superado el tratamiento, los jóvenes afectados no terminan de ser conscientes del grave problema que tenían.
A la hora de determinar los focos que originan la dependencia surgen dos grandes culpables: la presión social y el mal uso de las nuevas tecnologías. Respecto al primero de ellos, Fernández responde con una afirmación contundente: «Le estás diciendo a un joven que deje de fumar porros cuando todos sus amigos lo están haciendo». Esta lógica es aplicable al uso del teléfono móvil, el ordenador o las videoconsolas. La otra cara de la misma moneda es que la juventud debería «buscar un equilibrio en el uso de las nuevas tecnologías» porque tenemos de todo en la palma de la mano y, por lo tanto, «todo depende de los usos que le queramos dar».
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El hecho de que una patología como la adicción intervenga en todo lo relacionado con una persona provoca afecciones directas en su vida cotidiana. Por lo tanto, el abanico de riesgos se multiplica. Físicamente pueden aparecer problemas de visión, insomnio, cansancio u obesidad. Pero los más peligrosos son aquellos que no se ven. Por ejemplo, a nivel psicológico han aparecido casos graves de depresión o ansiedad que aunque las nuevas tecnologías no haya actuado como causa, sí lo han hecho como agravante. También a nivel familiar se han dado casos de violencia filioparental tras el intento de algún padre por confiscar el teléfono móvil de su hijo. Finalmente, todo ello puede desembocar en un aislamiento social acusado para los afectados por esta dependencia.
Puesto que el 'Projecte Jove' trabaja en su mayoría con menores de edad, uno de los primeros síntomas palpables de que algo no funciona bien es un notable descenso en el rendimiento académico. En este caso la causa de que un menor tenga un elevado numero de suspensos sería la consecuencia de la tecnología. El informe de UNICEF titulado 'Impacto de la tecnología en la adolescencia' de 2021 reflejó que la edad media con la que los niños de la Comunitat Valenciana tienen su primer móvil es de 10,86 años, una cifra ligeramente inferior a la media nacional situada en los 10,96. La Comunitat fue la autonomía que más centros aportó al estudio de Naciones Unidas con 27 de los 265 participantes totales.
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La familia es una pieza fundamental a la hora de la detección y el tratamiento de los casos porque «si fuera por voluntad propia, no vendría a terapia ni el uno por ciento de los afectados». El tratamiento es individualizado para cada caso implicando al joven en cuestión y a su familia. Fernández defiende que es fundamental fomentar los «factores de protección» para que las personas adictas refuercen su autoestima y su capacidad para relacionarse con los demás. El deporte o las iniciativas sociales son una muestra de estos. El núcleo familiar es una parte clave para sacar adelante el tratamiento. De hecho, los familiares acuden a la fundación más veces que los propios pacientes para recibir el asesoramiento profesional y aprender qué normativas de uso de los dispositivos imponer.
El papel que juegan las instituciones públicas a la hora de combatir esta lacra que ataca a los más jóvenes es insuficiente tanto en las labores de prevención como en las de actuación. Desde Proyecto Hombre afirman estar desbordados por la falta de programas y especialistas dentro del sistema sanitario público llegando a definir el acceso a la salud mental infanto-juvenil como una «odisea». Plumed ratifica que no hay ningún programa específico dentro del sistema sanitario público que se haga cargo de este tipo de adicciones tecnológicas. «Se desconoce cuál sería su utilidad porque ahora mismo no existe dentro de la Sanidad Pública», afirma el psiquiatra.
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La coordinadora del 'Projecte Jove' lamenta que las campañas de prevención que se realizan desde la Administración estén diseñadas «por adultos para adultos y no enfocadas a la juventud». Fernández apunta al motivo por el que desde la política no se invierte más en este tipo de iniciativas preventivas: «Esto es plantar y saber esperar, los resultados se ven a largo plazo». Por otro lado, desde Proyecto Hombre advierten que las inversiones en prevención en el presente serán ahorro de costes de tratamiento en el futuro para acabar recordando que «prevenir evita enfermedades».
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