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La valenciana Nuria Martín junto al control sanitario establecido en el Aeropuerto Internacional Ninoy Aquino, al sur de Manila. EFE

Nuria, una valenciana repatriada de una remota isla de Filipinas: «Llevo cuarenta días comiendo arroz y cuando hay suerte pescado»

La mujer, de 39 años, hacía voluntariado en Bayaca cuando le sorprendió la pandemia de COVID-19. Después de seis semanas de cuarentena, regresa a casa

Sara Gómez Armas / efe

Manila

Jueves, 23 de abril 2020, 17:19

Una lancha rápida, un buque de la Guardia Costera, un coche y un avión han sido los medios de transporte que Nuria Martín, una valenciana de 39 años, ha tenido que emplear para llegar a Manila y subirse en el vuelo de Iberia que esta noche repatriará a unos 160 españoles de vuelta a casa.

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En total regresan a sus países casi 300 personas -160 españoles, 110 ciudadanos de otros países de la Unión Europea (UE) y una veintena de europeos y filipinos residentes en España- que estaban desperdigados por alguna de las casi 8.000 islas que forman Filipinas.

Se trata del primer vuelo de repatriación organizado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España desde el Sudeste Asiático -el día 30 saldrá uno de Bangkok, así como otro de Sidney- y el que más europeos va a sacar de Filipinas. Pero llegar el aeropuerto Ninoy Aquino de Manila para poder abordar ha sido una odisea.

Nuria hacía voluntariado en Bayaca, una diminuta y remota isla privada donde había literalmente «cuatro personas, cinco perros y un gato» que han vivido en medio de un paraíso perdido seis semanas de cuarentena por la pandemia de COVID-19.

Confinada en 3,8 hectáreas

«Playa, algo de buceo, mucha lectura y meditación. No había mucho más que hacer en una isla de 3,8 hectáreas», resume Nuria, que llegó a esa isla a ayudar en su reconstrucción tras el paso de varios tifones menos de una semana antes de que el presidente filipino, Rodrigo Duterte, anunciara el cierre de fronteras por tierra, mar y aire.

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Al principio Nuria se sentía segura confinada en esa pequeña isla donde no hay más que un club de buceo -tampoco electricidad ni agua corriente-, pero a medida que pasaban los días, la cuarentena se alargaba y las posibilidades de salir de allí disminuían, no dudo en sumarse al vuelo de repatriación «si lograba llegar a Manila».

«Llevo cuarenta días comiendo arroz y cuando teníamos suerte pescado. El agua para poder beber o incluso para bañarte había que ir a buscarla a otra isla en lancha«, cuenta .

En la larga cola de la terminal 1, entre controles de pasaporte, controles de temperatura y refrigerios donados por la Cámara de Comercio de España en Filipinas, los turistas agradecen las gestiones y el interés del consulado en llevarlos de vuelta a casa.

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«Hemos tratado de atender todas sus angustias y preocupaciones«, apuntó el cónsul español en Filipinas, Fernando Heredia, quien elogió la «paciencia, el coraje y la comprensión de todos los turistas en esta tesitura tan complicada».

Doble reto de la repatriación

El cónsul explicó que la logística se ha enfrentado a un «doble reto»: uno común a todos -la disminución de las conexiones aéreas y el aumento de las tarifas, y el «desafío filipino» -la dispersión de los turistas españoles en remotas islas.

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La colaboración de las autoridades filipinas ha sido imprescindible para el feliz desenlace de la mayor evacuación de turistas en el país, ya que ha sido necesario movilizar aviones militares, barcos de la Guardia Costera y transportes de turismo, explicó Heredia.

La cuarentena y el cierre de Filipinas decretado por Duterte el 17 de marzo llegó cuando unos 600 turistas españoles se hallaban en el archipiélago: unos 400 lograron irse por sus propios medios a pesar de las cancelaciones de vuelos y restricciones de viaje; 160 se marcharán hoy, y cerca de un centenar ha decidido quedarse en Filipinas.

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Christian Rioja, un bilbaíno de 33 años, decidió en un primer momento quedarse en Filipinas ante las dificultades para viajar y cuando el brote de COVID-19 en España alcanzaba su pico; pero una infección en el pie le obligó a cambiar de planes.

«El diagnóstico inicial no fue correcto. La herida fue a peor y empezó a necrosar», explica Christian postrado temporalmente en una silla de ruedas por esa lesión.

El origen parece que fue la picadura de un escorpión mientras descansaba en las paradisíacas playas de Port Barton, un pequeño pueblo de pescadores en la isla de Palawan que se ha puesto muy de moda entre mochileros.

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«Me quedé porque no me quedó otro remedio, mi vuelo se canceló, luego pelear para que me devuelvan el dinero, reservé otro vuelo que también se canceló. Luego recibes noticias de España, y no sabes si es mas correcto quedarte o volver. Y así han pasado seis semanas», cuenta Christian, que ya sentía que éste era el momento de regresar.

Vuelos escoba

Como Nuria, Christian llegó hoy a Manila desde un «vuelo escoba» desde la ciudad de Port Barton, donde se agrupó a los turistas de la zona occidental del país.

Desde otro vuelo escoba procedente de Cebú -donde se ubica el principal aeropuerto del centro del país- llegó Marina Gallardo, feliz de volver a casa porque, tras dos meses recorriendo espectaculares islas filipinas, sentía que su tiempo en el país ya se agotaba.

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«Cuando comenzaron los rumores de cierre nos trasladamos a Malapascua, una isla pequeña sin mucha gente, porque nos pareció que allí había menos riesgo para la salud. Al principio estuvimos bien, pero entre tanta incertidumbre la angustia general crecía», explicó esta barcelonesa de 25 años que viajaba con su novio.

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