Julián Quirós
Martes, 1 de noviembre 2016, 06:35
Publicado en la edición impresa del 30 de octubre de 2016.
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Un día apareció una pintada insultante contra él, en la calle. No hizo caso. Estas cosas pasan, se dijo para adentro. Pero desde aquel momento todos en el pueblo entendieron. Dejaron de hablarle, sin excusas ni disimulo. Todos se apartaban de su camino. Estaba apestado. Dejó de ir a la tasca. Y al club ciclista los domingos. Luego le mataron. Mataron al Txato, un pequeño empresario que se negó a pagar el impuesto revolucionario, se negó o más bien no pudo. Pero dio igual. Le mataron y su familia además tuvo que marcharse del pueblo, huir, esconderse, no molestar a quienes pudieron participar en su asesinato físico y a tantos otros que por omisión o silencio contribuyeron previamente a su asesinato civil. Fernando Aramburu acaba de recrear en Patria ese clima brutal de opresión que vivió el País Vasco, sobre todo sus zonas rurales, en los años de plomo de ETA. Una sociedad dominada por el crimen que a su vez engendraba fanatismo a raudales en las mayorías dominantes y miedo, un miedo inmenso, entre sus víctimas potenciales.
Hace justo tres fines de semana, Santiago Posteguillo recomendaba vivamente durante una cena la lectura de la última obra de Aramburu: «es una novela muy bien escrita y sobre todo una novela necesaria». Cierto. «Ya era hora», fue la conclusión más o menos espontánea de la conversación; «¿cómo es posible que se haya tardado más de treinta años en escribir y publicar una novela así de necesaria?» Lo que no podía imaginar Posteguillo es que apenas unos días después, un amigo suyo, valenciano y oriundo de Puzol, buen lector, noblote y guardia civil, sería brutalmente apaleado en Alsasua por una banda de filoterroristas, junto a su novia y otra pareja. Por txakurras. Alsasua, para el caso, bien pudiera ser el pueblo donde corren los sucesos terribles contados en Patria. Unos hechos que erizan la piel de cualquiera. O de casi cualquiera. Incluso en la Comunitat Valenciana nunca falta algún estrafalario incapaz de empatizar con el dolor o de reprobar sin matices la violencia terrorista. La nota anormal del momento presente es que algunos de estos personajes ideológicamente marginales han acabado representando a las instituciones. Sin irnos más lejos, el excantante y diputado de Compromís que acaba de alcanzar la cumbre parlamentaria, Josep Nadal, tuvo la desfachatez de escaparse de Les Corts cuando tocaba solidarizarse con los agentes agredidos. Por txakurras.
Fue su primer minuto de gloria. Al menos lo hizo callado. Luego ya se ha recreado en el atril, remangado, farruco, con la pose esquinada, dispuesto a ignorar los derechos políticos de la bancada del PP con una sutileza muy personal (busquen el vídeo en internet, impagable): «sí señooora, ¿queeeé paaaasa, aussssted qué le pasa?, o se comportan o se van.... señor presidente, le demando que empiece a expulsarlos...». Y el presidente de Les Corts, allí, de cuerpo presente. Pasmado. Y cuando Isabel Bonig le recordó al mozo embravecido que tenían la misma legitimidad que él para estar ahí, había que verlo negar y cabecear desde el escaño mientras reclamaba al presidente de Les Corts, perdón a «Enric», colega, que los pusiera en su sitio. Le debe costar a Josep Nadal soportar eso que ellos suelen llamar el facherío, claro que cualquiera con cuatro lecturas encima sabe que ese arrojo suyo, esa dialéctica guerracivilista, esas ganas de aparcar la puñetera contención para hacer lo que uno tiene que hacer, esa retórica del odio y la negación del contrario, todo eso es una conducta fundamentalmente facha y totalitaria.
En resumen, que a Morera se le escapó el debate de las manos. No ha sido su mejor semana. También se le escapó Font de Mora, con protesta incluida. A un Morera atribulado se le escapan de la mano los debates porque está siendo objeto de una estrategia ajena. La inoperancia del Consell en no pocos campos está llevando a los grupos parlamentarios del tripartito gobernante a utilizar las sesiones legislativas como un escenario de agenda alternativa, para quitar presión al Ejecutivo con debates paralelos o de segunda categoría. Y Morera parece no haberse percatado, o si lo ha hecho resulta incapaz de reaccionar conforme a las obligaciones de su cargo. En vez de usarse Les Corts para que la oposición controle a la Generalitat, está siendo usada para que la Generalitat a través de sus grupos haga la oposición a la oposición. Se está alterando la naturaleza de los poderes a través de una ficción, la fiscalización de los gobiernos del PP, que ya no gobiernan, mientras se elude el obligado control al gobierno que ahora ejerce tal responsabilidad. A veces, la cosa todavía sobreviene más chusca y lo que se abre es un frente sobre el sexo de los ángeles, o sobre debates en los que no se tiene competencia. Esta semana, los grupos decidieron pedir a Mariano Rajoy, con 48 horas de antelación, que no cambiase la hora en la Comunitat; que es mejor para el turismo dejar el horario de verano, ¿aunque eso suponga tener un huso horario distinto al resto de España? Ni era el momento, ni el sitio, pero se ve que esto de la España federal lo mismo toca empezarla por los relojes.
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Mientras, el Consell, a trompicones, rodeado va de desafíos y polémicas, sin que ocupen en Les Corts el tiempo que merecen. Hagamos una lista de diez, todas recientes. 1) Hasta 600 preguntas de la oposición al Consell han estado bloqueadas en Les Corts sobre los temas más variopintos, desde la ayuda al amigo Eliseu Climent a los gastos de la caja fija. 2) El desgaste de la consellera Montón continúa; la comisión parlamentaria que investigará sus nombramientos sigue sin actuar pese a que se acumulan nuevas sospechas, mientras Oltra y Compromís ya la han dejado caer. 3) La elaboración de los Presupuestos refleja la enorme presión de cuadrar unas cuentas públicas imposibles, contemplando 1.400 millones de ingresos inexistentes. 4) El asalto precipitado al Consejo Jurídico Consultivo con tal de quitar del medio a Vicente Garrido tras el varapalo de su dictamen a la Ley de Género liderada por Mónica Oltra. 5) La apuesta de la vicepresidenta por la gestión privada para acabar con las lista de espera en las residencias; una decisión lógica, pero chocante con tanta demonización previa. 6) Las tensiones internas del Pacto del Botánico a cuenta de la abstención del PSOE en la investidura de Mariano Rajoy; ya está anunciada la dimisión de uno de los principales colaboradors de Puig, el sindic Manuel Mata. 7) En la Comunitat Valenciana próspera e igualitaria ¡están subiendo los desahucios! desde que gobierna el tripartito. 8) La fiscalía acaba de abrir una investigación sobre el presunto uso fraudulento de los fondos electorales de Compromís. 9) El conseller de Transparencia Manuel Alcaraz mantiene una lucha soterrada y creciente con el Consejo de Transparencia. 10) Y prisas, muchas prisas por reabrir RTVV como sea y al coste que sea: 55 millones para empezar, frente a los 24 millones de la televisión de Castilla y León, 27 millones en Canarias y 44 millones en Aragón. En fin, material le sobra a la oposición para dar fuelle a la institución parlamentaria. Los partidos del tripartito ya procurarán entretenernos con nuevas sobreactuaciones a lo Nadal. Él parece estar por la labor.
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