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EN UN PALCO DEL TEATRO PRINCIPAL

TEODORO LLORENTE FALCÓ

Sábado, 5 de noviembre 2016, 00:08

Es una noche de 'Lohengrin' en el Teatro Principal. Noche de gala para los buenos aficionados a la música y al 'bel canto'. Paco Viñas, el simpático tenor que se ha ganado la admiración y la buena voluntad de los asiduos concurrentes al «elegante coliseo de la plaza de las Barcas», según frase de entonces, canta esta noche. En la banqueta de la orquesta, el maestro Goula, el de las largas y canosas barbas y frac impecable, se dispone a empuñar la batuta. Entre la distinguida concurrencia corre la noticia de que para el 'racconto', el poeta Llorente ha escrito una traducción valenciana. A la puerta del teatro, uno tras uno, van deteniéndose coches y más coches: landós, faetones, berlinas... Las señoras llevan en la cabeza gracioso 'sprit' y se cubren con largos abrigos forrados de pieles. En los hombres domina la chistera. No sabemos por qué, el traje de levita es el de ritual. Se van llenando las butacas. Los palcos tardan más en ocuparse. Sus abonados gustan, algunos de ellos, llegar apenas comenzada la representación, sobre todo si se trata de 'ellas' y éstas estrenaron traje. Todavía no se ha introducido la costumbre de oscurecer la sala durante los actos. ¡El ric-rac del descorrer una cortina llama tanto! ¡Y si ese descorrer lo produce una mano pequeña enguantada...!

Presenciamos la representación desde uno de los palcos del piso principal. ¡Cómo lucen las faldas de las señoras que ocupan las plateas! No hay teatro en España que se construyera pensando más en la mujer como el Principal de Valencia. Ocupan los palcos y plateas, especialmente, las familias que brillan más por su elegancia; los del piso principal son los preferidos por la nobleza. En los primeros lucen más las galas de la mujer; en los segundos domina la nota del señorío.

La representación ha comenzado. En las galerías altas se apretujan los verdaderos aficionados, los más virtuosos, los que constituyen la pesadilla de la empresa, porque en algunas temporadas le hicieron cambiar de tenores como de camisa. En los palcos-peñas, aún refugiados en los pisos superiores, y a los extremos, junto a la boca del escenario, se reúnen grupos de amigos. ¡Y cómo saben de gustosas estas 'peñas', en las que se habla y discute de todo, y de las que bajaron muchas veces ovaciones y fracasos!

Ha llegado el momento culminante. Paco Viñas va a cantar el 'racconto'. El caballero del cisne se identifica de tal manera con el legendario caballero que aquello parece un ensueño. El público todo está pendiente de los labios del tenor. ¡Y qué cadencia tiene la letra valenciana! ¡Parece hecha para estas grandezas espirituales! Una ovación formidable que no acaba nunca estalla en todo el teatro, Los 'virtuosos' del paraíso enronquecen a ¡bravos!, y muchos palcos-peñas se vacían, porque sus abonados son ya todos amigos de Viñas, que se halla en los mejores años mozos, y quieren darle un abrazo.

Ha terminado el primer acto. Es la hora de las visitas. Un criado del café lleva en una bandeja de plata unos cartuchos de 'yemas capuchinas'. Una muchachita de nuestro palco, bella como una azucena, sonríe y da las gracias a un joven que está en el pasillo central de la sala con varios amigos. Algo ha advertido ella en el gesto del joven, porque baja la vista y busca el disimulo. No hay pinturas en los rostros y el recato domina en los movimientos.

Ha terminmado la función. Va saliendo el público. Los coches, por riguroso turno, van llegando a la puerta. Se oyen voces: ¡Dos Aguas! ¡Buñol! ¡Vellisca! ..., Son los cocheros que se llaman y se ordenan, apelando a los nombres de sus dueños.

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