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Bolos fuera, balas dentro

Bolos fuera, balas dentro

Con Puig y Oltra fuera o dentro de la Comunitat, llama la atención la ausencia de reacción a los reveses sobrevenidos

Julián Quirós

Martes, 15 de noviembre 2016, 09:33

Publicado en la edición impresa del 13 de noviembre de 2016.

Cuentan los empleados históricos de aquella primera tienda de Preciados que, en su lecho de muerte, el fundador de El Corte Inglés, aquel fabuloso empresario llamado César Rodríguez, fue repasando uno a uno a todos sus sobrinos, preguntando si se encontraban allí, junto a él, en el piadoso momento final. Todos por turno fueron respondiendo «sí tío; estoy aquí», incluyendo el mismísimo Ramón Areces. Al acabar la ronda de interpelaciones, Don César, alarmado, dejó en el aire una última pregunta, a modo de palabras testamentarias: «si estáis todos aquí... ¿quién se ha quedado en la tienda?». La leyenda, por supuesto apócrifa, merecería ser cierta, porque hace grande y bella una biografía, una obra humana, y retrata un modelo de pensamiento y una escuela de trabajo.

Al presidente de la Generalitat, Ximo Puig, y a su número dos, Mónica Oltra, les ha tocado esta semana dejar la tienda y salir de bolos. Pero con ellos fuera o dentro de la Comunitat, llama la atención la ausencia de reacción a los reveses sobrevenidos, sin oficial de guardia pendiente de explicar el definitivo fracaso de los planes del Consell en materia de libertad horaria o los sonrojantes toques de atención de la justicia acerca de la obstrucción a la labor de la oposición.

El bolo presidencial ha llevado a Puig a Londres, a la primera feria de turismo del mundo. Un sitio en el que hay que estar. Para vestir el santo, no obstante, su equipo corrió voz de la entrevista del jefe del Consell en The Guardian, una de las grandes cabeceras europeas. En ella, Puig arreaba contra «la corrupción y especulación» de sus predecesores. Es su línea acostumbrada, ensayada antes por Alberto Fabra: ante la insuficiencia del proyecto propio, opta por justificarse descalificando la herencia recibida. Es legítimo. Siempre que no se use dinero público para ello. La entrevista resultó no ser un encargo periodístico, sino publicitario. Fue un artículo pagado. El periódico británico cobró de un tercero por publicar una entrevista con el presidente de la Generalitat. Es lo que llamamos un publirreportaje, que habitualmente se utiliza para promocionar los elementos positivos de una administración, pero nunca para atacar al adversario y hacer partidismo político, entre otras cosas porque está penalizado por las leyes.

A mitad de semana Puig se confesó «en estado de shock», acusando una honda preocupación por la victoria de Donald Trump. Pero sin duda más dolor debió provocarle la callada traición de su socio Carles Puigdemont, el presidente catalán que apenas dos meses atrás nos prometió amor eterno. Ambos se juraron «unas relaciones privilegiadas en cualquier circunstancia», incluyendo la independencia. Puigdemont entró en el Palau rodeado de cien caballeros -ante el aplauso complaciente y generalizado de la elite valenciana- para sellar la mutua fraternidad. Y a la primera de cambio declara que no acudirá a la conferencia de presidentes autonómicos encargada de activar la nueva financiación, esa misma conferencia auspiciada por Ximo Puig. El líder soberanista se propone entablar «una negociación bilateral» con el Gobierno y allá se apañen solos los valencianos. Aunque suponga abundar en cierto tópico (ustedes lo perdonen), sirva aquí como imagen franca aquella reflexión del genial Belmonte, contada a través de Chaves Nogales hace casi un siglo: «hice en Barcelona varios descubrimientos sensacionales, el primero es que los catalanes sacan tabaco para ellos solos».

Puig ha escapado de ambos charcos con facilidad, lo que da idea de su amplio dominio sobre la opinión publicada. Pero el mar de fondo sigue ahí, atento y amenazante. Oído a uno de los mejores ojeadores de la izquierda tripartita: «Fijaos, hoy, Ximo cuestionado por comprar una entrevista a un diario inglés mientras Oltra aparece en 13TV, ¿quién es el político de los dos?». En efecto, la vicepresidenta compareció durante una hora en el programa estrella de la cadena televisiva de la Iglesia (con la que ha tenido sus más y sus requetemás a cuenta de sus polémicas con el cardenal Cañizares) y no pudo presentarse más comedida, refrenada y empática. Modulando su mensaje hasta el extremo y su apariencia hasta más allá, incluyendo una vistosa cruz sobre el cuello, bien visible al ojo de la cámara. Irreconocible, en fin, tanto su vestimenta como sus gestos («¡si parecía una ursulina!»). Ya se ha escrito aquí otras veces: Oltra se trabaja nuevos nichos de votos; una vez asegurado su liderazgo en el ecosistema social de Compromís, desde su posición institucional persigue otras bolsas alejadas de la izquierda militante. No lo tendrá fácil, demasiado viraje doctrinal («todos exageráis con ella, no es para tanto... va demasiado sobrada, está encantada de haberse conocido, el principio del fin de cualquier político»). A la mañana siguiente, Oltra conferenció ante la pomada madrileña en Nueva Economía Forum. Allí fue más ella misma, más restallante contra el PP. Otro público, otra modulación. Pero cada vez menos brava. Su mitin va perdiendo aspereza. Al Ritz madrileño no se atrevió Oltra a llevar aquel llauro desatado de Alboraya que la presentó cuando fue convocada por el mismo foro de opinión en el hotel Las Arenas. No se atrevió a llevarse al Savonarola del Bloc hasta el epicentro de España para que repitiera sus insultos a los invitados, con su «asco» por los presentes y su acusación de «falta de cojones y ovarios», al estilo de Millán Astray. Ha pasado sólo un año, pero la lideresa del tripartito ya sabe que el llauro y otros trucos de antaño son un lastre si quiere crecer socialmente en Valencia o ser alguien respetable en la política nacional.

Y entre tanto bolo foráneo, un revés tras otro. Por segunda vez, el TSJ ha condenado al Consell por su obstruccionismo a la oposición, al negarle la información reclamada conforme a su legitimidad parlamentaria. El tripartito, qué cosas, imita ahora lo que durante tantos años criticó al PP. Oltra, más allá de a perplejidad, no acaba de asumir que al mazo de la justicia le toca ahora estar pendiente de ella y de los suyos. Añádase que Transparencia Internacional acaba de golpearles en su principal línea ética, al acusarles de incumplir las normas relativas a la licitación y comunicación de los concursos públicos. Otro de sus antiguos martillos de herejes. Y cambiando de escenario no es menor el fracaso definitivo de uno de los principales focos del tripartito, la reducción de los horarios comerciales. No se llevará a cabo este legislatura. Los tribunales están siendo rotundos. La conselleria de Climent no podrá imponer sus apriorismos ideológicos por encima de los derechos de operadores y consumidores. Lo están vetando los jueces y lo está ratificando el Consejo Jurídico Consultivo, incluso después de haberse quitado de encima a Vicente Garrido. En síntesis, muchos bolos fuera y la tienda sin barrer, que diría el gran César Rodríguez.

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