El periodista Sergi Castillo (Cocentaina, 1978) acaba de publicar un segundo libro de denuncia que, como el primero, 'Tierra se saqueo', no gustará a todo el mundo. Un compendio de retratos más fiscales que notariales, 'Yonquis del dinero. Las diez grandes historias de la corrupción valenciana', en los que narra (algunas de) las maldades que se les atribuyen a varios de los principales protagonistas de la crónica políticojudicial valenciana. Un libro documento que disgustará sobremanera a quienes consideren que remueve un pasado cuyo perfil todavía se dirime en los tribunales. Molestará a los que de buena fe o por la cuenta que les trae estiman que lo fundamental ahora y aquí es limpiar el nombre de Valencia de la roña que se le ha ido adhiriendo en estos últimos años. Pero que uno, que va por libre y no reniega de su condición de historiador frustrado, no puede por menos que celebrar porque constituye un estadio intermedio entre el periodismo de investigación y la crónica de tribunales y la historia. Un paso previo -y editorialmente explotado en otros lares- a que los acontecimientos ingresen en los anales y que lo único que nos cumple desear es que se dé de la manera más rigurosa posible.
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La prensa del Cap i Casal cumplió con su obligación. Contó lo que debía contar a su debido tiempo, no como otras, que disimulan sus complicidades insinuando que sólo en estas partes se cocían habas, cuando no fue así. Pero faltaba el obligado resumen de lo publicado. Encajar en un solo tomo todas las piezas (judiciales) desgranadas a lo largo de los años para que el rompecabezas cobrara un poco más de sentido. Y eso es lo que ha hecho Castillo Prats con alguna que otra jugosa aportación. Por eso yo no le recomendaría al lector que se pusiera los guantes y la mascarilla antes de coger el pliego de cargos, como sugiere Esperança Camps: la tinta no es tóxica. Si acaso yo le aconsejaría que se quitara las orejeras. Que lo leyera sin apriorismos. Y, si me apuran, como una merecida penitencia. Puesto que nada de lo que ahora nos avergüenza habría ocurrido si varios cientos de miles de valencianos, fíjense si se la tiro larga, no hubieran vivido cuatro lustros obnubiladamente. Fingiendo germánicamente que no se percataban de lo que estaba sucediendo ante sus narices. Dándole la razón a un general Elío que, poco antes de ser ejecutado cerca de 'la muntanyeta' que lleva su nombre, pedía que no le hablaran de los valencianos: «Un pueblo que aguanta que salgan como vocales de Cortes unos hombres llenos de delitos, asesinatos e incluso ladrones aguantará que les quiten lo que tienen de hombres. No hay que esperar nada de ellos, nada». Y confirmando lo que más o menos decía Ruiz de Santayana respecto a la pena a la que son condenados los pueblos que olvidan su historia.
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