CHOTOS Y GRANOTAS
JOSÉ MARTÍ
Lunes, 21 de noviembre 2016, 23:53
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JOSÉ MARTÍ
Lunes, 21 de noviembre 2016, 23:53
Me parece natural, y hasta cierto punto edificante, las discusiones entre chotos y granotas. Esa dicotomía de rivalidad intrínseca entre vecinos tiene mucho que ver con los bares. No es casual que la mayoría de sedes de las peñas se sitúen en bares, lugar ideal para, mientras discutes por llevar la razón a tu bando, cada poco te gires hacia la barra y le digas al camarero con un ligero movimiento de cabeza: «Ponme otra, anda, que con este no hay manera». Del casinet del Cabanyal, por ejemplo, partió un 13 de abril de 1986 el ataúd cubierto con una bandera valencianista que desfiló por las calles del barrio marítimo. Ese día del, por ahora, único descenso de los de Mestalla, ningún blanquinegro se dejó ver por el bar del edificio modernista para evitar ser centro de burlas y escarnio. Pero esta sensación de competencia deportiva no suele ser recíproca. La mayoría de valencianistas quieren que el Levante suba. Por el contrario, la mayoría de granotas anhelan que el Valencia baje. Eso es así, frecuenten los bares o no. El lógico síndrome del inferior acostumbrado a ser ninguneado por el superior. Algo similar a lo que les sucede a los chotos, con perdón, con Madrid o Barça. Por cierto, el origen de los términos chotos y granotas es similar. Uno se debe al antiguo matadero situado junto al Estadio de Mestalla y su vestimenta, mientras que otro se origina por las ranas que poblaban el viejo campo del Stadium, en el cauce del Turia. Pero mientras este se ha asimilado en el imaginario azulgrana, el otro gentilicio aún es considerado por los aludidos como despectivo. No hay humor.
Los granotas en general aborrecemos los grandes consensos desde pequeños. Bastaba que todo el mundo coincidiese en que había que ser del Madrid, Barça o Valencia para que, automáticamente, eso fuese lo que menos apetecía en esta vida. La singularidad alejada del rebaño, de los sentimientos gregarios de cientos de miles de seguidores coreando al unísono una misma consigna. De hecho los levantinistas fuimos considerados durante años como una especie en peligro de extinción, señalados en nuestro entorno social o laboral como 'el del Levante', de igual manera que una buena amiga -mi mujer para ser más exactos- era señalada en Madrid por su lugar de procedencia. «He conocido a una de Teruel», se ufanaba quien sabía de sus orígenes, como si la capital del Torico fuese Pompeya desaparecida bajo la lava de un volcán y saber de una lugareña se catalogaba como hecho insólito.
Ahora cada vez hay más granotas ya sea por la buena marcha deportiva, por la decadencia imparable del vecino o por las numerosas iniciativas promovidas desde el club como el derbi femenino en el Ciutat. O por todas juntas. Sea como fuere, ¡qué grande sigue siendo ser pequeño!
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