EDITORIAL | Historia de Valencia
La gestión de Rita Barberá, con muchas más luces que sombras, puede ser opinable, pero su carrera política no merecía este final
PPLL
Jueves, 24 de noviembre 2016, 10:42
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Jueves, 24 de noviembre 2016, 10:42
En la desgraciada hora de la muerte de Rita Barberá conviene tomar un poco de distancia para poder diferenciar con nitidez el personaje que ya ha pasado a formar parte de la historia de Valencia de los convulsos acontecimientos que en el ámbito judicial han marcado los últimos tiempos de su larga y fructífera carrera política, hasta acabar provocando su fallecimiento. Sólo el paso del tiempo será capaz de amortiguar y modular las apasionadas reacciones que su figura concita, a favor las más, en contra las menos, legítimas siempre que se formulen desde el respeto que merece cualquier ser humano por encima del cargo que eventualmente desempeñe. Todas ellas y la repercusión mediática y social de su adiós vienen a demostrar que nos encontramos sin ningún género de dudas ante el dirigente político más influyente en la Comunidad Valenciana desde la restauración democrática. Una personalidad que por derecho propio ha pasado ya a ocupar un sitio en los libros de historia.
Rita Barberá ha sido, por encima de cualquier otro episodio de su trayectoria política, la alcaldesa de Valencia. Gobernó la tercera capital española entre 1991 y 2015, gracias a una coalición con UV en los primeros cuatro años y con aplastantes mayorías absolutas a partir de entonces. A ella cabe atribuirle la transformación urbanística de la ciudad, un cambio radical desde aquella urbe adormecida que miraba con envidia los acontecimientos del 92 y la dinámica e internacional que albergaba grandes eventos como la Copa América o la Fórmula 1 y recibía a cientos de miles de visitantes. Con muchas más luces que sombras, la historia de Valencia en los siglos XX y XXI se escribirá con un antes y un después de Barberá.
Su dilatada etapa en la Alcaldía terminó, sin embargo, de la peor manera posible, salpicada por un escándalo de corrupción en el que por encima de la cuantía -ridícula en comparación con casos que han merecido mucha menos atención- lo que se ha puesto en el centro de la diana ha sido su propia figura, el símbolo, la que un día fue aclamada por el Partido Popular como la alcaldesa de España. En este triste epílogo de su paso por el Ayuntamiento quedó en evidencia la dificultad que representa para un político con tirón popular como Barberá saber marcharse a tiempo de los sitios, decir adiós en el momento adecuado. No lo hizo así, y desde las elecciones de 2015 su vida se convirtió en un calvario, víctima por una parte de un linchamiento a manos de enemigos que llevaban décadas esperando su momento y, por otra, de su propia incapacidad para entender la situación, dimitir del cargo de senadora y no convertirse en una tránsfuga de la formación que ayudó a fundar y elevó hasta el poder. En el fondo, un último servicio en favor de los intereses de su partido.
Los excesos cometidos por algunos políticos y determinados medios en torno a la causa judicial que se seguía contra Rita barberá deberían llevar a la reflexión de unos y de otros, aunque difícilmente van a poder meditar sobre sus errores quienes llegan a negar la mínima compasión a un ser humano al ausentarse de un minuto de silencio por su memoria. Valenciana hasta el fin, animal político por excelencia, personalidad arrolladora y sin matices, no dejó indiferente a nadie, ni en su vida ni, desgraciadamente, en una muerte que llegó demasiado pronto, demasiado sola, demasiado triste. Desde ayer su historia está ya indisolublemente unida a la de Valencia.
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