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El requetepacto del Botánico

El requetepacto del Botánico

El tripartito carece de unicidad, de coherencia interior. No es un proyecto, sino un resignado matrimonio

Julián Quirós

Martes, 17 de enero 2017, 08:26

Publicado en la edición impresa del 15 de enero de 2016.

El bosque, o el jardín en su expresión doméstica, tiene resonancias mágicas, infantiles, el escenario propicio para los cuentos más fantasiosos e inverosímiles. La alianza de las izquierdas valencianas construyó su ataque al PP gobernante sobre el relato de la cueva de Alí Babá y una vez aupado en la poltrona necesitó inventarse otra referencia psicoliteraria para representar su papel. Ahí nació el Pacto del Botánico, como itinerario bucólico, y ahí fue donde suplantamos el imaginario de los superpoderes de Zaplana, la capa portentosa de Camps o la escoba de Mónica Oltra por otro cuento. Más simbólico. El pacto del Botánico es como la lámpara de Aladino: concede todos los deseos. Todos sin excepción. Cumplidas -afirman Aladino Puig y Aladina Oltra- las 37 medidas anunciadas en junio de 2015. Cumplidos también se ve los 86 propósitos de hace un año en el repacto botánico tras el encierro morellano. Y ahora, en el requetepacto, en el acabose, otros 201 compromisos más, con permiso y rúbrica de Antonio Montiel.

Estamos ante la versión barata del genio de la lámpara: Aladino Puig o Aladina Oltra piden un deseo y al día siguiente está fijado en letra impresa o digital, o viaja por las ondas audiovisuales. El genio maravilloso no tiene precio como agente de relaciones públicas; no le pidamos pues que además convierta las promesas del tripartito en realidad. Eso compete a otro cuento distinto. El genio está para garantizar la verdad virtual del bosque mágico de internet, para demostrar que ni los pactos de la Moncloa ni aquellos otros de Guisando le aguantan hoy el pulso a este humilde tripartito valenciano, que se sale del mapa por eficaz, trabajador y honrado. Palabra de Twitter.

Pero, ¿qué pasa si nos dejamos de cuentos y nos metemos en cuentas? En faena contable. 1) Dicen los firmantes que el pacto inicial está ya resuelto y completado. El informe con el que hoy abrimos el periódico revela no obstante que sólo el 25% de las medidas se han hecho efectivas mientras que casi la mitad de ellas ni están ni se las espera. Filfa aparte, un número enorme de valencianos todavía no ha sido rescatado, los desahucios siguen ahí, también los apuros económicos, mientras que reclamar una financiación justa (siguiendo la estela de Alberto Fabra) no supone mucho mérito mientras no se consiga. 2) Dicen también sobre ellos mismos que son un Consell estable y guay, con estupendas relaciones personales, cuando una mínima franqueza debería llevarles a aquello que le dijo Elizabeth Taylor a Paul Newman en una escena memorable: «yo no vivo contigo, cariño, ocupamos la misma jaula, eso es todo». Puig soporta a Oltra como puede, con su cara y su cruz, y se desahoga a la manera del hombre clásico, con una confidencia amiga y un café o un vaso de vino. Oltra... bueno, Oltra es mucha Oltra, pero últimamente le arrea menos estopa a Gabriela Bravo y Carmen Montón, se está ablandando. ¿Números? Casi la mitad de los secretarios autonómicos iniciales ya no siguen o han sido reubicados. La supuesta estabilidad de los consellers se basa en que todos miren para otro lado mientras las tensiones se trasladan hacia abajo. 3) Dicen además que están ahí por vocación, por sentido del servicio público, pese a lo magro del salario, que han intentado subir de tapadillo en dos ocasiones. Lo cierto es que el 80% de los altos cargos de la Generalitat cobra ahora más que en su anterior ocupación y cuentan con los mismos o más apesebrados de los que mantenía el Partido Popular. 4) Dicen y presumen de su transparencia, frente a la práctica de sus antecesores. Pero el President se va a pasar dos meses sin dar explicaciones en Les Corts. Dicen, sí, pero el Consell ya ha sido condenado cuatro veces por los tribunales ante su reiterado obstruccionismo a la oposición. 5) Dicen en fin que se acabaron el amiguismo y los enchufes. Mientras Eliseu Climent ya no necesita a Jordi Pujol para sostener su colonia catalana en Valencia porque ya se lo cobra y bien a los nuevos gobernantes. Mientras al díscolo Francesc Romeu le tapan la boca con una nómina de FGV, para escándalo de la mismísima UGT. Mientras un alto cargo de Sanidad promete en una sede socialista que con la reversión del hospital de Alzira «se meterán nuestros familiares y amigos».

La paja da para esto. No más. El pacto del Botánico no es un programa de gobierno, ni de prestación de servicios, más allá de sus propósitos bienintencionados o como catálogo ideológico. En realidad, es sobre todo un contrato de matrimonio, de convivencia pacífica, es un reparto patrimonial de los votos. Porque el tripartito valenciano germinó como una agregación de intereses dispares, no confluyentes, salvo en la pulsión compartida por echar al PP y hacer lo necesario para que no vuelva. El tripartito carece de unicidad, de coherencia interior. No es un proyecto, sino una comunidad de vecinos o un resignado matrimonio. Donde Puig se alarma con los extravíos antiempresariales de los suyos, pero no afeará nada para no erosionar las relaciones...; donde Oltra ha superado la adolescencia catalanista pero procurará callar para no molestar...; donde Montón o Soler pondrán ojos de plato ante las salidas antisistema de sus colegas pero serán prudentes y educados...

Sólo existe una variable que ninguno de ellos pasará por alto. Sólo una. Atajar las vías de agua que les puedan llevar a perder el poder. Ante ese escenario, se hará lo que se tenga que hacer y se sacrificará lo que convenga. Estamos ante un principio superior fuera de discusión. Y aquí ellos mismos se reconocen con dos problemas reputacionales enormes, dos ideas que se han grabado a fuego en la opinión pública: el tripartito ha llevado una política radical y sectaria en materia de educación y es reacio a las inversiones empresariales y a la actividad económica. Y han empezado a reaccionar. Hace meses decidieron esconder en Campanar al independentista Vicent Marzà, el conseller que ha logrado el hito de llenar la calle de protestas de la enseñanza no nacionalista. Ahora, además, han decidido enterrar la prometida ley educativa, otra bomba de relojería en manos de Marzà. Y han empezado a actuar sobre el segundo de sus frentes, poniéndole deberes al conseller Climent para que favorezca la actividad empresarial y resuelva su monumental lío con el comercio. Y retirando la ley de envases retornables inspirada por Julià Álvaro que tenía a la patronal soliviantada. Ya se verá si superan tales lastres. Entretanto, esta puede ser la tercera legislatura perdida para los valencianos, después de la última de un Camps noqueado y la de un Alberto Fabra sin herramientas ni capacidades para cambiar el rumbo. ¿Doce años perdidos? Son demasiados.

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