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LAS PROVINCIAS
Martes, 21 de febrero 2017, 08:29
Publicado en la edición impresa del 18 de febrero de 2017.
El pueblo de Madrid recibió con júbilo y fiesta la llegada de Alfonso XII para ser coronado: «¡viva el Rey!» El mismo fervor, la misma jarana -le aclaró el cochero que lo portaba- con el que apenas seis años antes echaron a su madre, Isabel II: «¡mueran los Borbones!». El péndulo como factor clave para entender los cambios vitales del pueblo soberano. Bruscos y veloces. Que empiecen a tentarse las barbas jueces y fiscales. La burbujeante opinión pública de la era digital puede comenzar pronto a sospechar de ciertos desenfrenos de los funcionarios de justicia. Cambios en los vientos de la calle. Como en las guerras; la ciudadanía gira de parecer cuando empiezan a regresar del campo de batalla soldados dentro de cajas de pino. También en la guerra contra la corrupción, jueces y fiscales han venido despreciando no pocas víctimas colaterales. Las últimas en Valencia se llaman José Manuel Aguilar, Jorge Vela, Luis Lobón, Elisa Maldonado, Angélica Such y Juan Bover. Absueltos en el caso Nóos y en el caso Fitur. Inocentes. Víctimas del sistema. Tras años metidos en la picadora de carne de unos procesos donde se mezcla el populismo judicial con el matonismo mediático («no veas el circo del juez y del fiscal con algunos periodistas»).
Todos absueltos, pero lastimosamente perdedores. Porque tal como les han dejado ya no pueden ganar nada, salvo el descanso. Aspiran sobre todo a que al fiscal no se le ocurra recurrir y se vean de nuevo sobre el potro, expuestos, esperando el siguiente palo, con la pena del telediario encima y sin dinero para pagar más abogados. Perdieron el trabajo, sus carreras profesionales, gastaron en defenderse cien mil euros que no tenían pedidos aquí y allá, lo sufrieron sus familias y esos hijos en edad de necesitar, y les cayó encima una descomunal montaña de mierda y desprestigio. Los llevaron al matadero como carne de cañón: o cantaban contra sus jefes o caían arrollados. Fueron arrollados. «Me interrogó en una habitación de la ciudad de la justicia, me miraba de lado con un pie apoyado en la pared, cuando le contesté algo me soltó: y una polla como una olla. Todo un señor fiscal.
Los largos años de impunidad del poder político llevaron a (1) frecuentes casos de financiación ilegal de los distintos partidos, (2) un buen número de golfos atracando las arcas públicas y (3) no poca mediocridad y falta de pericia en la gestión de las administraciones. Negar esto es negar la realidad. El poder judicial se dispuso a ejercer su trabajo y meter en cintura a los políticos. Con razón y legitimidad. Pero la impunidad cambió de bando. Carta blanca. Hubo mucho trabajo concienzudo y serio, pero también se desataron los vicios corporativos: rienda suelta a los emboscados ideológicos y a los tentados por el estrellato justiciero a lo Eliot Ness. Todo muy peliculero. Entrevistas a lo Baltasar Garzón en los medios, autos ajenos a los hechos jurídicos y cargados de opiniones y juicios de valor, operaciones sorpresa para despertar a un padre de familia en su casa, helicópteros vigilando la huida de unas cajas con papeles del Palau de les Arts, equipos de élite para sacar a una anciana de su habitación de hotel, informes policiales escritos al dictado... Alardes y efecticismo.
Muchos sospechosos dejaron de ser personas, portadoras de derechos, pasaron de sujetos a la condición de objetos, material de trabajo. El sistema judicial, a su ritmo, lento pero seguro, va colocando las cosas en su sitio. Corrigiendo los excesos de su infantería, los peligros de la justicia ejemplarizante, esa mala justicia o justicia espectáculo. El tribunal del caso Nóos ha desacreditado el trabajo del juez Castro (sólo ha condenado a 7 de los 17 encausados). La sala de Palma le ha dado una lección al TSJ de la Comunitat al huir de la ejemplaridad punitiva de la sentencia de Fitur, de ese postureo que ha dividido al colectivo de jueces valencianos. Pilar de la Oliva ya cuenta con que el Supremo le censurará buena parte de su sentencia más pronto que tarde: todos los casos de Nóos suponen menos pena a Urdangarin que la que le ha caído a la exconsellera Milagrosa Martínez por los stands de Fitur. Incomprensible. El mítico fiscal Horrach, una referencia para sus colegas valencianos, ha sido literalmente manteado en el juicio. Algo que se veía venir, de ahí que hace unas semanas se filtrara el propósito del fallo con objeto de poner a la opinión pública contra las magistradas de Baleares. No funcionó, las filtraciones ya no son lo que eran. Los dos supuestos héroes de Nóos quedan malparados en su crédito («no te puedes imaginar el cotarro de Palma, las fiestas de ciertos políticos y ciertos jueces y fiscales donde se celebraba el acoso al PP con brindis»). Uno se jubila, el otro se ha preparado una salida hacia los bufetes privados.
El cambio de rumbo, pendular, también se nota por aquí. No es casual la persistente fuga de información respecto a que Conde Pumpido tenía decidido archivar la imputación de Rita Barberá por el pitufeo, tal como ha pasado después con el exconcejal Miguel Domínguez. Alguien tomaría nota también del archivo del famoso caso Ritaleaks y quizás haya influido no poco en el archivo a su vez del caso Feria Valencia. Los fiscales anticorrupción son conscientes de que muchos de sus asuntos se tambalean. Da la sensación de que ante los reveses venideros (más ruido que nueces: Valmor, Palau, Avialsa) están optando por la dilación, por alargar los procesos, ampliar las investigaciones, pastelear con arrepentidos, solicitar documentaciones para eternizar en el tiempo la finalización de la instrucción; para que vayamos aburriéndonos, olvidando. Pero al final, tocará echar cuentas. Saber qué temas ha llevado cada titular de justicia, qué dijo, qué acusó y qué hay en verdad en todo ello una vez concluido cada asunto. Y podremos hacernos una idea cabal de las capacidades y éxitos de cada uno de estos fiscales, con tantísimo poder de maniobra acumulado.
Las reacciones de la izquierda a la sentencia de Nóos han resultado grotescas. El partido socialista ejerció de acusación particular. Ha perdido. El fallo asegura además que no hubo trama en Valencia (ni prevaricación, ni delitos, ni fraude) y que los eventos celebrados se hicieron a precio de mercado y con resultados positivos para la ciudad. El PSPV está en deuda con sus víctimas. Especialmente atroz resulta la declaración de Ximo Puig, «se gastó mal el dinero de los valencianos», algo taxativamente desmentido. Oltra al menos disimuló, yéndose por la tangente. En cuanto a Joan Ribó, en fin, sin los falsos montajes de Nóos y Ritaleaks hoy probablemente ni siquiera sería alcalde de Valencia.
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