MONEDAS EN LA FUENTE
En Roma quieren prohibir que la gente se detenga a ver la Fontana di Trevi. ¿Ocurrirá lo mismo en Valencia con la Lonja o el Miguelete?
RAFA MARÍ
Domingo, 14 de mayo 2017, 23:59
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RAFA MARÍ
Domingo, 14 de mayo 2017, 23:59
Piscina. La alcaldesa de Roma quiere organizar recorridos obligados para los turistas e impedir que se detengan a contemplar la Fontana di Trevi. Pretende evitar así que se bañen en la Fontana como si fuese una piscina o se pongan a comer dejando el entorno lleno de basura. Se entiende la buena intención de la alcaldesa, pero reprimir miradas y movimientos es llevar las cosas muy lejos. En Valencia, ¿acabará ocurriendo lo mismo con la Lonja, el Miguelete o la Catedral?
1,4 millones. Los turistas no solo dejan desperdicios en el monumento romano, también cosas más interesantes. En 2016 las autoridades municipales recogieron del fondo de las aguas 1,4 millones de euros. Es conocido el ritual: la gente tira monedas a la Fontana di Trevi mientras piensa un deseo. Una costumbre provechosa para las arcas públicas. La película 'Creemos en el amor' (Jean Negulesco, 1954) divulgó en todo el mundo esa tierna tradición turística.
Vallas. El turismo de masas (que se ha puesto de moda como 'caso de estudio' entre las nuevas clases dirigentes) es engorroso para muchos, pero trufarlo de prohiciones puede ser contraproducente. ¿Acaso ya no funcionan las multas oportunas para los excesos? Las recetas marimandonas dañan el comercio, rebajan las ganas de viajar y se cargan puestos de trabajo. Aceptémoslo, no hay soluciones perfectas para las tensiones de las sociedades modernas. En cualquier caso, el mogollón turístico no es ni mucho menos un problema mayor que el paro, la crisis económica o la ingeniería social idealista.
Mercado Central. La afluencia turística también es tema de discusión en el Mercado Central de Valencia. Algunos puestos dicen que el acceso masivo de visitantes mejora las ventas. Otros, que las aglomeraciones son disuasorias para la clientela diaria. Hay alternativas sensatas para paliar inconvenientes. Ponerse en plan señorita Rottenmeier con los turistas es demasiado tosco. En Barcelona se quiso hacer algo parecido en el mercado de la Boquería y la cosa no funcionó bien.
¡Un bou, un bou!'. Al leer el jueves en LAS PROVINCIAS la noticia de que un vecino de Cabanes se encuentra grave al ser corneado por un toro que entró en su vivienda, me acordé de la broma preferida de mi abuela Julia. Cuando varias familias se reunían al atardecer en la puerta de sus casas (años 60 en Les Palmeretes, la playa de Sueca), mi iaia se levantaba de pronto de su mecedora y chillaba con cara de terror: «¡Un bou, un bou!». Era mentira, pero la gente se lo creía y corría, al no dudar de la veracidad de una octogenaria estricta, enlutada, con moño blanco y habitual gesto adusto. Mi iaia Julia murió en 1975, con 97 años.
Medio siglo. Hablando de Les Palmeretes. El jueves saldré de casa 'tot nerviós', camino de una cita con varios amigos y amigas. María José, Daisy, Paco, Juan Carlos, Carlos. ¿Motivo de los nervios? Hará unos 50 años que no nos vemos. Veraneábamos todos en la playa de Sueca. ¿Les reconoceré, me reconocerán? Cuántas cosas podremos contar que no nos contamos entonces. ¿Lo haremos? Más vale dejarlo para una segunda cita. El primer reencuentro será 'para entrar en calor'.
Ascensores. Visito las exposiciones de Luis Adelantado. Cuatro pisos. Isabel Puig, grata responsable de comunicación de la galería, me sugiere que suba en ascensor. No acepto la amable propuesta: «No me gustan los ascensores», le digo. «Además de sentir claustrofobia, desconfío de ellos».
Drama. Al llegar a casa me entero de la muerte de dos jóvenes de 17 años en un edificio de Madrid al desplomarse el suelo del ascensor y precipitarse ambos desde un noveno piso. El material de sellado estaba en malas condiciones. Estremecedor accidente.
Películas. Mi manía a los ascensores no tiene raíces biográficas, nace de mi puñetera cinefilia. Cuando subo a uno pienso en el Maurice Ronet atrapado de 'Ascensor para el cadalso' (Louis Malle, 1958) o en la Angie Dickinson acuchillada en 'Vestida para matar' (Brian de Palma, 1980). Es agradable bajar a pie las escaleras. Subirlas es más pesado. Pero ya se sabe: al igual que con lo del turismo, no hay soluciones perfectas para ningún problema. Todo tiene su reverso.
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