Urgente Aemet avanza la previsión del tiempo en la Comunitat Valenciana para el domingo 23 de febrero

Dirán que es de oportunista criticar ahora el juego de la selección de fútbol de España, a balón pasado, porque de haber entrado la bola, ... de no haber pegado en el poste, si hubiera habido suerte... Pues sí, pero si existe aún en alguna parte eso que antiguamente se llamaba justicia distributiva, los del equipo español se ganaron de sobra lo que ocurrió, para pena de todos: regresar antes de lo esperado y deseado, y además con la vitola de no exhibir merecimientos. ¿O es que vamos a poner en el cuadro de honor lo del 7-0 a Costa Rica? Entonces, ¿dónde colocar lo de Marruecos, lo de dejarse ganar la mano ante Japón, incluso lo del despiste que dio para empate con Alemania?

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Lo peor de todo no es ver que pierden los tuyos, sino aburrirte hasta la médula. Menudo hastío con la monserga esa del gilitoque. Pasecito a éste, dásela al otro, te la devuelven, a ver cómo te das la vuelta, miras atrás, otro pase corto en paralelo, devolución al portero, que se lía en el área, sale como puede y otra vez a empezar la ronda absurda, sin pasar del centro del campo propio, tentando la suerte. Como diciendo: ¿a que no me la quitas? Hasta que se la quitan. Y a temblar.

Aburrimiento total. El fútbol, así, está muerto; el de España y el de cualquier equipo. A ver si se dan cuenta. Que van a matar la afición. Juegan al balompié, pero más que nada porque esto que se estila parece una exhibición larga de balonmano en versión pedestre malabar. Y luego esta lo de los penaltis. Que mira que es difícil darle al palo, con toda la portería a merced. Debería tener premio eso de darle a la madera. Si es que aún es de madera. Darlo como medio gol, tal vez un tercio. A la de tres palos, un gol, porque debe ser de lo más difícil.

Se puede ganar o perder, pero que haya espectáculo, no ese juego facilón de pasecitos y mirar atrás

A Di Stéfano le escuchamos decir, en su primera época de entrenador del Valencia, que intentar hacer virguerías en un penalti era jugársela demasiado, porque podía irse fuera con facilidad, o cabía que el portero se lanzara al mismo lado y se la encontrara, cuando tirar ajustado implica además que la bola vaya algo más lenta. Que lo mejor era -es- apuntar al centro y chutar con todas las fuerzas. En realidad nunca irá por el centro exacto, pero sí a plena velocidad. El único riesgo -decía don Alfredo- es que tropiece por casualidad con el portero, y en tal caso, «peor para él». Un penalti es casi un gol y pararlo es cuestión de suerte. O de mala suerte, según el bando. Lo que no puede ser es tirarlo blandito. O darle al poste. Menos aún entre profesionales encumbrados. Se puede ganar o perder, pero hay que correr y dar espectáculo. Los penaltis sólo son aceptables como resumen final de una gran función, no como recurso facilón del aburrido gilitoque.

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