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Intuyo que este artículo es demasiado largo para conseguir que cualquier lector continúe hasta el final. Debería subrayar algunas palabras, marcarlas en negrita o utilizar mayúsculas para llamar la atención. Tal vez debería plantearme incluir imágenes o memes entre párrafos para hacer más ligera la ... experiencia y dotarla de estímulos. Si nos cuesta atender a un titular o a un mísero tuit de 280 caracteres quién va a disponer de tiempo o de ganas para consumir las aproximadamente 500 palabras que cada semana despliego por aquí. Prometo usar recursos atractivos para que aguanten conmigo unos minutos todavía.
No se vayan todavía, aún hay más.
Cada vez necesitamos mayor número de impactos para no abandonar una lectura. Nos hemos mal acostumbrado a leer en diagonal, a buscar los ladillos o destacados para hacernos una idea de lo que se nos quiere contar, a tratar de comprender algo con solo detenernos en las primeras líneas. En esa batalla este tipo de textos tienen todas las papeletas para perder. No es un mal que afecte solamente por estos lares. Nos despistamos fácilmente mientras mantenemos una conversación, cuando tratamos de hacer ejercicio, o frente a una película o serie de televisión.
En este artículo no puedo ofrecerles que se salten la intro ni que aumenten la velocidad de reproducción, pero les prometo un giro que no esperan.
Los expertos achacan al uso del móvil el aumento de los casos de déficit de atención y los trastornos de hiperactividad. Y no digo yo que no haya influido que ese aparato nos acompañe a todas partes y que nos ofrezca un millón de posibilidades para entretenernos, pero echar todos las culpas a un teléfono es bastante básico y evita realizar un análisis mayor. Necesitamos un enemigo al que dirigir nuestro odio o sobre el que descargar responsabilidades y al móvil le cae el sambenito desde hace años. Pero, ¿nos ocurre algo más?
No me conteste ahora, hágalo después de la publicidad.
Intuyo que nuestra capacidad de asombro ha mermado bastante. Nos hemos vuelto más inconformistas, más desconfiados, más resabiados. Y por eso cuesta que una película, que un libro, que una charla nos ofrezca lo suficiente para que no la dejemos de lado con cualquier excusa o para que le dediquemos atención exclusiva.
Si no lo hacemos con cualquiera de estas obras cómo voy a pretender que me sean fieles a mí, con este artículo, hasta el último párrafo.
Solo me falta rogarles. No tengo problema en hacerlo si eso sirve para que se queden.
Creo que nos cansamos y aburrimos más rápidamente de todo. Como si también a nosotros nos hubiesen aplicado la obsolescencia programada con la que se diseñan algunos aparatos. Y contra eso no puede competir ni la prosa más brillante. Que no es este el caso.
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