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Hace unos días le hice un reportaje a El Sirio, un banderillero que nació en Alepo y ya lleva viviendo en Valencia los mismos años que estuvo en Siria. Descubrió la tauromaquia por casualidad, haciendo 'zapping', y me contó que en su país, hace dos décadas, cuando sucedió aquella casualidad que le cambió la vida, lo único que se conocía de España eran los toros y el flamenco. Y eso era así en Siria y en mil lugares más. Creo que eso ha cambiado fundamentalmente por un motivo: el deporte nos ha hecho más universales. El más conocido de todos nuestros deportistas es, de manera indiscutible, Rafa Nadal, figura del tenis y protagonista, junto a Roger Federer, de uno de los grandes pulsos de la historia del deporte.
Hace unos días también circularon unas imágenes de Fernando Verdasco metiéndole prisa con malas formas a un recogepelotas. Fue una actitud fea, despreciable, pero que encima contrasta con la imagen casi inmaculada de Nadal, un tenista que siempre ha mostrado un respeto reverencial por sus rivales. Ojo, no es un santo. A Nadal también se le ha envenenado la lengua alguna vez con un juez de silla de manera reprochable, pero las buenas acciones del balear ganan por goleada.
Esta semana ha vuelto a hacerse muy popular otra imagen suya. Una zona de Mallorca ha sido barrida por las inundaciones. El desastre ha dejado más víctimas, doce, que 'Michael', el tremebundo huracán que azotó Florida casi a la vez. Y Nadal decidió ponerse las botas de agua y acompañar a sus amigos para echar una mano. El gesto, honroso, ejemplar, humano, despertó a la España cainita. Y el ágora, que ahora ya no es una plaza o un punto de reunión sino Twitter, se llenó de lumbreras que nos advirtieron que aquello no era una muestra de solidaridad, que aquello no era un mallorquín arrimando el hombro, no, ingenuos, aquello era un gesto publicitario para mejorar su imagen. Como si Nadal, admirado en los confines del mundo por su espíritu combativo, por su caballerosidad, por su tenis celestial, necesitara hacerse una foto con una escoba y las perneras manchadas de barro para ser más popular.
Como sabía que aquella manera de cooperar era insuficiente y él tenía más recursos para colaborar con las víctimas, abrió su flamante academia de tenis para acoger a las personas que habían sido desalojadas. Ahí ya no sé si los 'listos' siguieron cacareando, pero ya resultaba evidente que él había hecho más por ayudar en unos minutos que todos los lenguaraces del mundo sentados en un sofá sin más mundo que la pantalla del dichoso telefonito.
El gesto, además, como suele suceder con todo lo que hacen los referentes, tuvo un efecto multiplicador y el mismísimo Roger Federer -Don Roger, que diría el genial Broncano- explicó en un tuit que se había puesto en contacto con Nadal por si podía ayudar en algo. El detonante que azuzó la necesidad de ofrecer su colaboración fue, como explicó el suizo, la famosa foto de Rafa Nadal. «He podido ver a Rafa ayudando en los pueblos alrededor de donde él vive. Es bueno verlo y es súper inspirador».
La imagen de Nadal achicando agua también conmovió a Novak Djokovic, otro tenista, también del presente y también histórico, quien exclamó: «Muy bien, amigo, por ayudar».
Seguro que si Nadal liderase una campaña para ayudar a los damnificados de Sant Llorenç lograría involucrar a Federer a Djokovic y a quién se propusiera. Aunque algunos prefieran ver intereses ocultos en todo esto. Así es España.
Cuando la lectura, a veces simple, sin dobleces, es que una persona puede ser una estrella del deporte y al mismo tiempo un ser sensible. La humildad, trabajada con la paciencia del orfebre por su tío y entrenador, obra estos milagros.
Como David Ferrer, a quien no se le cayeron los anillos para ir a jugar un Challenger en Monterrey (México) y luchar hasta salir coronado campeón. Ese triunfo elevó al alicantino al puesto número 110 del ranking ATP, una clasificación que ilustra la caída del excepcional tenista de Xàbia, otro luchador, que está muy cerca de su despedida.
Yo acuñaría monedas con la efigie de Rafa Nadal. Porque él, como David Ferrer, no necesitan que nadie les estampe en la camiseta aquello de la cultura del esfuerzo porque ellos, en sí mismos, son el esfuerzo, han hecho del esfuerzo sus brillantes trayectorias. Y eso ocurre dentro de una cancha de tenis pero también fuera. Con fotos o sin ellas.
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