Antes un enfermo de Covid era alguien: se le temía por su capacidad de contagio y se le cuidaba o atendía con preocupación. Cada caso ... despertaba en el entorno social gran expectación y hasta premoniciones luctuosas. Ahora, en cambio, si te contagias no existes. La gente te mira con más interés si le cuentas que este verano se lleva el estampado de lunares en las islas Tuvalu. Incluido el médico: «Sí, sí, te oigo toser, ya se te pasará». Después de 77 intentos para conectar con el ambulatorio cuelgo un tanto ojiplática, decididamente griposa y sintiéndome muy ignorada. ¡Que pase el siguiente! Y es que, en lugar de gripalizarse -con toda la polémica que despertó la gripalización-, la Covid se ha invisibilizado. Y tú, enfermo, también eres invisible. Es lo que tiene formar parte de una cifra no preocupante para los gestores del riesgo.
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Dos años después del primer contagio, la población se expone al virus, sin mascarilla, en espacios cerrados o abiertos. Al ignorar la presencia del virus, seguimos la pauta que marca la normativa, confiando en la acción de las vacunas. Se nota en el supermercado, donde los mayores de setenta discurren, sin mascarilla y aparentemente sin miedo alguno, por el pasillo de las legumbres -y hasta se abalanzan contra ti en la cola del pescado-; son muy peligrosos y hay que sortearlos. Entre la población más vulnerable los hay que se han crecido. Quince sexagenarios en un ascensor, a otro: «¿Es que no se ha enterado de que la mascarilla ya no es obligatoria?» (si se siente cómodo con mascarilla y le acosan le recomiendo que, educadamente, indique que está contagiado; no por maldad, sino por hacer pedagogía del riesgo). Tenemos sed de normalidad, pero el virus sigue circulando.
Una exploración sociológica por mera observación permite distinguir fácilmente dos tipos de ciudadanos: los que se han contagiado de Covid y los que se van a contagiar. Una, dos o tres veces (en todos los rebaños hay alguna oveja negra). Podemos confiar en la eficacia de las vacunas, pero no estamos, aunque lo parezca, en situación de riesgo cero y la mascarilla ayuda a esquivar el virus si uno no baja la guardia. Valore, si no se resigna, los factores de riesgo en cada situación: cuánto tiempo va a estar expuesto - por ejemplo, si conversa largamente sin mascarilla-, el número de personas con las que se relaciona en un momento dado -no es igual coincidir con diez amigos en una cena que codearte con trescientos desconocidos en una graduación de bachillerato, o dos mil en un congreso- y lo de siempre: si el espacio es abierto, cerrado, con o sin ventilación.
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