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Lo de los espías no nos pilla de nuevas. Hace unos años, tal vez, pero ahora no. Nos hemos habituado a estar permanentemente observados y analizados. De hecho contribuimos convenientemente a ello con las publicaciones en redes sociales y el uso de los asistentes de ... voz.

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Hubo un tiempo en que creíamos que lo del espionaje era algo que sucedía solamente en las películas, hasta la primera en que pensamos en ir de vacaciones a Sicilia y nuestro móvil nos sorprendió, sin que nosotros hubiésemos buscado nada relacionado antes, con varias recomendaciones de hoteles en Palermo. Bien céntricos, al lado del Teatro Massimo.

Esa primera vez asusta, uno mira a los lados y desconfía de quién pudiera estar vigilándolo alrededor. Pero luego te acostumbras. Tienes hambre y no tarda en aparecer en pantalla algo apetecible para comer. Tarareas una canción y la aplicación de música te la prepara para que puedas escucharla a gusto. Descubres una rotura en la zapatilla y enseguida se cuelan entre las lecturas sugerencias sobre modelos deportivos para sustituirla.

No hay quien aguante un Pegasus, entre fotos y conversaciones comprometidas por Whatsapp

Es un espionaje incómodo, sí -a nadie le importa a dónde quiero viajar yo o lo que decido llevar en el pie-, pero al menos resulta útil, así que hemos aprendido a convivir con él. Son espías que, en apariencia, trabajan a nuestra disposición.

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Los de Pegasus dan más miedo. No se entrometen en nuestros teléfonos para vendernos nada. Sus objetivos son otros, por lo visto, aunque nadie tiene claro todavía cuáles. Nos han contado estos días que una vez instalado es posible que tomen el control del dispositivo y puedan husmear a su antojo en los mensajes cifrados, como los de Whatsapp; encender y apagar la cámara y el micrófono, y descubrir la geolocalización.

Existe una aplicación para detectar la presencia de Pegasus en nuestros terminales. No parece, a tenor de las revelaciones políticas de las últimas semanas, que persigan a cualquier mindundi. Así que la mayoría estamos a salvo.

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¿Tenemos algo que esconder en los móviles que no nos gustaría que saliese a la luz? Por supuesto. Quien diga lo contrario miente. Hay conversaciones en grupos de Whatsapp que no soportarían el escrutinio de cualquiera. Hay audios que caídos en las manos equivocadas podrían actuar como una bomba de relojería. Hemos adquirido tal grado de confianza con nuestros móviles que les esputamos cualquier cosa sin medir las consecuencias.

Luego están las fotos que no deseamos que nadie vea y no porque sean comprometidas -que habrá quien se las haga con todo su derecho- sino porque simplemente no salimos agraciados. Porque para mostrar la mejor versión de nosotros en instagram es necesario acumular mucho descarte, al que nadie debería acceder. Por no hablar del historial de búsquedas, que puede revelar no pocos secretos. No hay quien aguante un Pegasus.

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