El IVAM se inauguró en febrero de 1989 pero las primeras colas de público las tuvo a primeros de diciembre, cuando Carmen Alborch montó una exposición antológica sobre Joaquín Sorolla que suscitó el asombro de algunos críticos, convencidos de que el pintor no encajaba en el molde de esa M que pregonaba modernidad. Lo que sabemos con bastante seguridad, treinta años después, es que la impulsiva directora de la institución de la calle de Guillem de Castro se llevó una regañina del presidente Lerma, viajero en Japón por aquellos días y celoso de no haber podido cortar la cinta inaugural. «Ya podíais haberme esperado...».
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Desde entonces, en realidad desde mucho antes, Sorolla es el pintor valenciano que más éxitos asegura a los gestores culturales, el que nunca falla. Los valencianos lo adoran sin titubeos y el público internacional se suma con gusto a una admiración que hace subir las cotizaciones en las subastas. De modo que no es raro, sino todo lo contrario, que la idea de Adolfo Rincón de Arellano, reunir en un museo todas las obras del artista radicadas en Valencia, siga alimentando los sueños de los políticos desde hace ya sesenta años.
Mientras la reina doña Letizia viajaba ayer para asistir a la inauguración de la muestra 'Sorolla: spanish master of ligth' en la National Gallery, el Museo San Pio V ha adecuado al fin sus salas nuevas en torno a la figura del pintor valenciano en lo que sin duda va a ser mucho más que una sala monográfica; porque ofrecerá al visitante lo que es mejor: el antes y el después, la obra del pintor y su contexto, sus maestros y su escuela de discípulos. Estamos hablando de contar la pintura y la escultura valenciana en un periodo que va desde la Restauración a la Primera Guerra Mundial para enlazar con las vanguardias del IVAM; es decir, estamos haciendo didáctica (trabajo de museos) que es algo que va más allá del reclamo rápido al turismo (trabajo de políticos). Para completar el panorama de este triple éxito de don Joaquín, la Casa Museo de Madrid muestra preciosos apuntes y dibujos que van mucho más allá de la necesidad de cubrir los huecos dejados por las obras prestadas a Londres.
Hay una foto del pintor en que su rostro, tan requemado estaba por el sol, que parece el de un carbonero. Es fruto de esa bendita esclavitud voluntaria de pintar al aire libre que tiene en Turner a uno de sus inventores. Sin duda está ahí el secreto del éxito de un artista que parece crecerse con los años. Por eso creo que Valencia, algún día, sabrá encontrar la tecla capaz de hacer realidad el museo integral. De momento, ahí tenemos tres éxitos simultáneos.
Por lo demás, basta ver la impactante página digital de la National Gallery para preguntarse en qué lugar del mundo fue pintada esa luz apabullante y feliz que apenas reclama entornar los ojos y dejar que el mundo ruede alrededor.
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