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Así ha quedado el bingo de Valencia arrasado por el incendio

El álbum de los horrores

ROSEBUD ·

Antonio Badillo

Valencia

Lunes, 2 de noviembre 2020, 07:54

Ahora que esta pandemia en la que tanto costó creer vuelve a ponernos un candado, y de puro miedo arrojamos su llave al mar. Ahora que todo pinta en blanco y negro y aplazamos la búsqueda de certidumbres a la primavera, confiados en que algún brochazo de verde esperanza coloree mayo. Ahora que el nostálgico resucita en Spotify aquello de «cuando brille el sol te recordaré si no estás aquí» y ese mismo estribillo que siempre inflamó el ánimo de optimismo vomita malos augurios, viviendo como vivimos en vilo por nuestros mayores de cara a un invierno que se presume largo y gélido. Ahora que de nuevo nos tienen alarmados, encadenados a otro tiempo muerto en este apocalipsis vírico, que compartimos toque de queda y hasta acabaremos reclutando al sereno, parece buen momento para revisar las fotos de la nueva normalidad. Empecemos por esta, tomada en un centro de salud de referencia con el furioso embate de la segunda ola impeliéndonos ya a cruzar los dedos. En ella se aprecia tal caos que los pacientes con síntomas y a la espera de una PCR terminan juntándose en la misma planta con los que acuden a planificación familiar o las embarazadas que visitan a su matrona. Afortunadamente no es sábado, cuando el desorden muta en demencia y un único administrativo, perdido como un coche en la calle Colón, debe elegir entre atender la centralita o cribar a los usuarios que acceden sin control a las consultas. Paso página y la mirada escruta otra imagen. Varios amigos departen en la mesa de un bar. Llegaron reglamentariamente enmascarados, pero protecciones físicas y barreras psicológicas cayeron en cuanto asomó el primer plato, como si este virus del diablo desarrollara algún tipo de aversión hacia las patatas bravas. Tan legal todo, tan absurdo también. Ahí va una tercera foto, del verano, con la Policía vaciando una casa atiborrada de hormonas adolescentes. Botellón bajo techo; alcohol, reguetón a todo trapo y que cada cual haga lo que pueda, España a punto de descalabrarse en plena desescalada. Abrevio, que quedan treinta líneas y mucha instantánea por ojear. Reparo en una donde dos políticos de campanillas cruzan reproches. Lamenta este que el partido de aquel no tiene visión de Estado, replica el aludido que el del otro gestiona la crisis al dictado del revanchismo. En el contexto actual, lo mismo te asquean que sientes que no les falta razón. Últimas dos fotos. Esta muestra un vagón de metro convertido en hormiguero, y en aquella enjambres de padres se agolpan fuera de un polideportivo tratando de otear a sus hijos en una competición de atletismo; apelotonados ante los resquicios de una verja o encaramados a un montículo, bien apelmazaditos todos ellos, algunos desplegando incluso mesita, silla y nevera portátil en la acera, y frente al tumulto el contraste de una gran grada vacía, coto de entrenadores y delegados. Cierro el álbum horrorizado. Era difícil doblar el pulso a un enemigo tan fuerte, invisible, pero no sé si lo podríamos haber hecho peor.

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