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Erre que erre y ahí va una erre: ratas. Las tenemos de todos los tamaños y colores, así que manos a la obra, gafapastas del 'Un, dos, tres', calculadora y a multiplicar. Son ocho barrios infestados, a catorce madrigueras por barrio... Total, que en Valencia ... salimos a una rata por cabeza, las han contado ya por nosotros los técnicos municipales. Y aunque ellos eviten hablar de plaga, mi naturaleza pusilánime me lleva a preguntar qué otro término define mejor esta suplantación de la rata penada por la de alcantarilla, con un censo urbano de 800.000 roedores para una ciudad que por dimensiones no es precisamente la París de 'Ratatouille'. Añaden los eruditos, cuánto daño hizo Walt Disney, que semejante concentración de bichos no es mala, dada su generosa aportación al ecosistema, lo que en román paladino se sintetiza en que gracias a ellos tenemos las tuberías como una patena. Pues llámenme insolidario si les place, pero mi ración de rata pueden ir amortizándola y ya me ofrezco yo voluntario para limpiar el tramo de cañería que me corresponda, y el del alcalde si hiciera falta, que no está Valencia para tonterías. Con las copas de los árboles arañando los comedores, e incorporada al reparto la «eclosión sin precedentes» de cucarachas, ante tanta voracidad trepadora pronto habrá que poner más platos en la mesa. Lo veo venir: 'Guerra mundial Z', el menda escoba en ristre embutido en el papel de Brad Pitt y con producción de Francis Puig, que habiendo vegetación por medio y constatada su vocación botánica nos garantiza un buen precio. Erre que erre y toma otra erre: río. Resulta que esta ciudad, cuando no sol barro, mantenía rencillas con el suyo, a ratos emblema, a ratos Turia traidor. Así que para ahorrar tragedias alejamos el río de la gente, y ahora queremos acercar a la gente al río. Con tanto camino por andar a la vuelta de tres años perdidos entre el Covid y Putin, diríase que la gran inquietud del alcalde es convertir una solución en problema. Y si alguien hay capaz de poner un paso de cebra, un carril bici, un semáforo o un puente levadizo, lo que sea, en una carretera por la que circulan dos coches cada segundo, ese virtuoso es él. Erre que erre y vienen más erres: Ribó. Cuando la Triarquía lo sentó en el Trono de Hierro, profetizó un Ayuntamiento con «paredes de cristal», de una transparencia tal que no hallarían en ellas cobijo los contratos fraccionados; «presuntamente delictivos», los calificó, y sin remontarnos al Triásico Superior este año ronda ya los diez millones adjudicados a dedo. Pero no todo es negativo. También abominó recién ceñida su corona de una Valencia donde, según dijo, la alcaldesa elegía hasta las plantas del Puente de las Flores y aquí sí ha cumplido, de momento sin flores y a poco que le den tiempo sin puente. Lástima de internet, pensará; que no puedan acabar las hemerotecas como la Biblioteca de Alejandría... Erre que erre y una última erre: Robert de Niro. En 'Érase una vez en América': «Se conoce a los ganadores en la línea de salida, a los ganadores y a los perdedores». Pues va a ser que no, Noodles, porque a este ni lo vimos venir. Y pese a todo busca perpetuarse, sin reparar en que, como les sucedía a otros ríos, los de Jorge Manrique, su señorío afronta la hora de «se acabar y consumir». Pero no, él quiere repetir. Resuelto, rumboso. Erre que erre.
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