Alimentar a Vox
Arsénico por diversión ·
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Arsénico por diversión ·
Cada vez me convenzo más de que la subida del partido de Santiago Abascal no es un triunfo de la derecha sino de la izquierdaCada vez me convenzo más de que la subida de Vox no es un triunfo de la derecha sino de la izquierda. Solo con leer la carta de Sánchez a la militancia, repasar sus últimas decisiones y hacer un seguimiento de su prensa de cabecera, las piezas empiezan a encajar. «Nada une más que un enemigo común», debieron de pensar los gurúes de la Moncloa, y se lanzaron a fabricar ese enemigo, inflamando a la extrema derecha. La estrategia se nota siguiendo en las redes sociales a voces muy cercanas al poder y a todos sus palmeros. Así, en cuanto se dio el pistoletazo de salida al mantra «vuelve el fascismo», todos se lanzaron en tromba a repetir las consignas.
Durante meses, a Sánchez le parecía inaceptable el acuerdo con Podemos, la presencia de Iglesias en el gobierno y la inclusión de podemitas entre sus ministros. Sin embargo, en cuanto las encuestas anunciaron que la cosa iba a salir mal, recuperó la exhumación de Franco no tanto para contentar a los suyos como para enfadar a los opuestos. De hecho, Tezanos le hizo dos servicios al PSOE: alentar el voto dándole por vencedor y alentar el de Vox anunciando el Apocalipsis de su llegada. De esa forma, la izquierda votaría más al PSOE que a Podemos y la derecha se trasvasaría a Vox. Utilizar a Franco era apuntar en ambas direcciones. Desde ese momento, no había más mensaje electoral que «frenar al franquismo redivivo». Lo repetía el BOE mediático, lo cacareaban los palmeros de Sánchez y le daba eco el progresismo patrio denostando a quien no viera en la existencia y auge de Vox el principal problema de nuestro país. Incluso la misma noche electoral, aunque justificada la reacción por la subida espectacular del partido de Abascal, todo pasaba a un segundo plano, ya fuera la debacle de Ciudadanos o la entrada de la CUP en el Congreso español.
Lo ha terminado de confirmar este fin de semana la carta enviada por Pedro Sánchez a los militantes socialistas con la súplica de un apoyo al gobierno que meses y cientos de miles de votos atrás parecía imposible. Dice Sánchez que «la ultraderecha ha contaminado a buena parte de las fuerzas conservadoras con sus postulados extremistas y sus métodos de falsedad, insulto e intimidación». Pero es mentira. Ni la presunta contaminación ni la falsedad e insulto son generalizados ni invalidan las posturas conservadoras, pero con ello se pone en evidencia: la estrategia del trifachito funciona. Todos son lo mismo, son antidemócratas y deben excluirse. Ése es el mensaje final que vamos a seguir escuchando durante los próximos años. El enemigo es el conservador, no el fascista. Y la salvación nos viene de la izquierda, no de la moderada sino de la auténtica. «Yo o el caos» dijo Sánchez cuando amenazaba con elecciones si no era investido presidente; ahora lo vuelve a repetir para justificar que la alternativa a él es la extrema derecha. Y lo peor es que hay algo cierto: Su ambición alimenta a Vox.
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