Antes, hace mucho tiempo, se llamaba palomita a la mujer amada. Y son conocidos muchos otros usos simbólicos de estos animales que pasan por pacíficos cuando no lo son, que sirven para comprobar si han terminado los diluvios o para flotar en las pinturas clásicas ... en forma de espíritu o transportando el alma de los difuntos (al menos la de algunos) al paraíso, donde se posa en el árbol de la vida y bebe el agua de la eternidad. No sabemos, en cualquier caso, si en el más allá hay monumentos y si éstos, dado el caso, son inmunes a las cagadas de paloma. Porque estos pájaros tienen esas dos caras, lo que te limpian por el lado espiritual te lo ensucian por el mundano y aunque la de la imagen hace tiempo que dejó de volar no puedo dejar de mirarla y admirar esa paz que transmiten sus alas abiertas para el último vuelo que no pudo ser. Nunca pensó ella, ni yo, que iba a quedar inmortalizada, ni que iba a salir 'post mortem' en un periódico, como en aquellas fotografías de antaño con las que se guardaba recuerdo de los fallecidos o se informaba, con la fuerza de la imagen como prueba, del fallecimiento de una persona a los familiares que vivían lejos y, gracias al retrato del difunto, se daban por enterados del suceso. Con los avances tecnológicos y eso que llaman cambios en la sensibilidad social, la muerte de humanos y palomas es algo mucho más reservado, algo que se sabe pero no se mira, algo de lo que se escucha pero no se dice, una imagen que se trata de evitar, como si esquivar la visión del cadáver nos permitiera evitar el inevitable destino de nuestras vidas. Aunque sea cierto que en nuestros tiempos ya no nos vamos al otro barrio encerrados en el cuerpo blanco de un ave. Ahora basta con un whasap.

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