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Veo con estupor estos días múltiples ejercicios de hipocresía que rozan lo inhumano; Bordalás ejercía el antifútbol hace seis meses en Getafe y su equipo ... vivía en el fondo del cubo de la basura de la Liga. Y, en cambio, ahora ha llegado el general Bordalás a poner orden en la ciénaga valencianista. Y todo este cambio de chaqueta sin el más mínimo rubor, oiga. Pues miren, yo no. A mi que no me esperen en ese barco. Lo mismo que detestaba del Getafe de Bordalás lo desteto hoy y lo que ya me gustaba me seguirá gustando mañana. De Bordalás me ha enamorado siempre el orden táctico de sus equipos. Su forma de defender de memoria en una coreografía perfecta de los once futbolistas. Les invito a ver el Athletic-Getafe de hace dos temporadas; no recuerdo haber visto un dominio posicional de tal calibre desde entonces. Aquella tarde en Bilbao el Getafe fue una máquina perfecta de presionar, replegar, competir y ganar el partido superando en cada rincón del campo a un desarbolado Athletic Club. Me imagino al Valencia con ese orden táctico y solo me sale sonreír. Bordalás era el gran responsable y es, tácticamente, de los mejores técnicos de la Liga si no el mejor.
Ahora vamos con lo otro. Quizá, porque para ganar partidos con el Getafe con la táctica no era suficiente, ese orden y rigor ha venido acompañado siempre de lo más asqueroso que hay -para mí- en el fútbol; intolerables patadas sin balón, entradas fuera de órbita e intento de engaño al árbitro permanente. Y, eso, también es Bordalás. Confundir competitividad con agresividad son asuntos nada menores que han llevado al Getafe a liderar todas las estadísticas negras de la Liga y a situar a Bordalás como el más criticado por sus propios compañeros de profesión. Pero hay más. Fíjense, si tienen un rato, en cualquier partido del Getafe de la pasada temporada y se encontraran lo siguiente: falta a favor del Geta, jugador azulón que da tres vueltas de campana para conseguir una tarjeta, grita y, en cuanto el árbitro ha sancionado, se levanta milagrosamente como si nada. Y, atención, lo más importante; sin protestar jamás al árbitro aunque no haya cartulina para el contrario. Este detalle es clave. Objetivo; tratar de engañar al árbitro en cada jugada sacando tarjeta para el rival sin recibir tarjeta en contra. Y llevar el partido a un estado de nervios y mentira permanente. ¿Creen que eso sale por ciencia infusa? No, amigos; eso también es Bordalás. El famoso antifútbol que tan poco le gusta oír. Y no lo quiero. No quiero un equipo por encima del reglamento. No quiero un equipo mentiroso y ruin. Quiero un equipo competitivo a muerte -el ADN VCF- por encima del resto pero no un grupo de bandoleros sin escrúpulos.
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