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ANTOLOGÍA DE LA IMPRUDENCIA

Marea baja ·

Álvaro Mohorte

Valencia

Domingo, 27 de octubre 2019, 12:01

A los villanos de Disney siempre les falla el equipo. Brillantes genios del mal que ven sus aspiraciones truncadas por la estulticia, torpeza o necedad de ceporros que casi nunca hacen una a derechas. Los esbirros de Cruela De Vil que son burlados por la camada de dálmatas y terminan maltrechos y humillados. Mufasa y las estúpidas hienas que dan más problemas que los que resuelven. Jafar y su loro listillo y cobarde. La madrastra de Cenicienta, con tanto talento desperdiciado en sus hijas idiotas, pudiendo haber sacado muchísimo más beneficio si se hubiera centrado en su hijastra...

Por encima del acierto o error en las decisiones, la bondad o maldad de las intenciones, la imprudencia a la hora de tomar medidas (o elegir quién debe ejecutarlas) está detrás de muchos fallos antológicos en el gobierno de empresas y administraciones. Sin embargo, cuando se asumen cargos de poder político no faltan los pequeños tiranos vocacionales que no entienden que el poder democrático en un Estado de Derecho se caracteriza por la existencia de límites que evitan el ejercicio del poder absoluto o, cuando ya se ha consumado la tropelía, castigan el pecado y al pecador.

Desde la constitución del gobierno del Botánico, el ejercicio del poder está sangrando de forma habitual por la misma herida: los que más denunciaron en el pasado abusos y comportamientos abusivos son los que están siendo condenados por los tribunales precisamente por actuaciones de ese tipo. Las irregularidades en la tramitación del proyecto del centro comercial y de ocio Puerto Mediterráneo para intentar tumbarlo, los despidos de trabajadores en el Hospital de la Ribera tras la reversión a la gestión pública para no dejar títere con cabeza de la etapa anterior, la caza de brujas de Giuseppe Grezzi tras la estafa de cuatro millones en la EMT... Este último es especialmente curioso, ya que es capaz de encontrar tantos culpables como excusas para no tener que asumir él responsabilidades.

Sin embargo, estos episodios lamentables no sólo perjudican a sus autores, que ven frustradas sus aspiraciones de cambiar las cosas sin tener en cuenta las leyes, sino que dejan a sus espaldas una factura en las cuentas públicas. Robar varios millones de euros del dinero de todos debe ser castigado con la cárcel, pero dejar un agujero de centenares de millones de euros por mala gestión, incompetencia, decisiones arbitrarias y, lo que es peor, contumacia en el error debe ser también castigado. Los hechos son los hechos y, si se exigió en el pasado a otros que ocupaban los mismos despachos limpieza, luz y taquígrafos, lo coherente y honesto es someterse a las mismas normas. No estamos de rebajas, aunque ahora la vara de medir le apriete a uno.

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