Qué lejos quedan aquellos tiempos del Gobierno socialista de Felipe González, cuando Josep Borrell, como ministro de Obras Públicas, y Vicente Albero, como secretario de ... Estado del Agua y Medio Ambiente, propiciaron el primer proyecto de Plan Hidrológico Nacional.
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Aquel magnífico trabajo de planificación, con densos estudios y amplísima documentación, sirvió para concluir que en España había recursos hidrológicos de sobra, aunque mal repartidos en el tiempo (lluvias) y sobre el territorio (norte-sur), por lo que hacían falta obras de regulación (embalses) y redistribución (trasvases).
Sin embargo, tan buenas predisposiciones, que venían desde los tiempos de planificación de Manuel Lorenzo Pardo, acabaron en aguas de borrajas porque, a la hora de la verdad, el PP puso objeciones al PHN auspiciado por el PSOE, como años después sería el PSOE el que tumbaría el PHN protagonizado por el PP. Excesos de protagonismo político que han acarreado gravísimas consecuencias, porque lo que no se hizo entonces por disensiones entre los dos grandes partidos, ya no se hará por el agravamiento de las disputas territoriales y el advenimiento de los actuales postulados medioambientalistas a ultranza.
En una reciente respuesta del Gobierno a una pregunta de senadores del PP por Murcia, interesándose por el futuro del Tajo-Segura, el Ministerio de Transición Ecológica que dirige Teresa Ribera ha dejado bien claras sus intenciones al respecto, señalando que se «apuesta por que cada una de las demarcaciones hidrográficas españolas adopten las medidas necesarias para abastecerse con sus propios recursos hídricos, mediante el fomento de medidas de ahorro».
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El propio presidente valenciano, Ximo Puig, aparentemente defensor de que no se reduzca dicho trasvase, tras reunirse con la ministra Ribera ha dicho, con mayor tibieza, que lo inteligente sería ir sustituyendo caudales del trasvase por agua desalada. Y como gran fondo de verdad absoluta que todo lo justifica: el cambio climático y todas sus amenazas.
Así que vayan haciéndose todos a la idea: que cada cual se apañe con el agua que tenga y que no espere socorros de otra parte, aunque se pierdan caudales en el mar. Es mejor dejar que se salinice el agua dulce para luego desalarla. Ahí ya no se ven sobregastos de inversión ni el despilfarro de energía.
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