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Los socios del Botánico recuerdan el 11 de junio de 2015 como si miraran el retrato de una boda lejana en la que hubo más ilusiones y jarana que verdaderas complicidades y aciertos. Observar la foto de la firma del pacto tripartito obliga a preguntarse cuánto queda de todo aquello; los protagonistas lo mismo también pasan por la misma interrogante. Los socios de la multiizquierda fueron a las elecciones de 2015 con un impulso ganador descarado, a la convocatoria de 2019 acuden en cambio con canguelo; con la incredulidad de no entender cómo la ciudadanía los cuestiona en lugar de ponerlos en un pedestal. De los socios firmantes, Antonio Montiel fue apartado enseguida de las escenas de tresillo y ya no está ni en política, mientras que la relación de Oltra y Puig ha corrido la suerte del distanciamiento acelerado. O quizá simplemente se han quitado la careta y se han cansado de fingir aquellas exhibiciones gráficas a base de manitas, confidencias, miradas, gestos, sonrisas, carantoñas y arrobamiento que tanto excitaron a los fotógrafos parlamentarios. Vivieron o interpretaron una etapa de impetuoso descubrimiento, de ñoño romanticismo político en el que por poco no llegan a grabar sus nombres en algún árbol desprevenido del Jardín Botánico. Hasta compartieron lemas cargados de mala poesía adolescente y política de facultad, cuando se juraron que venían a rescatar a las personas o que con ellos llegaba la primavera e incluso el renacimiento valenciano. Complejos no tenían. Pero es que fingir cuesta un esfuerzo atroz y todo aquello acabó pronto, aunque no lo han entendido hasta hace un rato. Van haciéndose a la idea de que una cosa es la realidad y otra distinta la irrealidad de Twitter. Que todo lo que tienen ahora se puede perder el 26 de mayo.
Antonio Montiel, fundador del Botánico, anunció esta semana que deja la política, tras perder previamente el liderazgo de Podemos en la Comunitat. Lo de Montiel no es un caso aislado sino un síntoma de una fuerza política que se desmorona apresuradamente por el desquiciamiento y desprestigio de su líder, Pablo Iglesias, tras la fabulosa impostura de su chalé de Galapagar. Podemos camina rápido a ser otra Izquierda Unida, de peso marginal, nicho de viejos/nuevos comunistas mientras que el PSOE practicará otra vez la 'operación acogida' de otras épocas, ahora quizá integrando en sus filas cuando se pueda a los más moderados Errejón o Manuela Carmena, una vez que el sanchismo haya neutralizado definitivamente a los barones autonómicos. El problema de Montiel es que tampoco es querido en los entornos del PSPV debido al papelón que jugó en la creación de À Punt. A él y a nadie más se le atribuye la máxima responsabilidad en la deriva de la nueva Canal Nou, al final asimilada dentro del espectro ideológico de Compromís y con los vicios de siempre.
El cainismo típico de la izquierda (que practica primero sobre su vecindario y luego a sí misma) no anida sólo en Podemos, también empieza a crepitar en Compromís. Woody Allen tiene una película en la que alguien dice «los intelectuales son como la mafia, sólo se matan entre ellos». Pues eso mismo. Mónica Oltra ha tenido que experimentar desilusiones diversas o ajustes a la baja en sus expectativas. En la foto de boda del Botánico creía que estaba en un punto de partida para llegar más lejos, a la presidencia de la Generalitat, pero ha resultado ser el momento cumbre de su trayectoria, al menos por bastante tiempo. Ha tenido que aceptar que no será la inquilina del Palau, y que su ascendiente sobre Podemos se ha diluido, y que las televisiones la llaman poco, y que la gente la quiere menos, y que no es tan lista como pensaba cuando le toca gestionar los recursos públicos en lugar de incendiar el debate. Lo que quizá todavía no ha interiorizado es que su influencia interna en Compromís también ha mermado y que es menos líder que antes. Los Fran Ferri, Marzà, Micó y demás jóvenes coroneles la aceptan por su indudable fuerza electoral, pero ser aceptada no es lo mismo que ser respetada, ni ser seguida. Los jóvenes coroneles tienen proyecto de futuro propio, en el que Oltra queda fuera, pero en su ingenuidad no se dan cuenta que ese proyecto requiere seguir ocupando el poder. Por eso humillan a Enric Morera y le bajan los galones o cansan a otra histórica como Consol Castillo; Compromís en realidad es una amalgama de lobbies y minorías en la que no se valora la tarea de los dirigentes históricos y cada cual va a lo suyo y a por lo suyo; el caso de Fran Ferri con los LGTBI es de libro.
Por eso Morera se ha tenido que rendir, por sus veleidades burguesas, con ese afán suyo por contemporizar con empresarios y demás. Oltra por ahí no ha pasado. Los empresarios primero se solazaron al comprobar que la vicepresidenta no muerde, luego se enfriaron cuando comprobaron que tampoco lame ni acude a su encuentro, ni recibe («no quiere verse con ellos, pero sobre todo se desenganchó del entorno de los grandes de AVE cuando Compromís no quiso entrar en negociaciones con Rajoy para mejorar los Presupuestos de la Comunitat»). Del análisis no puede quedar exento Ximo Puig. Convertido esta legislatura en un ultraburgués, según el gusto de sus aliados, a quienes molesta el cambio de influencias palatinas. Es el que mejor parado ha salido de los tres, hasta ahora; la cara amable, el interlocutor institucional, el moderado, pero no nos engañemos, básicamente se ha gestionado a sí mismo y a su cargo: la presidencia de la Generalitat. En el Consell han habitado distintos gobiernos, cada uno por su cuenta y riesgo. Aparte de lo que ha controlado Puig, estaba la corriente sanchista y autónoma de Carmen Montón en Sanidad, las carteras asilvestradas de Compromís en Educación y Agricultura (Marzà, Julià Álvaro), la guerra ideológica de Soler con el 'Madrid nos roba' y la desaparición en combate de MJ Salvador. Puig se ha ocupado mucho más del partido, de Sánchez y de Susana, y ahí sigue estando su foco, ahora con las listas provinciales. Sabe que tiene que ganar y gobernar, o en el siguiente congreso del PSPV será apartado. Quizá lo que no conoce es la decepción rumiante de sus leales, de sus antiguos colaboradores, aquellos que le auparon a la secretaría general, que lo acusan en privado de ingratitud: «pasa del partido; está dejando caer a los que le ayudaron, a Boix lo quitó tras apoyar a Díaz por decisión suya, Sarriá es uno de sus padres y queda fuera de los puestos de salida en el Ayuntamiento, a Calabuig no lo puso ni en la ejecutiva y eran mil, Orengo se fue harto, a Lerma no lo llama; Ábalos en cambio cuida de los suyos». Demasiadas voces internas contra Puig. Conviene insistir; el líder del PSPV está obligado a ganar y gobernar, o sus adversarios sanchistas/abalistas y sus antiguos leales ahora decepcionados pasarán página.
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