La Primitiva de este sábado entrega dos premios de 102.557,03 euros, uno de ellos en un municipio de 1.000 habitantes

Como la sandía está de actualidad por su escasez y altos precios, es frecuente foco de atención en todas partes, incluidas las tertulias radiofónicas, donde ... los intervinientes hacen gala de dominar todos los palos; incluido el de la sandía, llegado el caso. De ahí que un famoso locutor, obligado a manifestar algo elocuente al respecto, acabara hablando del «árbol de la sandía». Y nadie le corrigió, bien porque nadie ose pisarle un callo al compañero o bien porque nadie supiera de verdad dónde y cómo crecen las sandías y, tratándose de una fruta, les resultara mas fácil suponer que sería en un árbol. Total, si hiciera falta, justificarían con igual descaro que no son expertos como para saber de entrada que las sandías crecen en plantas a ras de suelo. Los melones también, de todo tipo.

Publicidad

Es un detalle que puede pasar por anecdótico, pero en el fondo denota la precariedad del conocimiento popular sobre el origen y las circunstancias de producción de lo que nos alimenta, y de esa ignorancia colectiva, queva a más, derivan otros males de mayor calado. De manera que si una vicepresidenta del Gobierno (la ministra del extraño prestigio, según definición de Rosa Belmonte) tiene la ocurrencia de pedir a los supermercados que rebajen los precios de alimentos, cualquiera la da por buena, salvo que primen cuestiones ideológicas o de simpatia/antipatía personal. Hasta que llega Competencia y saca tarjeta amarilla a tan estrambótica propuesta. Porque aparte de la ilegalidad está sobre todo la sinrazón. Si los costes de producción se duplican y hasta triplican, cómo pretender que se rebajen precios de venta sin castigar a nadie. ¿No ven que no hay sandías ni judías verdes, que se se están sacrificando vacas lecheras y que en Alemania y Polonia no quedan coles? ¿Por qué será?

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias al mejor precio: 3 meses por 1€

Publicidad