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A las ardillas les gustan las naranjas

Cuarto menguante ·

Nos caen muy simpáticas, pero tengan cuidado con las que han ahijado en el jardín del Turia, porque roen los tubos del riego

Vicente Lladró

Valencia

Sábado, 1 de junio 2019, 09:42

A la ardilla Lola le gustan las naranjas, como al resto de las ardillas que merodean entre los naranjos y los pinos cercanos, yendo de unos a otros según convenga. Les gustan las naranjas y destrozar los tubos de plástico del riego a goteo de los naranjos. Lo cual se avisa para conocimiento general del vecindario de Valencia capital que está tan de enhorabuena, pendientes todos de cuatro ardillas rojas que han instalado en el jardín del viejo cauce del Turia. Porque se supone que les convendrá saber estos dos detalles del comportamiento habitual de dichos animales incorporados ahora al mundo urbano, donde se tiende con frecuencia a idealizar a especies que se consideran más propias de frondosos bosques lejanos.

Si consultan al señor Google les dirá que las ardillas comen todo tipo de semillas, sobre todo de coníferas; roen las piñas hasta alcanzar los piñones y se alimentan también de brotes, yemas, tubérculos, hongos, frutos secos, frutos del bosque, líquenes y hasta muérdago, al igual que cabe que devoren algún pájaro pequeño si el hambre aprieta, huevos e incluso insectos. No dice nada de naranjas, pero comen naranjas, lo hemos visto, y en esto hemos creído vislumbrar un rasgo ciertamente muy valenciano. La naranja es símbolo típico de valencianía. Aunque ahora esté muy barata, tirada de precio; pero así y todo es seña de identidad muy acendrada, como el arroz, la paella, la barraca y el Turia de plata, que no es de plata ni de nada, porque no suele llevar ni gota de agua al pasar por Valencia, pese a ser conocida mundialmente como la ciudad del Turia.

Lola ha hecho un nido con ramas secas en el alféizar de una ventana. Al principio, cuando vimos el pequeño montón inesperado de biomasa medio trenzada pensamos que sería cosa de un pájaro, pero luego vimos que no era una estructura cóncava, como acostumbran las pequeñas aves, sino más bien tubular, y temimos que fuera de una rata. Una noche, al abrir la cortinilla acristalada notamos un repentino rumor provocado por un animal que huía sobresaltado. Ya está, pensamos, la rata. Pero otra vez procedimos con más tiento y acertamos a ver que era una ardilla, que se quedó medio parada ante la luz de la linterna y el temor a mojarse más, porque llovía. En realidad, las ardillas, cuando están chopadas, revelan su parentesco rateril.

Como otras ardillas del contorno, Lola, que ha cogido confianza, se zampa naranjas. La hemos visto acarrearlas, de una en una. Igual que sus amigas de los pinos, que se las suben a lo alto con gran destreza y les delatan las migajas de corteza que caen al suelo. Es un detalle a tener en cuenta en el vecindario de Valencia, que ahora cuenta con cuatro ardillas rojas ahijadas, por si les llevan fruta y así les caen más simpáticas. Pero tengan cuidado con los tubos del riego, que los deshacen a mordiscos aunque les pongan al lado cazos de agua. Son roedores capaces de hacer estragos con lo que quede al alcance de sus dientes.

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