Me tiene loca -como cantaba la Shakira de antes- nuestra vicepresidenta Yolanda Díaz. Para ser más exacta y con afán de concretar desde el principio, lo que de verdad me enloquece es su armario. Siempre va estupenda, marcando tendencia progresista -como dejándola caer- desde unos 'looks' muy 'fashion' de telas ligeras, trajes de chaqueta con los que acierta siempre, abrigos de talle perfecto, vestidos fluidos y lisos o blazer entalladas y cruzadas tan a la última. No repite 'outfit' -como se dice ahora- ni de casualidad.
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Lo comentábamos el otro día en un tardeo disfrutón de amigas cuarentonas de esos que surgen espontáneos cuando no tienes responsabilidades a la vista. Decíamos que Díaz tiene que dedicar mucho tiempo, más dinero -un auténtico pastón- y otro tanto de personal experto para acertar siempre con el modelo perfecto. ¿Han visto la transformación y su evolución en pocos años?
Al rato, no tuvimos más remedio que declararnos casi fans de Yolanda al coincidir todas en un pero estético relevante: sus peinados. Es verla con las trenzas y viajar irremediablemente al final de 'Sonrisas y Lágrimas' cuando una frau local recoge el segundo premio del concurso que gana la familia Trump antes de huir a las montañas. Lo lamento por Díaz, pero desgraciadamente las que somos de su generación, sufrimos ese viaje inevitable al pasado con Edelweiss sonando de fondo.
A punto de irnos para casa, mi amiga Q -que es muy maligna- nos confesó una ocurrencia -muy al estilo Trump- y es que hay veces que le dan ganas de asaltar La Moncloa para averiguar alguna clave más sobre ese inagotable armario. Y deslizó un plan: disfrazarse de lagarterana -su familia es toledana y puede disponer de tan histórico traje- y dejarse caer por allí, de manera discreta, con la excusa de sumarse a las iniciativas de hacer de esta indumentaria tradicional patrimonio inmaterial de la humanidad. Total, nos dijo, seguro que así me dejan entrar y hasta posar con Pedro Sánchez en las escaleras de palacio. Seguro que como Diaz trabaja tanto debe tener un 'kit' de emergencia cerca del despacho y que, por su tamaño y dimensiones, no debe ser nada fácil de esconder. Y así, entre unas cosas y otras, mientras su aspecto despista al personal, confía poder encontrar su particular botín. Cosas que se le ocurren a Q.
Podemos -leída con p minúscula y en primera del plural- estar tranquilos si Díaz se entrega igual a la gestión de sus áreas de responsabilidad en el gobierno, como a la construcción de su imagen personal. Podemos no. El aspecto y las formas impecables de Díaz son factores esenciales del partido político 'de laboratorio' -en fase de escucha- que es Sumar, diseñado para fortalecer al PSOE. Aunque diga lo mismo que decía el antiguo Pablo Iglesias, su aspecto cuidado al milímetro, su perpetua sonrisa y el tono dulce de su voz dan un resultado diferente. ¿No les parece?
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