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Hay tantas maneras de sentirse valenciano como de hacer el arroz en la Comunitat. Y son muchas en ambas materias. El problema, también en ambas ... materias, son los dogmáticos. Es cierto que hay cosas verdaderamente complicadas de aceptar, en mi caso el arroz con costra, que siempre asocio a la burbuja inmobiliaria porque es un plato al que sólo le veo utilidad como un conglomerante de ladrillos, incluidos los que me he comido en lugares emblemáticos donde se elabora tal receta. Una vez en Londres, en el Covent Garden, presencié la venta de una cosa que llamaban paella que me hizo empatizar con los que abogan por la pena capital. No obstante, no pagué por aquel asunto inglés y cuando tropiezo con la costra espero pacientemente a que llegue mi hora con el postre. Con la manera de sentirse valenciano pasa igual. O debería pasar. Durante el presente fin de semana y también mañana, contamos con incontables ejemplos de lo mucho que nos cuesta aceptar, tolerar, los diversos modos de sentirse valenciano. Manifestaciones a favor de asuntos que propician manifestaciones en contra. Igual que hay personajes que intentan arrogarse el poder de decir qué es una paella y qué no lo es, a pesar de que en Xàtiva la entienden de manera bien distinta a como la conciben en El Palmar, tenemos una tendencia bastante acusada de señalar a los antivalencianos entre nuestros vecinos. Hay antivalencianos por todas partes. Malos valencianos en las filas de la izquierda y de la derecha, en función de quién tiene la cuchara para probar el caldo y el punto del arroz.
Lo primero que hizo el Botánico cuando llegó al poder fue derogar la ley de señas de identidad que poco antes de perder el Palau había aprobado el PP en Les Corts. Durante los últimos seis años se ha podido escuchar en múltiples ocasiones lo antivalencianos que son los populares por no defender lo mismo que el tripartito. Carlos Mazón ya ha asegurado que en cuanto pise el Palau implementará una ley de señas de identidad. Tenemos un serio problema con eso. Quizá tenga que ver con la falta de montañas, la larga línea fronteriza y el carácter comerciante del paisanaje, que ha impedido encastillarnos. Aquí ha venido gente a vivir y comerciar de todas las partes de España y del Mediterráneo, por lo que la variedad es extrema. Los modos de vivir, de entender la vida y a uno mismo, son tan diversos que puede considerarse una entelequia establecer un canon de lo que es ser un buen valenciano. Nos cuesta aceptar que en la casa de al lado la paella mixta se come todos los domingos y se integra en una memoria sentimental a la que nadie renuncia.
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