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EL ARTE DE VENDER EN LA NBA

Mi paso por el Chase Center de San Francisco termina con unos kilos de más y muchos dólares menos

Domingo, 10 de noviembre 2019, 09:54

El lunes estuve en el Chase Center, la casa de los Golden State Warriors. El mejor equipo de baloncesto del siglo XXI se ha mudado de Oakland a San Francisco. Su flamante pabellón, al borde de la bahía, me dejó con la boca abierta y me permitió fantasear con lo que será el nuevo arena del Valencia Basket dentro de unos pocos años.

El sábado anterior había hecho un primer intento de ir a ver a los Warriors, pero en la taquilla volvieron a dejarme boquiabierto cuando me pidieron 120 dólares por la entrada más barata, que en el Chase Center equivale a ver el partido como si estuvieras en lo alto de una montaña. El lunes estuve más listo y encontré en la venta on line un par de localidades a 35 dólares cada una. Un chollo.

La verdad es que no tuve mucha suerte. Los Warriors tenían algunos jugadores importantes lesionados, incluido Stephen Curry, Don Stephen. Y su rival de esa noche, los Portland Trail Blazers, llegaron con Pau Gasol, Don Pau, vestido de traje. Pero el sentido del espectáculo que tienen en Estados Unidos, al que no llega ningún otro país en el mundo, les permite venderte lo que quieran, te lo empaquetan y te lo llevas tan contento.

El nuevo arena está concebido, como todos los estadios del país, para sacarte un buen puñado de dólares. A la entrada del pabellón hay una tienda enorme que no para de facturar camisetas y todo tipo de merchandising antes y después de los partidos. Y no solo piensan en los que han comprado una entrada como potenciales clientes. También en los que pasan por allí. Por eso han instalado una pantalla descomunal, más grande que la de muchos cines, en la fachada del pabellón y enfrente han colocado una especie de escalinata donde se sienta la gente a ver el partido. La mayoría de esas personas lo hace, por supuesto, con comida y bebida en las manos.

Dentro de la instalación te llevan como en un embudo hacia un pasillo repleto de barras donde comer y beber lo que se te antoje. Eso sí, prepara la cartera. Las cervezas están a nueve 'bucks' y por un perrito caliente te pueden soplar otros doce o quince perfectamente. Durante los dos primeros cuartos y el descanso, la gente no para de entrar y salir de la grada en busca de algún refrigerio. Y cuando ya parece que el público ha saciado su apetito, aparece entre las butacas un tipo vendiéndote helados. Y cuando, llegado el último cuarto, parece que ya nadie va a gastarse un puñetero dólar más, el hombre de los helados procede a ofrecerlos más baratos. Total, que la gente no para de aflojar billetes durante todo el partido. Un negocio redondo.

En los cuatro cuartos es imposible aburrirse. El partido contra los Blazers fue muy bueno, pero al acabar ninguno de los españoles que iba conmigo hablaba de esta o aquella jugada. Todos estaban comentado la presentación, apoteósica, con un violinista interpretando el himno con su instrumento y, al lado, un grupo de bomberos, del cuerpo que había estado sofocando recientemente unos incendios en California, sujetaba una bandera enorme de los Estados Unidos. Después comenzaron a atronar los altavoces, unas figuras iluminadas comenzaron a descolgarse de la cubierta del pabellón y unos pequeños fuegos artificiales estallaban en las alturas mientras iban saliendo, uno a uno, los jugadores de los Warriors.

Los españoles también recordaban emocionados todas las acciones que se realizaban en los descansos para amenizar esos ratos muertos. Un DJ con pinta de DJ, no como el de la Fonteta, poniendo en pie el pabellón; un chaval que no llegaba a los 14 años marcándose un solo de guitarra en medio de la cancha; o una especie de ametralladora gigante que llenaban de camisetas con las que torpedear el graderío fueron algunas de las más llamativas. O el juego infalible de poner al público a sacar bíceps mientras les enfoca la cámara, mostrando al musculitos, al obeso y al tirillas. Durante esos descansos nadie separaba la vista del gigantesco marcador que hay en medio del pabellón. Cuatro pantallas donde, además de ver todo en la mejor definición, puedes seguir toda clase de estadísticas del partido. Porque, aunque ya lo hayamos olvidado, en realidad la gente ha ido a ver un partido de baloncesto.

Al acabar el Golden State-Portland sales del Chase Center con varios kilos más y muchos dólares menos. Y encima lo haces con una sonrisa en la cara. Está claro que han convertido la venta en todo un arte...

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