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Era la imagen de la semana: Boris escondido detrás de un atril a las puertas del número 10. Con el pelo más alborotado que nunca, ... vencido. Se miró al espejo el jueves de madrugada y se reconoció: era ya cadáver, asesinado -políticamente hablando- al más puro estilo british. Habían desaparecido en 24 horas 50 ministros y diputados, como en los diez negritos. Sólo quedaba él. Y amaneció en la biblioteca, con cincuenta puñales clavados en la espalda. Contribuyendo al suspense orquestado por los tories, tuvo a la nación en vilo hasta el último minuto. La muerte -política- era inminente.

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