Era la imagen de la semana: Boris escondido detrás de un atril a las puertas del número 10. Con el pelo más alborotado que nunca, ... vencido. Se miró al espejo el jueves de madrugada y se reconoció: era ya cadáver, asesinado -políticamente hablando- al más puro estilo british. Habían desaparecido en 24 horas 50 ministros y diputados, como en los diez negritos. Sólo quedaba él. Y amaneció en la biblioteca, con cincuenta puñales clavados en la espalda. Contribuyendo al suspense orquestado por los tories, tuvo a la nación en vilo hasta el último minuto. La muerte -política- era inminente.
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Hace apenas hace una semana, durante la cumbre de la OTAN, atravesaba Johnson, con el paso de alguien acostumbrado a pisar alfombra, las estancias del Palacio Real. Directo a las cocinas. Impresionó en el saludó a los reyes de España: parecía que era él quien daba la bienvenida a los monarcas y no al revés -acostumbrado a ser, en la fiesta, anfitrión-. Hasta once fiestas ilegales celebró durante la pandemia, coronadas por un escándalo de abuso sexual en el partido. La celebración de la victoria tory el viernes, tras 24 horas de tensión, no tuvo por escenario, esta vez, el jardín trasero de Downing Street 10.
En el Reino Unido se ha vivido con tensión este honroso tiranicidio político perpetrado por el partido: un crimen perfecto, a la altura de Sherlock y Poirot y, por supuesto, Miss Marple. El estilo de hacer política de Johnson, exuberante y personalista, indiferente a todo, le ha llevado a la tumba. La antigua mansión del siglo XVII ha sido durante más de trescientos años sede de la oficialidad política de primer rango; en los últimos, refugio de un político populista que ha roto la Unión Europea, quebrado un confinamiento histórico y, a base de fiestas, el duelo de sus compatriotas en plena ola de fallecimientos. Más vale tarde que nunca.
Al caer la noche Boris era historia: asesinado, pero de verdad, en un acto de violencia inesperado e insólito en la cultura nipona, descubría al unísono el mundo globalizado la muerte de un ex primer ministro nipón cuya existencia ignoraba. Puro periodismo. La imagen de Abe en el suelo, enfundado en traje y camisa blanca ensangrentada, competía al poco por el espacio mediático con la del asesino, reducido por las fuerzas de seguridad. Un hecho aislado o, en un país con estricto control de armas, fruto de la globalización de la violencia y los tiroteos: no hay cultura impermeable al intercambio intenso y veloz característico de la sociedad actual. Echamos cuentas: tranquiliza pensar que es solo el último en la larga lista de magnicidios.
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