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El pasado día de Reyes tuvimos en casa la ocurrencia de ver en una plataforma digital una mini serie de esas sobre asesinos múltiples yanquis. ... Ésta se centraba en la figura criminal de Richard Cottingham, un informático también conocido como «El asesino del torso» o «El destripador de Times Square». Aunque sólo pudo ser condenado por la autoría de ocho asesinatos, este neoyorquino llegó a confesar la comisión de hasta cien homicidios entre finales de la década de los sesenta y finales de la década de los setenta del siglo XX, lo que lo sitúa contemporáneo de otros famosos asesinos en serie como Ted Bundy, David Berkowitz (El hijo de Sam) o Richard Ramírez (El acosador nocturno). De hecho, y así se expone en la docuserie, la mayoría de los criminales americanos de esta naturaleza se concentra en las décadas de los setenta y ochenta de la pasada centuria. No creo que sea tan difícil dar una explicación al origen de este fenómeno si conjugamos analíticamente dos circunstancias: la revolución y liberación sexuales desatadas a partir de mediados de los años sesenta y la precariedad de los medios obsoletos de investigación disponibles para las agencias anti crimen en una de las naciones más descentralizadas del mundo. Más complicado sería desentrañar esa querencia tan norteamericana por andar asesinando mecánicamente y en cadena, ya que ésta no tendría relación con la raza de los depredadores; los hay de la raza blanca anglosajona predominante, de la caucásica polaca, hispanos o negros. De hecho, el FBI declaró como el mayor asesino en serie de su historia a un afromericano, Samuel Little. Por otro lado, aunque son muchos los varones que han perecido a manos de estos desalmados, las mujeres son las principales víctimas de esta manifestación criminal que resulta bastante ajena a la Europa latina. Sin embargo, me irrita el tono con el que estos productos audiovisuales en streaming, magníficos en todos los aspectos técnicos, tratan la casuística delictiva, realizando escorzos y malabarismos imposibles con tal de encajar estos sucesos del pasado con las nuevas teorías identitarias: el hombre blanco heterosexual categorizado como victimario histórico de las mujeres en cooperación con el sistema económico, político, judicial y policial; en todo su esplendor la religión woke y esa dictadura del eufemismo que es capaz de convertir, con ánimo exorcizante, a una prostituta en una «trabajadora sexual» forzada. Y en el trasfondo, el discurso lisérgico de la irresponsabilidad de los actos propios que tan buenos resultados electorales da. No nos extrañemos de que el PSOE siga manteniéndose en las encuestas.
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