Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia

Me escribe una amable lectora, Amparo se llama, que tiene a bien leer mis cosas. Muestra interés por una fotografía que tomé hace un par de años en el FIB en la que se ve a una joven enseñando un pecho, la ha visto en ... Instagram, aunque allí tuve que pixelar el ofensivo pezón para que la moderna censura algorítmica no se ofendiera. Además de preguntarme por la historia de esta imagen en concreto me anima a escribir algo sobre el asunto, al hilo de las tetas en general y del jersey con protuberancias de la ministra Belarra en particular. Le contesto que sobre esos temas no tengo nada que decir, no por carecer de opinión sino porque hace tiempo que decidí dar un paso atrás y dejar que sean las mujeres quienes hablen. No les ha ido bien hasta ahora con tanto maromo explicando cosas y hace mucho que intento aportar mi granito de arena limitándome a escuchar. Pero, claro, le digo que si quiere le cedo este humilde espacio, acompañado por la fotografía que tanto le gusta, para que exponga su punto de vista. Y contesta, «querido, yo ya estoy en esa edad en la que las mujeres somos invisibles, he vivido siempre acostumbrada a aceptar ese doble lenguaje que por un lado nos ensalza y por otro nos relega a la categoría de jarrón chino. Antes no podíamos revelarnos contra eso y si lo hacíamos quedábamos señaladas para el resto de nuestras vidas (...) cuando vi la foto, una sobrina me ha abierto una cuenta y de vez en cuando cotilleo, sentí envidia, ojalá hubiera podido ser esa muchacha y enseñar una pecho con libertad. Sé que no hemos avanzado tanto como se dice y creo que es un trabajo que han de hacer mujeres y hombres de la mano sin caer en las cazas de brujas. Pondremos nuestro granito de arena, ¿no crees?».

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