¡Que ataque la aviación!
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Para zanjar el debate, alguien propuso a los reunidos: «Quien esté a favor de los venenos, que levante la mano». No cabían matices y nadie ... se iba a hacer de señalar. Y como nadie levantó la mano, el ponente proclamó enseguida: «Está muy claro, la población apoya nuestras demanda para que se retiren los insecticidas químicos, se reduzca más el listado de compuestos de riesgo para la salud y avancemos hacia una agricultura y una sociedad sin sustancias tóxicas; nadie quiere venenos».
Todos ratificaron con sus calurosos aplausos la propuesta, llamada a presentarse a continuación en el pleno del consistorio de la localidad, con la consecuente exigencia de que el ayuntamiento impusiera a las contratas el empleo exclusivo de medios biológicos para controlar las plagas en jardines y otras zonas verdes del municipio, y el ejemplo ha cundido en centenares de casos. Todo en consonancia con los postulados de la transición ecológica.
Sin embargo, cuando las nubes de mosquitos aprietan, sobre todo en áreas costeras de marjalería y en otras zonas con agua encharcada, la población se revuelve de inmediato y exige a las autoridades el empleo de cualquier cosa que remedie la situación, porque los insectos se reproducen sin parar, hinchan a picotazos a todo el mundo, los supermercados apuran los insecticidas domésticos (¿no estábamos en contra de venenos?), las farmacias agotan la oferta de repelentes cutáneos y en las urgencias médicas hacen cola los casos más graves de reacción alérgica.
Es de comprender la razonada explicación de la alcaldesa de Puçol ante la avalancha de quejas y presiones por el desbarajuste mosquitero que altera la tranquilidad vecinal. Los abundantes tratamientos terrestres ordenados y pagados por éste y otros ayuntamientos contra la plaga no logran la victoria deseada. Y no por falta de voluntad, ni por dinero para intentarlo. La primera autoridad municipal ha reconocido que los insecticidas actuales son muy ecológicos y muy respetuosos con el medio ambiente, pero a la hora de la verdad no tienen la eficacia requerida.
¿Qué hacemos, pues? La población, la de Puçol y de tantos otros pueblos, harta de sufrir los molestísimos aguijonazos, pide otros medios de lucha: tratamientos aéreos que cubran todas las zonas con mosquitos. Ante la insuficiencia de la infantería piden ¡que ataque la aviación! con lo que sea. Sin embargo, los tratamientos aéreos ya no están permitidos. Hay que seguir un laberinto para justificar y conseguir que instancias superiores, y desde luego Bruselas, los autoricen de forma muy extraordinaria. Pero ¿no habíamos quedado en estar en contra de los plaguicidas?
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