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Tengo la impresión de que al concejal Grezzi le cambia la cara cuando consulta el estado del tráfico en la aplicación móvil del Ayuntamiento de Valencia. Los puntos negros mutan en sonrisa blanca. Un atasco en San Vicente, otro en Colón y uno más Periodista Azzati. El cabreo de los conductores se convierte en justificación para el edil. Es la coartada perfecta para insistir con medidas para «reducir el espacio para el coche», como así ha enfatizado el alcalde, Joan Ribó. Si no quiere atascos, coja la bicicleta o el transporte público. Porque si decide apretar el acelerador y dirigirse hacia la plaza municipal se puede encontrar con que la secuencia de los semáforos es criminal. Larga parada ante el color rojo. Cambia a verde y, por supuesto, el siguiente también pasa a rojo. Y el otro, igual. Ralentizar el tráfico le llaman ellos, cabrear al personal le decimos el resto. Eso sí, no se han escondido. «La prioridad está en los desplazamientos de peatones y bicicletas», ha dicho el máximo munícipe, que entre sus disposiciones para perjudicar el tráfico privado están las objeciones presentadas contra la ampliación de la V-30, toda una ratonera para los vehículos. Pues a cambio le propongo una cosa, señor alcalde: baje el coste del impuesto de circulación. Porque si conducir ya es dificultoso, aparcar es un imposible. En las obras que se están haciendo en las calles, en todas se ha reducido el espacio de estacionamiento, al pasar de batería a cordón o simplemente con la supresión de plazas. La solución es dirigirte a un aparcamiento de pago. Sobre este tema Ribó ya se coronó: «No hay legislación que garantice el derecho a aparcar en la calle». Tampoco hay reglamentos para otras muchas cosas básicas, como tener las calles limpias, pero los tributos que desembolsamos están para beneficiar a los ciudadanos. A todos.

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