A menudo sentimos una absurda compasión por la gente con discapacidad. Y digo absurda porque luego entablas una conversación con David Casinos y, cuando acaba, te ha empapado de buen rollo. Porque en realidad no es una cuestión de ver o no ver, de tener todas tus extremidades o no. En realidad esto va de ser positivo o no serlo.
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Me lo recordó Héctor Cabrera, otro lanzador con deficiencia visual -asegura que él ve como si mirara a través de un botellín de Coca-Cola- que no le tiene miedo a nada. Sufre desde niño el síndrome de Stargardt, pero no percibes tristeza, ni rabia, ni una mísera queja por su mala suerte. «No es traumático porque he sido así desde pequeño. Yo he hecho mi vida igual que los demás».
No es un farol. Héctor ha acabado esta semana su Erasmus en Roma, como cualquier otro joven de 24 años. Y lo hizo viajando con sus padres a Venecia, a Florencia, a Nápoles. Antes recibió la visita de su hermana. Juntos se fueron a dar un rulo por Europa. Y cuando vuelva se concentrará en alcanzar los Juegos Paralímpicos de Tokio, a finales de agosto del próximo año.
¿Dónde está la discapacidad?
En lo que él describe como pequeñas cosas. En ver la tele y el ordenador a un palmo de la pantalla, en pegarse el móvil a las gafas o en levantar la mano cada vez que ve acercarse un autobús y preguntar si es su número.
«No te imaginas la cantidad de amigos conductores de autobús que he hecho», advierte.
Héctor Cabrera, de Oliva, que en trece días cumplirá 25 años, es un joven convencional. Estudia Ciencias de la Actividad Física y del Deporte en Valencia, entrena el lanzamiento de jabalina en Gandia y vive con su novia en Oliva. Y el último año lo ha pasado en Roma, donde ha aprendido a hablar en italiano y donde no ha perdido la disciplina de un deportista de elite. Y se pone serio por primera vez. «Aquí hay fiesta un día sí y al otro también, pero yo me controlo».
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A Roma se ha ido a despejar la mente antes de empezar una rueda de diez meses trepidante: Mundial a mediados de noviembre, Europeo en julio de 2020 y Juegos del 25 de agosto al 6 de septiembre. Allí ha compartido piso con un chico y una chica italianos. Él se ofrecía a fregar los platos a cambio de que ellos le hicieran «pasta buena». No les dijo nada de lo suyo. Hasta que un día, medio burlándose de él, en broma, le preguntaron por qué se pegaba tanto a la tele.
Entonces, sin dramatismos, sin querer dar lástima, les contó que su vista está difuminada, que solo distingue formas y colores, y que con eso le vale para ir tirando. Para coger el autobús e ir a la Universidad de Roma Foro Itálico o para irse a entrenar a las pistas de Marmi, que ahora se llaman estadio Pietro Menea en honor del difunto e inolvidable velocista italiano, la 'flecha del sur'.
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No sé si les contó que eso va a peor irremediablemente.
Porque si lo hace es imposible contener la pregunta.
«¿Te da miedo quedarte ciego?», le suelto.
«No», contesta. Aunque luego añade: «En teoría es posible que ocurra, aunque influye tu tipo de vida, tus hábitos, el estrés... Y no sé cómo reaccionaré si llega porque no lo he vivido, pero no me asusta. A mí me gustan las aventuras y vivir al límite».
Y se vuelve a reír.
Entonces cuenta que conoce a ciegos totales que llevan una vida normal. Y que si llega a ese punto podrá tener un perro, que le encantan.
Es fácil hacerse una idea de cómo vive gracias al vídeo, titulado 'Un día conmigo', que subió a YouTube. Y agobia. Pero, claro, agobia porque nosotros vemos los detalles e imaginarse en su lugar es imaginarse con una privación que él no siente.
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Porque a los nueve años su madre ya entendió que a su hijo le pasaba algo. Se tiraron dos años de especialista en especialista por toda España. «Cada uno decía una cosa diferente. Desde que tenía epilepsia hasta que me lo inventaba yo para llamar la atención». Hasta que dieron con el diagnóstico: síndrome de Stargardt. Sus padres sufrieron. Él no. Él siguió su vida.
En la Once le descubrieron el atletismo y ahora ama la jabalina mientras Juan Vicente Escolano, su entrenador -también lleva a prometedores lanzadores como Víctor Faus o Gema Martí-, pule su técnica. No sabe cuánto tiene que lanzar para llegar a Tokio. Él ya ha logrado 64,86 y calcula que el título estará por encima de los 70. Pero no le da miedo. No sabe lo que es.
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