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Un afortunado gana 128.370,85 euros con la Bonoloto de este lunes en un municipio de 1.500 habitantes

Si me esfuerzo, puedo reconstruir mi último viaje en avión, en noviembre pasado, a una Bolonia feliz y confiada, ignorante como todas las ciudades de la losa que estaba a punto de caer. Aquel fue un vuelo-juego a la moda de entonces, sin rigor ni solemnidad alguna, con rifa incluida, como cuando tomábamos el 'trenet' para ir a Las Arenas.

En la carpeta de los cien días de confinamiento tengo una serie de fotos de un enorme avión, un Boeing 777 de la Qatar Cargo, que el 20 de abril entró majestuoso, describiendo un gran arco sobre la ciudad, con el tren de aterrizaje ansioso por palpar el suelo de Manises. Era uno de aquellos bichos que trajo mascarillas a precio de echarpes de Hermes; un avión milagro que ayudaba a remediar una situación angustiosa, muy comprometida, en la que faltaba de todo. Por aquellos días, apostarse en la ventana a ver llegar aviones chinos y rusos era, más que una distracción, una añoranza.

El 21 de mayo llegó el primer avión internacional a Manises después de tres meses de parón. Venía del aséptico Zurich y sus pasajeros se comprometían a observar su salud durante dos semanas, por si la fiebre. Los viajeros bajaban serios, apresurados, sin tan siquiera una sonrisa; pero era la promesa de un verano en el que todo podía llegar a ser más relajado y remunerador. Recuerdo que un anochecer de julio llegué a ver las luces de hasta dos aviones sobre el mar, buscando la enfilada de Pinedo y el cauce del Turia: no eran los seis o siete de un tiempo normal, pero era algo que recordaba la normalidad.

A Manises, como a todos los aeropuertos del mundo, le ha bajado la clientela algo así como un setenta por ciento este año. Una monstruosidad, una ruina extendida que afecta a miles de trabajadores en todos los campos de lo turístico. Valencia, sin Madrid y sin el puente aéreo con Italia, es una sombra de lo que fue. En los restaurantes, el hueco obligatorio que hay que dejar ahora por seguridad se corresponde con el que llenaban los extranjeros a diario: no menos de un tercio de la caja.

Pero en esas estamos, cuando en Manises, como en otros aeropuertos españoles, se han empezado a reclamar -y a hacer- unas pruebas sanitarias que seguramente se tenían que haber exigido ya en marzo para seguridad de todos. Será un infinito engorro, uno más después de las «aportaciones» que hizo el terrorismo al placer de volar. Pero seguramente va a ser la única forma de ir reconquistando el territorio que hemos perdido en los últimos ocho meses. El viajero, resignado, aceptará otro modo de viajar con el recuerdo puesto en aquello que llamábamos «normalidad». En espera de las benditas vacunas.

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