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Bach, el frío y la cocina están conectados

UNA PICA EN FLANDES ·

Domingo, 16 de octubre 2022, 00:16

El niño no voló. Su cuerpo se ha transformado; él diría que se desfigura, que crece, que engorda, que ve mal de cerca, que le duelen las rodillas. Pero sigue ahí, como quien cae en la tela de una araña, atrapado. Sobrevive adormecido, aunque de cuando en cuando se despierta y espanta al saberse prisionero en el organismo de un adulto. Apenas puede influir en lo que hace ese cuerpo atroz en que se ha convertido el suyo. El único poder que le queda consiste en activar y desactivar el estado de nostalgia. Y ese poder sí lo ejerce. Cuando el adulto menos lo espera, el niño que vive bajo su piel le inocula un olor, una voz, un paisaje..., que lo desarticula, que lo derrota, que le trae a la memoria aquella infancia y le recuerda que cuanto vino después fue sólo balbucear necesidades y excusas a merced del aguacero. Nacemos dos veces: una con el parto y otra al abandonar la niñez, el resto ya es lo que de común se llama vivir, o sea, morir.

El adulto escucha por casualidad, a lo lejos, el concierto para violín en mi mayor de Bach y, de inmediato, al niño le parece que ha vuelto a la cocina de su casa, a casa de sus padres. La música barroca, no sabe por qué, quizá porque se compuso para esa estación, lo transporta al invierno, al de antes, uno de abrigo, verdugo y pañuelo en el bolsillo, y el invierno lo devuelve a la cocina. Bach, el frío y la cocina están conectados. Entonces, los inviernos se pasaban en las cocinas, las habitaciones donde el fuego y el trajín mantenían vivo el calor. El niño se sentaba ahí a mirar a las mujeres guisar, hablarse, oír la radio, y siempre le caía algo; que si una croqueta, que si una tostada de pan, aceite y sal, que si unos altramuces, que si masa para hacer figuritas... Aquel fue un universo prodigioso de aromas, texturas y ecos ya extinguido. El chisporroteo de la piel de los salmonetes sobre la sartén, el vapor masticable del caldo al cocerse, la sobriedad sonora de la patata en el hervido valenciano, el deleite de encontrar un piñón en el bocado de una albóndiga..., constituyen seguridades que se llevó la bajamar del tiempo. En esa cocina nunca hubo televisión, no hacía falta, en sus sillas de formica los padres del niño se sentaban para hablar en serio y esa era la serie.

Los adultos se alzan todos sobre las ruinas de un niño precedente. Y de un invierno y una cocina que, como el niño, parecen haberse extinguido. Cuanto ocurre ahora frente al móvil sucedía antes en la cocina, y tenía sabor, tacto y fragancia. El niño piensa que, si el frío volviese, tal vez..., pero qué va, eso no va a ocurrir.

Cuanto ocurre ahora frente al móvil sucedía antes en la cocina, y tenía sabor, tacto y fragancia

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